Empecé la primaria en 1981. Todavía era la dictadura. A la mañana se cantaba Aurora y luego se iba al aula en fila y tomando distancia. Una hilera para los varones y otra para las nenas. Los más bajos adelante y los altos atrás. A la tarde Salve Argentina, bandera de mi patria. Entonábamos con solemnidad y nos infundíamos de un espíritu nacional. En 1982 pegamos en nuestros cuadernos un cartón celeste y blanco con las islas Malvinas y en el recreo cantábamos “Thatcher, vieja podrida” con la música de la canción del perrito “Boby, mi buen amigo” (que luego se recuperaría en “Milicos, muy mal paridos..”) que también repetíamos, junto con una pieza tremenda en la que una niña le escribía una carta a su hermano que era “un buen soldado” y cuidaba “las fronteras de la Patria”. Teníamos siete años. Un día, un compañerito nos dijo a mi y a un par de nenas: “yo no canto eso, es propaganda de los militares”. Creo que las otras lo ignoraron, pero yo me quedé tiesa. ¿Qué estaba haciendo yo, una hija de desaparecidos? Creo que no le dije nada al niño que luego se convertiría en juez. Me tragué la vergüenza pero nunca olvidé ese momento.
Con el tiempo, todo lo “patriótico” se fue relacionando con los militares. Para muchos adolescentes como yo, el nacionalismo era fascismo (con excepción del que nacía en los mundiales pero al que también muchos mirábamos con distancia). Así, abjuramos de la escarapela, el himno y de todas las fronteras, al estilo de John Lennon. A fines de los 90, los feriados, las banderas argentinas se repartían en la radio que propagaba xenofobia así que sabías que así eran quienes ostentaban la celeste y blanca en la antena de sus autos. Como decía Charly “si ellos son la Patria, yo soy extranjero”. Y ellos, los militares, los xenófobos, la derecha más recalcitrante, se arrogaban ser la Patria. Por añadidura, desconfiábamos del costado nacionalista del peronismo, aunque también repudiábamos el colonialismo y el imperialismo, aunque sabíamos de la resistencia peronista y del peronismo revolucionario del los 70.
Néstor Kirchner cambió la relación de muchos con el peronismo, pero creo que para muchos más modificó la forma de percibir su pertenencia al país, la idea de la Patria, que luego, con Cristina Kirchner, se plasmó en la frase La Patria es el Otro. “La Patria somos todos, la Patria es para todos, el derecho a vivir, a estudiar, a tener un hogar, a tener una casa, a tener esperanzas, a sentir el amor y la pasión por la vida lo tenemos todos en esta tierra argentina”, dijo Néstor Kirchner en el discurso del 25 de mayo de 2007.
Cuatro años antes, el 25 de mayo de 2003, Kirchner había anunciado en su asunción los que serían los ejes de su modelo: fortalecer el consumo interno y el rol del Estado, multilateralismo, enfocarse en un proyecto político regional. Había repasado sus propuestas área por área y hasta que, casi al finalizar, dijo: “Formo parte de una generación diezmada, castigada con dolorosas ausencias; me sumé a las luchas políticas creyendo en valores y convicciones a las que no pienso dejar en la puerta de entrada de la Casa Rosada”. Se suele recordar la parte de “no voy a dejar las convicciones en la Casa Rosada”, pero el quiebre más importante con lo que había ocurrido hasta ese momento fue la mención generacional. La generación diezmada. Fue la primera vez que los hombres y las mujeres secuestrados y asesinados durante el terrorismo de Estado eran nombrados como pares desde ese lugar, no solo víctimas que había que recordar, no violentos, lo que implicaba ubicarlos por fuera de la política. En las palabras de Néstor Kirchner los desaparecidos y las desaparecidas eran un sujeto político colectivo del que el Presidente se sentía parte. Una idea que retomó en septiembre de ese año, ante la comunidad internacional, cuando dijo en la ONU: “Somos hijos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”. Era algo que abarcaba mucho más que la necesaria justicia por los delitos de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura. Reivindicaba el compromiso militante, la entrega, más allá de las diferencias que los Kirchner habían tenido en los 70 con las organizaciones armadas. Implicaba una cierta cosmovisión del mundo. “Les vengo a proponer que recordemos los sueños de nuestros patriotas fundadores y de nuestros abuelos inmigrantes y pioneros, de nuestra generación que puso todo y dejó todo pensando en un país de iguales”, había dicho también el día de la asunción.
Los progres que habíamos ido a la primaria en dictadura y habíamos tenido una adolescencia menemista podíamos sentirnos identificados. Néstor Kirchner cambió lo que significaba decir Patria, no sólo para los kirchneristas.
Cuando ya durante el gobierno de Cristina Kirchner se hizo el festejo del Bicentenario, nuestros niños y niñas agitaban las banderas porque allí era la bandera de las Madres y las Abuelas, porque no implicaba la expulsión del extranjero sino que podía significar inclusión, tanto económica como solidaria con “todos los hombres (y mujeres) del mundo que quieran habitar el suelo argentino”. Porque no implicaba la impunidad para quienes habían secuestrado, asesinado y robado bebés sino todo lo contrario.
Muchos de los que fuimos a la primaria en dictadura y cantábamos “azul lunala, del color del cielo” tuvimos hijas e hijos que miraban Paka Paka y aprendieron a admirar a Juana Azurduy y San Martín bailando y jugando y en el recreo gritaban “seamos libres, que lo demás no importa”.
Muchísimas cosas se dirán por los diez años de la muerte de Kirchner. Habrá análisis para todos los gustos. Se marcarán errores. Se ponderarán sus aciertos y virtudes. La Academia hará su aporte. Por mi parte, elijo rescatar este legado que no fue solo para los propios. El legado de escuchar Patria sin pensar en militares, aunque sigamos soñando con un mundo sin fronteras donde todos y todas tengamos los mismos derechos y oportunidades y convivamos en paz y diversidad. Tal vez no es tan importante como las cuestiones materiales, pero hace que te emociones cuando se canta Himno el día que tus hijas empiezan la escuela y hace su ingreso la bandera de ceremonia.