Desde Soci@s queríamos conocer las historias que se tejieron ese inolvidable 27 de octubre de 2010. Inolvidable por lo preciso, tod@s estábamos en casa esperando a ser censad@s, pero también por las marcas que dejan los golpes certeros.
Luego, el pueblo comenzó a acercarse a la Casa Rosada para despedirlo y rendirle homenaje, para muchos fue la primera muerte sentida de un político, una pérdida que anudada en la garganta se transformaría en un grito de resistencia.
Las y los soci@s evocaron cómo se enteraron de la muerte de Néstor Kirchner, por qué medio o conocide se enteraron y el impacto que tuvo en sus vidas.
Acá recopilamos las más respetadas por la comunidad:
A principios de enero del 2004 emigré con mi familia a Canadá. La época del surgimiento del Kirchnerismo me la perdí. La verdad es que cuando mi familia y mis amigos me contaban algunas cosas que decía Néstor yo los escuchaba y pensaba "todos dicen cosas parecidas cuando empiezan". Pero cuando vi desde Toronto como Néstor ordenó bajar el cuadro de Videla me hice kirchnerista. Con el paso del tiempo y con cada visita a Buenos Aires notaba que mis amigos, todos, tenían trabajo, hacían planes y tenían un optimismo nuevo. Me escuché a la distancia todos sus discursos, envidié a mis hermanos cuando fueron a los actos del bicentenario. Y un día cualquiera, mientras estaba en la oficina trabajando, cuando fui a chequear la pagina web de Página/12 (una costumbre adquirida desde que llegué) me pegó la noticia totalmente inesperada de su injusta muerte. Juro que me puse a llorar mirando la pantalla. Imposible compartir ese sentimiento con mis compañeros de trabajo, que son capaces de confundir a Maradona con Madonna. Lamenté como nunca estar tan lejos, hubiera dado cualquier cosa por poder ir ese día a la Plaza a despedirlo y agradecerle por los años de felicidad inesperada que le regaló a mi mamá, a mis hermanos, amigos y, a la distancia, a mí también.
Cuando Néstor falleció, yo tenía 12 años. Recuerdo muy bien ese día; cómo desperté con la noticia y cómo transcurrí esa tarde y esa noche. Pero no quiero referirme específicamente a ese 27 de octubre. Sólo quiero decir, en pocas palabras, que todo lo que podría decir me lo dio el ser parte de esa juventud a la que Néstor despertó y enseñó. Soy parte de la generación que tuvo el privilegio que no tuvieron generaciones anteriores: el de ser abrazada por la política. Néstor y Cristina nos levantaron, nos convocaron y nos reivindicaron. Crecí durante sus gobiernos. Mi infancia y mi adolescencia tienen ese sello. Soy hijo de ese tiempo y de esa década. Néstor conducía con la sensibilidad de quien ve morir a sus compañeres pero que, aún así, no abandona sus convicciones y no deja de entender a la política como la mayor herramienta de transformación de los pueblos. Con esa sensibilidad, con esas esperanzas, con la resistencia de siempre –y con apenas el 22% de los votos– Néstor asumió la presidencia. Y así estuvo a la cabeza de esos años que nos cambiaron a todes. Cuando yo era muy chico la política ya había dejado de ser una mala palabra y estaba en el centro de la escena. Crecí en un tiempo en el que el sentido común era completamente distinto al de apenas unos años atrás. Sí, otro privilegio. Pero siempre fui consciente de eso y nunca lo naturalicé. Desde chiquito me interesó saber sobre historia y sobre política. Pero la muerte de Néstor fue, sin ninguna duda, un antes y un después. Me sensibilizó tanta gente movilizada y conmocionada y ver a mi mamá llorando frente a la tele. A partir de ahí, leí, debatí, empecé a militar y me abracé para siempre con el proyecto que abraza a millones. Hoy, diez años después, son tiempos difíciles. Nosotres, les jóvenes, tenemos la obligación de no claudicar. Resistamos y construyamos. Pero sobre todo, recordemos a Néstor. No abandonemos su legado y nunca olvidemos por qué nos convocó.
Hacía apenas días que había vuelto a mi casa, tras dos meses internada por un grave accidente automovilístico. Dormía con la televisión encendida para escuchar voces y sentir que estaba viva. Esa mañana, pase por Crónica y la placa decía "Murió Néstor Kirchner" y seguí como si lo que había leído no existiera, no estuviera allí en grandes letras. Y volví. Y empecé a llorar sin parar, como queriendo volver atrás y que no fuera cierto que ese hombre que me había hecho creer que la política eran derechos y conquistas, que me había hecho sentirme peronista, no se hubiera ido así, tan tempranamente. Aún no caminaba y no pude ir a la Plaza a despedirlo. Néstor Kirchner y Cristina significaron un antes y un después en la visión de la política y el papel del Estado para varias generaciones. Siempre recuerdo que solo alguien de esa estatura le 'regaló' su asunción a una figura que fuera dónde fuera concitaba toda la atención como fue Fidel. A Néstor, solo agradecimiento. Siempre estará en un lugar del corazón y las ideas.
Me levanté temprano el 27 de octubre para participar del Censo 2010. El reloj se aproximaba a las once de la mañana cuando el portero del edificio se acerca a nosotros, los censistas que permanecíamos en el hall por cuestiones de seguridad, o vaya uno a saber por qué, y nos dice: Murió Kirchner. Me paralicé un poco, ¿cómo que murió? Y miro mi celular, y ahí estaban los mensajes que avisaban a nosotros, quizás los únicos que permanecíamos lejos de los televisores, que Kirchner efectivamente había muerto. Me quedó, por sobre todas las cosas, el rostro de una señora. Una señora de Palermo, que se mostraba sonriente. “¡Qué lástima, ¿no?!” Me dice, nos dice. Sigo desconcertada. Ella sigue exaltada. Feliz, podríamos decir. Saca un pañuelo y simula secarse unas lágrimas irónicas. Sigo en silencio, solo asiento con mi cabeza para simular que la escucho. Se me acerca mucho la señora, frente a frente y ahí percibo su larga vida, sus labios manchados, sus lentes gigantes, y su sonrisa inevitable. Pienso, no puedo hacer otra cosa, y ahí me detengo. En esos labios tan viejos y tan sonrientes. Y suelta, ahí no más, la frase por la que recordaré a esta mujer, no sé si para siempre, pero al menos por los próximos días, meses, no sé. “Murió un dictador”, me dice y sus labios a sonrisa plena me provocan miedo. ¡Qué miedo dan esos labios! Esos que supieron decir, seguro, segurísimo: “algo habrán hecho”. Qué lástima pienso, que esos labios hayan pasado por el mundo, y vayan a irse sin ningún cambio, salvo las machas negras que persisten mientras asoman constantemente los dientes. Dientes de Palermo. Dientes del territorio macrista donde me encuentro ese día, en el que me dicen que murió Kirchner. Me queda todavía esa imagen, al otro día, cuando voy para la Plaza de Mayo a presenciar el histórico día en el que el pueblo decide despedir al ex presidente. Me queda esa imagen, por el miedo, por la inconsciencia, porque la plaza está llena de jóvenes, como yo, que también quieren decir que ahí estamos, que nada hemos hecho, nada que justifique la vuelta de eso que quisieron decir esos labios, pero por suerte callaron. Nada lo justifica, y eso es lo que queremos decir. Nuestros padres, los de muchos que estaban ese día en la plaza, como los míos, militaron para que no vuelvan esas palabras, esos discursos, esos labios que dicen que Kirchner es un dictador. Labios que se contradicen, en ese mismo instante en el que se les permite hablar, decir, estar en ese barrio pituco que suele votar a Macri para que sus calles estén libres de basura y de gente pobre que "arruina el paisaje". Gente que construyó con sus papeles y flores el maravilloso paisaje de la Plaza, ese espacio rotundo e histórico. Ese lugar donde todo ha pasado. Y donde hoy, dicen, que se va a armar quilombo si los gorilas quieren volver. Qué quilombo se va a armar si esos labios muertos ya por las manchas de la vida, no aprenden a respetar un poco a este pueblo.
gracielalornaSoy uno de los dos responsables en Berisso del Censo Nacional 2010 . El operativo que planificamos durante meses está funcionando perfecto. Un ejército de censistas desplegado en todo el territorio. Ahora estamos a bordo de una lancha de Prefectura navegando por el Delta Berissense, viene con nosotros la Directora Provincial de Estadística y un equipo de camarógrafos que van a registrar una curiosidad: los profes de educación física de Berisso que en kayacs están recorriendo el Delta para censar a los isleños. El sol ya se hace sentir y el río está planchado, dejándose recorrer mansamente. Suena mi teléfono: raro, en esta zona nunca hay señal. Es mi yerno, que me anticipa lo tremendo que se avecina: "Internaron a Néstor, parece que es grave". Un par de minutos más tarde, otra vez el teléfono: "Se murió". Lo transmito. Nadie lo puede creer. Algunos lloran. Estoy desolado. Le indico al oficial a cargo que pegue la vuelta al embarcadero. En silencio, vamos cortando el río de regreso (...) En unos minutos se desmoronó el mundo. Esa mañana de primavera, ese paisaje de postal, ese solcito cálido. A la vuelta no tuve tiempo de pensar. Hubo que salir a recorrer todas las escuelas convenciendo a los censistas que había que seguir, que había que hacerlo por él. Llegaban a las escuelas abatidos, muchos con los ojos nublados por el llanto, que habían compartido con los propios vecinos a los que habían ido a visitar. Hubo que hacerse fuerte. Y a la noche, muy tarde, recién pude llorarlo cuando me di cuenta de que ya no volveríamos a verlo más.
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