El chisme es uno de esos géneros que todavía necesitan ser explorados. Sólo Edgardo Cozarinsky elevó su mala prensa hasta el nivel de género literario. Pero para la comunidad gay durante el siglo XX, fue el lugar donde mejor se acomodó su identidad. Desde el momento en el que quedó claro, a fines del siglo XIX que la homosexualidad era un delito más o menos punible de acuerdo con el capricho o la voluntad de quienes tenían la ley en sus manos, el chisme se volvió el espacio perfecto para definir personalidades, albergar a los temerosos, construir lazos de afecto y aun para proteger personas civiles del escarnio público. 

Por eso la historia de la comunidad gay en el mundo occidental es inseparable del modo en el que puede circular ese tipo de discurso que fluctúa entre lo público y lo secreto, lo marginal y lo elitista… en fin, las conductas o las tendencias sexuales de alguien pudieron durante mucho tiempo definir el destino de personas. Todavía hoy para muchas personas sigue siendo problemático pensar que son “habladas”, “definidas” y que sus acciones tienen el cerco verbal que le imponen otros. La prueba es el modo en el que las personas exigen “discreción” o “seriedad” o “respeto” para el control de sus relaciones en las aplicaciones de redes sociales destinadas a gays, lesbianas y otras formas de la disidencia sexual.

El caso de Gore Vidal es prácticamente un emblema de los comportamientos sociales durante momentos muy diferentes del siglo veinte, y el libro de Tim Teeman, que fue un best-seller del New York Times durante el año pasado, lo muestra flagrante. 

Gore Vidal es el heredero de no uno sino dos presidentes norteamericanos. El destino hizo que su padre, un militar de carrera, estuviera trabajando en West Point para su nacimiento. Entre sus familiares se encuentran los miembros más rancios de la aristocracia americana y el partido demócrata. Su educación y su afición a los deportes, los viajes y el alcohol, lo hacían el candidato perfecto para un puesto en el Congreso de Estado Unidos. Sólo una mácula había en su carrera: era claramente “homosexual”. Ese rasgo diferencial y visiblemente eliminatorio en una familia impecable lo arrojó inmediatamente a los brazos de la literatura y Hollywood, donde vivió hasta su muerte. Entre Hollywood y el sur de Italia donde tenía una de sus propiedades pasó su vida de semi expatriado. Al mismo tiempo, algunos de sus libros son hitos de la cultura queer americana. La ciudad y el pilar de sal es una de las primeras novelas americanas donde aparece un personaje protagonista gay y el año 1968 escribió Myra Breckinridge (un apellido que suena muy parecido a decir “puentes rotos”) donde aparece un personaje transgénero para el escándalo de los lectores que no terminaban de recuperarse de la generación beat. Mucho menos, viniendo de la pluma de un biógrafo y heredero de los grandes presidentes. 

Vidal compartió con el mundo de Hollywood muchas ideas, pero donde se puso verdaderamente firme fue en la exhortación a “salir del closet”. Durante mucho tiempo sostuvo la imposibilidad de que exista una “identidad gay”. Prefería decir que había “conductas homosexuales y no identidades gay”. Pero también, por otra parte, fue uno de los primeros militantes anti republicanos y específicamente contra el gobierno de Reagan, por la crisis del sida en los años 80 y 90. Sus artículos publicados para llamar la atención sobre la expansión del virus eran frecuentes. 

Tim Teeman, entrevistó a Vidal dos años antes de su muerte, en 2010, y repasaron en esa entrevista sus relaciones con su pareja que duró 53 años (jamás reconocida, por el candidato a senador que fue en 1976) que básicamente era negada por ambos cónyuges como un matrimonio. Pero que tenía todos los rasgos del afecto verdadero, aun en sus rasgos más sui generis: compartir prostitutos en Italia o en Hollywood Hills, negarse a definirse como “gays”, y rechazar la ghettificación de la comunidad gay en los años 70 en California y San Francisco. También hablaron de la firmeza con la que se negaba a aceptar la identidad gay, considerándola parte de una definición que reprime, antes de liberar a los miembros de la comunidad. 

In bed with Gore Vidal es un libro que nos hace volver a ese momento filoso, entre el chisme y el despojo, cuando las vidas de los gays eran resueltas por los demás en un insulto y cuando ser “discreto” todavía era la forma común y dignificada de decir “tengo miedo”.