Hagamos el ejercicio de recorrer algunas impresiones que --no importa si veraces, verosímiles o falsas-- son las efectivamente instaladas.

Demos por cierto o aceptable que el Gobierno brinda una imagen de impotencia frente a la ofensiva devaluatoria.

Que esa definición encierra una acometida que busca desestabilizar.

Que el instrumento esencial son medios de comunicación y (sus) redes, aunque sin perder de vista que forman el trío de la arremetida junto a la Asociación Empresaria Argentina (AEA, por ponerlo en una sigla) y su pata judicial.

Que sobran las explicaciones acerca de que el “blue” es un mercado cuantitativamente insignificante, tanto como el CCL o el MEP, sin relación objetiva con los precios porque éstos se regulan a través de la cotización oficial.

Que sin embargo se marcha preso y que los precios son inflacionariamente lo que hay y/o serán gracias al dólar ése, como sucede desde que la dictadura y sus mandantes impusieron el patrón bimonetario, porque la economía se rige desde expectativas fijadas por los especuladores concentrados y no a través de lo que el Gobierno explique.

Que la excepción a eso, en lo reciente, fueron los gobiernos de Néstor y Cristina porque había un modelo y una fortaleza política que controlaba las previsiones más desfavorables.

Que el Gobierno carece de una comunicación eficiente.

Que nadie argumenta de forma oficial; que nadie protege como voz autorizada; que se está colgado del travesaño, como lo revela la reiteración única de que no se devaluará, en vez de, en una de ésas, argüir que la devaluación ya se produce pero de acuerdo con los tiempos que establece Martín Guzmán (Fernández) y no con lo funcional a quienes pretenden voltearlo(s).

Las recientes apariciones mediáticas del ministro causaron por fin un sacudón en ese desierto comunicacional y fueron muy buenas, explicando con precisión y llaneza la médula técnica del asunto, desde su paciencia shaolin.

Sin embargo, tampoco se trata de que Guzmán empiece a recorrer los medios, a troche y moche, porque reforzaría una estampa meramente defensiva.

Es con medidas, que el Gobierno debería saber cuáles son, y no primero con argumentaciones, la manera de pasar a la ofensiva (cree uno, apenas).

El modo en que se comunica depende de la convicción política y de la tenacidad ejecutiva al respecto, no al revés.

¿El Gobierno no sabe que “las cuevas”, en su acepción operativa más amplia, son nutridas por las entidades financieras del establishment?

¿No sabe, como sintetizó Pedro Salas, presidente de la ¡Sociedad Rural de Córdoba!, que “hay toda una movida de grupos concentrados que manejan un gran volumen de fondos especulativos, en el mercado financiero, que buscan llevar(lo) a una megadevaluación?

¿No sabe que la Aduana sigue siendo presumiblemente un colador por el que se vehiculiza --cuánta-- parte de las maniobras de importación y exportación del complejo agrario?

Por supuesto que lo sabe, pero vale ponerse en su lugar para preguntar(se) con qué poder de fuego concreto, que no sean exclusivamente “medidas de mercado”, se hace frente a esta provocación fenomenal.

Dado entonces por cierto o verosímil que el Gobierno está apretado, imagínese qué sucedería mientras se reafirma la pandemia sin que, ni aquí ni en lugar alguno, a mano, pueda saberse a ciencia cierta cómo acabará... cuando acabe.

¿Acaso propone alguna alternativa sustentable la banda de forajidos quejosos e insultadores, que sin solución de continuidad se expresan en pantallas, radios y foros, con caras y metáforas berretas de que “ya no se aguanta más”?

¿Cuál cambio políticamente sostenible, salvo el terraplanismo del odio y la denuncia, proponen esos hacedores y pajes de la exclusión social?

Ninguno.

El poder destructivo de la derecha no tiene anverso de construcción.

Es hasta gracioso que sus consignas sean confiar en una Corte Suprema que ponga límites, a falta de figura o proyecto creíble y masivo en los que depositar capacidad de magia redentora.

Macri quizá esté sufriendo un golpe ¿terminal? a la insuficiente base respaldatoria que le queda, ya zaherida entre los propios por la descortesía que les dedicó en sus reapariciones “periodísticas”.

Rodríguez Larreta, o Heidi, o cualquiera de las opciones imaginables desde el antagonismo gorila e incluyendo a las variantes humorísticas de los “libertarios”, son por el momento quimeras sin sustento práctico.

Significa que el problema es mucho más las dudas del Gobierno que algún poder de fuego “constructivo” opositor.

Dudas oficiales que no pasan por la convicción de que la salida es a través del mercado interno, de recomponer empleo/trabajo/changas, de reconstituir crédito productivo, de crear o afirmar alianzas con la parte que quede de alguna burguesía --llamémosle-- nacional, de trabajar con los productores de la economía popular.

El problema, cómodo para diagnosticar pero agotadoramente complejísimo de arreglar, es cómo sale el Gobierno de la extorsión que también es indiscutible: un mercado chiquito, el del dólar otrora “paralelo” y sus variantes. Chiquito pero demasiado cumplidor. Demasiado potente.

Quien escribe no tiene la respuesta, pero tampoco observa que la porten los especialistas en economía que aciertan con las preguntas, con las revelaciones, con el detalle de las operaciones o con el marcaje de los que oprimen.

Las patotas gauchócratas de Etchevehere; el comando de Clarín y Techint; la mesa judicial del espionaje y las andanzas macristas; la república autónoma del cuarto piso; los desquicios relatores del terceto presuntamente periodístico; la avanzada de los cruzados anticuarentena, que ahora se montan en que de alguna forma hay que parar lo que alentaron; el discurso antipolítica de los políticos por antonomasia; la obsesión enfermiza contra Cristina; la imbecilidad casi insuperable de que seremos Venezuela, y el goteo repugnante de mostrar que el Presidente es un hombre sin carácter conducido desde el Instituto Patria… son una tanda tan forzosa de describir como insuficiente para solucionar.

La exigencia de la hora es con qué poder concreto le responde el Gobierno al ataque sistemático que sufre, más allá los yerros autoinfligidos.

No vale la respuesta de que recurriendo a la movilización popular sería otro cantar porque, vistas las circunstancias pandémicas sin perjuicio de lo conmovedor del 17 de octubre, a efectos específicos es más bien un mandoble poético.

Estamos hablando de cómo se frena en la política real (en otro momento citaríamos la realpolitik) un poderío pendenciero que no para un segundo, cuando el Gobierno ni siquiera cumplió un año.

Se aceptan ofertas mejores a la de que hace falta que el Frente de Todos, en su significado de alianza estable, con ambos Fernández a la cabeza demostrativa, muestre decisión en disposiciones que exhiban fuerza política.

Lo técnico es subyacente.

A esta altura puede asegurarse que el rumbo del dólar es sólo un aspecto en el contenido macro del plan gubernamental, estipulado en el Presupuesto 2021 según todas las voces oficiales.

Pero, con igual certeza, puede aseverarse que si el Gobierno es incapaz de domar  ese potro no hay planificación posible ni de corto ni de mediano plazo.

Una mala noticia es la de que el Gobierno no plasma autoridad frente al tema, o no por lo menos con la dosis de solvencia imprescindible.

Y una muy buena es que el sábado 17, aun con la caída del llenado virtual del espacio público o precisamente por eso, se enseñó que hay pueblo de sobra --pueblo, no “la gente”-- para aguantar la parada.

Que se aproveche.

El contexto económico es dramático.

La solidez política, que después de todo es lo que determina la economía, sigue en disputa.