El menemismo, más allá de sus aspectos bizarros y folklóricos, propios de Argentina, acompañó el gesto de la globalización. Globalización fue el nombre benevolente y encubridor de la operación mundial en curso: el modo ilimitado de acumulación del Capital que hoy llamamos Neoliberalismo. El menemismo acompañó con todas sus fuerzas los motivos éticos-políticos de esta maldita globalización: el relativismo posmoderno.
Así fue que, montado sobre un movimiento nacional que siempre se enorgulleció de sus momentos fundantes logró desmontarlo de todos sus legados, los relativizó, deconstruyó todas sus banderas, hasta vaciarlo y presentarlo como un esqueleto que ya se podía vestir con cualquier disfraz.
El poder por el poder mismo, la adaptación cínica y a cualquier costo a los imperativos globales del imperio generaron toda una cultura. Sí la posmodernidad había servido en Europa para revisar algunas certezas históricas y algunos fundamentos del orden instituido, en Argentina hizo, como suele ocurrir, un trabajo servicial para los Amos, la destrucción de su tesoro político, de su gran mito histórico sobre la igualdad y la justicia.
¿Podría el movimiento nacional y popular, el peronismo, sobrevivir a ese estrago posmoderno donde los valores eran invertidos según argumentos impuestos siempre por circunstancias y donde todo era negociable?
Un movimiento nacional y popular siempre se sostiene sobre fundamentos no negociables. Desde este punto de vista el peronismo o bien se había encontrado con su disolución o dejaba abierta una pregunta que nadie podía entonces resolver .
Hasta que una contingencia histórica mostró cuál era la única condición para resolverla: dejar atrás el relativismo posmoderno y volver a levantar lo que no se puede deconstruir: Memoria, Verdad y Justicia. El nombre de esta operación será para siempre Néstor Kirchner.