Oh, alguien debió conservar

Y cuidar con amor este jardín de gente

A Dios nunca se le ocurrirá, no.

Luis Alberto Spinetta, 1997.

Múltiples estudios afirman que hemos llegado a niveles de polarización en la opinión pública alarmantes, no solamente a nivel nacional sino a escala global. Publicaciones periodísticas han dedicado recientemente ediciones particulares y el mismo Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, se detuvo a reflexionar sobre el tópico del odio y cómo las distancias se hacen cada vez más extensas y las posturas de dificultosa composición. Y lo que a priori se presenta como el terreno de esa batalla no es otra cosa que uno de los responsables del fenómeno. Es decir, las redes sociales, por donde cada vez más se canaliza las discusiones de la sociedad y terminan por ser la fuente de la mayoría de la información que consumen las personas, están programadas para retroalimentarse de esa polarización.

En el reciente libro de Ernesto Calvo y Natalia Aruguete, “Fake news, trolls y otros encantos, se estudian algunos casos testigo de disputas en Twitter para concluir que mucho de la forma (maniquea, extremista, fomentando el encono, el odio y la humillación) en la que se presentan las discusiones está determinado por las relaciones que tejemos en las comunidades virtuales y el capital simbólico común, la topología de las redes. En el documental The social dilemma (titulada acotadamente en español como El dilema de las redes sociales) se dirige la mirada al diseño de la interfaz y el algoritmo que procesa los clicks, dejando expuesto que las prestaciones en cuanto a interacción tiene como objetivo introducir a los usuarios en un laberinto que captura la atención y monetiza su tiempo.

Pero si fuese solamente un problema al interior de redes sociales no habría mayor preocupación. Por el contrario, el mundo digital está cada vez más al centro de los campos trascendentales de la humanidad, por ejemplo, la comunicación, las finanzas y, por supuesto, la democracia. Como bien apunta Cafiero, la política es un campo de estudio y una disciplina “para dirimir conflictos e intentar armonizar intereses contrapuestos” pero la topología de las redes y el diseño de las plataformas transfiere sus parámetros al juego democrático.

¿Es un problema intrínseco de las comunidades digitales, que están revirtiendo el camino transitado en pos del respeto, la diversidad y los derechos humanos? Si nos remontamos a los años donde las páginas web y la velocidad de Internet otorgaba condiciones más limitadas, podemos recordar que hubo una época donde predominaban los foros como ámbitos de discusión, de intercambio y de construcción de conocimiento. Había una sintonía de intereses entre los objetivos de la comunidad y la finalidad de la plataforma. Hoy en día los foros siguen siendo utilizado para ámbitos laborales, académicos y por comunidades digitales que priorizan las pautas colaborativas.

En contraposición, las redes sociales y las grandes corporaciones que hay detrás persiguen otros objetivos que la comunidad que las utiliza y ahí el problema. A los dioses de la Internet no se les ocurriría nunca cuidar el jardín de gente, promover los debates constructivos, erradicar la violencia simbólica y el odio, pero cada vez más ocupan la centralidad de la distribución de información, las agendas y los consumos.

* Licenciado en Periodismo UNR