En abril se cumplieron noventa años del nacimiento de la escritora Hilda Hilst, aquella que por un conjunto de novelas pornográficas chics supo ser llamada la dama obscena de la literatura brasileña. Sin embargo, desde el comienzo y hasta sus últimos días fue sobre todo una poeta (y no poetisa, como ella misma se encargaba de aclarar) que buscó la trascendencia en las cosas mundanas. En su residencia de Casa do Sol, en Campinas, donde hoy está la sede del Instituto Hilda Hilst, vivió desde mediados de la década de 1960 hasta 2004 con decenas de perros, miles de libros y cientos de dibujos y pinturas, siempre rodeada de amigos escritores, músicos y artistas, a los que recibía continuamente.
Para ella, no sólo la pasión amorosa y la experiencia estética, sino también la embriaguez, la amistad y el amor a los animales podían delinear “el trazado de lo extenso en el Paraíso de lo inimaginable”, como se lee en Del deseo (Postales Japonesas) una de sus grandes obras. Publicado en 1992, este “libro de libros” de Hilst, traducido al español por Salvador Biedma, permite conocer mejor su lírica exaltada y blasfema. El primer verso establece un tono elevado que, con formulaciones heréticas y reivindicativas, se mantiene a lo largo de las páginas: “Porque hay deseo en mí, todo es resplandor”. El erotismo, gracias a la vía del exceso (que la escritora equipara a la “elocuencia de la Nada”), se convierte en un método para acercarse al “velado corazón de Dios”.
“Para pensar al Otro, yo deliro o hago versos”, sostiene Hilst en el décimo poema de la primera serie. Los sueños, las circunstancias irreales como punto de partida y el modo imperativo a la hora de tratar al amado (no hay súplicas en sus poemas) definen la primera serie del libro, que da título al volumen. Junto con “De la noche” componen una unidad espejada: ambas secciones fueron escritas en 1992 y contienen diez poemas cada una, conformados por inquietudes, fantasías y conjeturas. Una forma característica de la escritura hilstiana es el uso recurrente de enunciados condicionales. “Si dijeras que vi un pájaro/ sobre tu sexo, ¿deberías creerme?” y “¿Dirías que sueño el enloquecido sueño de un poeta/ si digo que me vi en otras vidas/ entre claustros, pájaros, unos barcos de marfil?” son ejemplos de esta forma retórica que, en parte, cede a lxs lectorxs la llave del misterio.
Otra es la interrogación a un amante, a un tú del que no se espera respuesta alguna. “¿Por qué no puedo/ salpicar con inocencia y poesía / los huesos, la sangre, la carne, el ahora/ y todo eso que va a deformarse en nosotros?”, se pregunta, así como también “¿Y por qué habrías de querer mi alma/ en tu cama?” y “Ah, ¿por qué me veo vasta e inflexible/ deseando un deseo que es vecino/ de un Hambre furiosa y obsesiva?”. Esa furia deshace identidades: “Soy esto: un alguien-nada que te busca”. El volumen incluye además la serie “Amavisse”, que significa “haber amado” y está dedicada al filósofo francés Vladimir Jankélévitch. Escrita en 1989, está centrada en la modulación de la voz poética y se la puede leer como un coloquio de las diversas sensibilidades adoptadas por Hilst. “Y yo despedazada, preñada de soledades”, se lee en el tercer poema. En el siguiente: “Diles principalmente/ que hay un hueco brillante en un todo muy abierto./ Y la negrura de un trazo en las paredes de cal/ donde la mujer-reverso se metió”. Y hacia el final, una clave en dos(re)versos: “Ay, Luz que permanece en mi cuerpo y en mi cara:/ ¿Cómo fue que desaprendí a ser humana?”. Con una musicalidad ebria, en la serie “Alcohólicas”, de 1989, Hilst forma pareja con el personaje de una Vida líquida, parrandera y “deductiva”, con la que practica “lobotómicas líricas” y “laxas falacias alegres” para provocar que lo sólido, horrorizado, se aleje. Al final, una y otra yacerán juntas. “Deambula. Acuéstate conmigo. Aprehende la experiencia lésbica:/ El éxtasis de acostarte conmigo. Bebe./ Desgarra tu propia medida”. Un libro fascinante, que invita a celebrar el brillo perecedero de los deseos.
Del deseo
Hilda Hilst
Traducción de Salvador Biedma
Postales Japonesas