En la dramaturgia de Mariano Tenconi Blanco se intuye en cualquier acción, en el suceso que desbarranca la anécdota, la forma escondida de una urgencia por pensar la tarea misma de escribir. Entonces cómo no iba a sentir este autor y director cierto impulso por darle una posibilidad dramática a los diarios de los conquistadores, donde el viaje a estas tierras conjugaba la ciencia con una revolución interna que no lograban evitar y que iba más allá de la violencia y el dominio.

En El Barco, el prólogo de La saga europea, que Tenconi Blanco ideó antes de la pandemia, los procedimientos literarios, los cambios de punto de vista, la voluntad de contar que hace de los personajes que encarnan Agustín Rittano y Santiago Gobernori una suerte de narradores que se disputan la mirada sobre ese viaje agónico del que logran sobrevivir, funcionan para introducir ese mundo naturalista que necesitaba del detalle, de las descripciones y los datos del lugar a conquistar y de sus nativos, como parte de un dispositivo que, mientras se ensayaba generaba en quienes lo ejercían un deslumbramiento irremediable.

Aquí la historia se alimenta de una potencia cinematográfica deslumbrante. El trabajo de Agustina San Martín, que se une a Tenconi Blanco en la tarea de dirección de estos Modos Híbridos que el Complejo Teatral de Buenos Aires pensó en épocas de una escena de butacas vacías, hace de los recursos del cine de los años veinte otra línea narrativa. Entre la música vibrante y exquisita de Ian Shifres que opera como otra voz, el personaje de Calixto, el naturalista español que incursiona en ese barco alemán como una síntesis eficaz de la querella entre los imperios por el mundo colonial de América, va a desarmarse en ese vendaval. Su cuerpo timorato será parte de los placeres de la esposa del capitán Meyer, interpretada por Laura Paredes que desemboca, como un anticipo despiadado en la sirena criolla que Lorena Vega compone entre un verdor onírico, tal vez, para recrear la fascinación que generaban las nativas en los conquistadores europeos.

Gobernori sostiene en sus trabajos una estética que parece estar en diálogo con el universo de Alfred Jarry sobre el que realiza variaciones mientras le otorga una hondura particular, como un Ubú entrometido en mundos ajenos para inventar personajes desconocidos.

Es en esa mezcla de lenguajes, en esa manera de hablar que actores y actrices capturan a la perfección, que Tenconi Blanco encuentra una poética donde el conflicto se expresa en ese castellano impreciso que se descubre y se aprende en el momento de hacerlo intervenir sobre los hechos. El nivel de precisión de cada una de las actuaciones atraviesa el relato como si cada personaje quisiera hacer suya la historia. Es en la esposa del capitán Meyer, esa mujer determinante que Laura Paredes asume en un uso de la palabra ágil, detallado como si allí dibujara la trama que termina de atrapar a Calixto, donde la intriga desgrana el verdadero propósito que los hombres quieren mantener oculto.

Nuevamente Tenconi Blanco hace de los personajes femeninos las auténticas autoras de la historia, las que marcan las decisiones definitivas, mientras los hombres parecen realizar una pantomima de la versión oficial.

En El Barco la potencia de las imágenes donde San Martín, con inteligencia usa los movimientos de cámara para dar cuenta de un espacio que debe seguir referenciándose en el teatro, se articula la musicalidad de la palabra que después se desprende y estalla en ese español porteño que se acerca tanto a nuestro días, cuando los conquistadores llegan a nado, despojados de todo y cubiertos de barro a las tierras argentinas.

El Barco se puede ver de manera gratuita en www.complejoteatral.gob.ar