Recuerdo las dudas con que lo voté. Me llamaban algunos conocidos para saber a quién iba a votar y no quería decirlo, porque no estaba convencido. Pero lo voté. Y el día que asumió fui a la Plaza de los Congresos. Escuché el discurso por los altoparlantes desde la vereda y por primera vez desde el regreso del exilio me sentí aludido. Fue una sensación rara, como si me nombrara.
No es que estuviera congelado en el pasado ni mucho menos. No tuve la tentación de subirme a algunas de las patrullas perdidas en el tiempo. Pero la sociedad nos colocaba allí. Así que tampoco esperé que me incluyeran en un discurso de asunción presidencial. Mi generación estaba más acostumbrada a ser vilipendiada. Y la verdad, no me desvelaba que lo hicieran. Crecimos en ese lugar, una generación molesta. Al que sí le molestara ese lugar, tenía que deshacerse en explicaciones o hacerse el burro y tampoco me interesó hacerlo.
Sin embargo, cuando escuché por los altoparlantes: “formo parte de una generación diezmada, castigada por muchas y dolorosas ausencias” algo me pasó. Néstor no tenía necesidad de decirlo. Esa primera persona con la que se definía. Y yo no sabría explicar bien los disparadores que esa frase puso en automático.
Y pensé en las Madres cuando dijo “Somos todos hijos de las Madres de Plaza de Mayo”. Néstor buscaba interlocutores que los demás rechazaban. Los demás nos echaban flit.
Soy de reacciones lerdas y desconfiado para esas cosas. Tardé un poco en digerir lo que escuchaba y en ese proceso de cámara lenta sentí primero que mi voto estaba amortizado con ese discurso. Se lo dije a mi primo y a mi mujer, parados en esa vereda donde empieza la Rivadavia de verdad.
Y ahora, después de todo estos años, siento un enorme agradecimiento personal y como parte de este país. Por dos cosas: Néstor rescató al peronismo y reafirmó la democracia.
El peronismo fue muy golpeado por la dictadura, de la que salió todavía grogui, sin proyecto claro. La primera candidatura no había sido buena y Carlos Menem, que tuvo la oportunidad de hacerlo, hizo todo lo contrario: convirtió al peronismo a imagen y semejanza de como lo ven los antiperonistas, una carcasa vacía llena de oportunistas que disputaban el poder.
La globalización neoliberal se había tragado a las socialdemocracias europeas y a movimientos populares históricos de América Latina. Menem metió al peronismo por ese camino que lo convertía en el caballo de Troya del neoliberalismo en Argentina, todo lo contrario a los principios que le dieron origen. Y después de Menem, el neoliberalismo se terminó de tragar a los radicales con el gobierno de Fernando de la Rúa.
Parecía que todo iba para atrás. La democracia que empezaba a la salida de la dictadura, tenía que sortear obstáculos que en la historia reciente de la Argentina la habían convertido en un simulacro trágico. Primero tenía que demostrar que un presidente elegido de forma democrática podía terminar su gestión sin que un golpe militar la truncara.
Decir eso, ahora parece una estupidez. En concreto, significaba sacarse de encima la tutela del partido militar. Fue la tarea que le tocó a Raúl Alfonsín. En ese momento, el peronismo no estaba perfilado para asumirla. Implicaba remover el obstáculo autoritario que marcó la historia del país desde el golpe del '30 hasta el '83, con algunos lapsus democráticos, casi todos interrumpidos por golpes militares digitados por el poder económico aliado a los intereses de Estados Unidos. El único gobierno que cumplió una gestión entera fue el de Perón, pero en la segunda presidencia lo sacaron con un golpe sangriento.
La otra tarea pendiente era demostrar que en democracia se puede producir cambios a favor de los más humildes, impulsar un proyecto de país que no fuera mangoneado por las corporaciones ni por la embajada. Esos dos factores --el de los golpes y el de la imposibilidad de gobiernos populares en democracia-- fueron los que habían moldeado a varias generaciones, incluyendo a la nuestra.
Hubo otra frase en aquel discurso memorable: “Me sumé a la lucha política creyendo en valores y convicciones que no pienso dejar en la puerta de la Casa Rosada”. Tenía muy claro cuál era la tarea que la historia le había puesto por delante. Implicaba dos factores decisivos: reafirmar la democracia como sistema viable para lograr transformaciones y además revalorizar a la política como la herramienta para lograr ese objetivo y no como una mera rosca para la disputa de poder sin contenido.
El sistema y la herramienta, más la representación de la mayoría popular en un proyecto que la contenga, y no que la excluya como había sido hasta entonces. La democracia, la política y un proyecto. Gracias a ese envión de Néstor, que completó Cristina, hubo nuevas generaciones que se formaron en una experiencia tan diferente a la de ellos y la mía. Esas nuevas generaciones serán garantía de democracia plena, de lucha democrática y de política con contenidos.
Néstor avanzó bajo una andanada de descalificaciones y puñaladas traperas, un mecanismo que se mantiene y se incrementó. Será el obstáculo que deberán superar. Es la tarea que les tocará a esas nuevas generaciones para lograr una democracia más fuerte.