A veces sueño con la amiga feminista definitiva
La conoceré en una rave
Se acercará con oscilantes pasos de Doctor Martens
Y un trozo de pastilla en la mano
Y me dirá
Toma tía
Un cuartito pa ti sola
Como la Virginia Woolf.

María Bastaros

“No se trata solo de algo sexual; la masturbación es también una meditación sobre el amor en solitario. Una constelación de sensaciones. Un espacio propio en el que refugiarse”, escribió Luna de Miguel, en el libro El dedo, breves apuntes sobre la masturbación femenina, de la Editorial Capitán Swing. El feminismo del placer muestra el lado A del feminismo. Luna lo escribe con formato periodístico en Playground, en poesía en el libro El arrecife de las sirenas, de la Editorial La Bella Varsovia (sobre la maternidad y la búsqueda del hijo) -que cuenta mientras su marido y también periodista Antonio J. Rodríguez pasea a Ulises, de un año, para que ella pueda hablar sin cargar ni distraerse- o en la novela El funeral de la Lolita, de Editorial Alfaguara. En Buenos Aires está editado El malestar de la felicidad, de Melón Editora. Y es sólo un ejemplo de los tantos que reeditaron el “las chicas solo quieren divertirse” de los ochenta de Cindy Lauper a nuestra nueva y vital configuración colectiva que nos muestra organizadas y sin perder las risas, apropiadas de lo que nos interesa y poniendo el freno a la publicidad que nos hace menstruar azul o a los medios que nos cuestionan caminar solas de madrugada. Porque la interrupción del flujo heteropatriarcal que producimos cuando marchamos, cuando creamos, cuando le ponemos nombre propio a nuestras causas es parte de una ola que no tiene retorno. Y también se escribe en clave de humor.  

Luna Miguel tiene 26 años. Empezó a escribir a los 18 en Público, en una columna que se llamaba “Ladras o mueres”, pero a la que le agregaron la frase “18 años y tan fresca” como si fuera un tomatito que vender reluciente en los expositores de los diarios. “¿Pero qué mierda es esto?”, se preguntó cuando vio lo de “fresca” como carta de presentación de sus textos jóvenes.  “A los 18 años todo el mundo es fresco. Lo raro es tener 80 años y ser fresco. Pero yo era muy desenfadada y me metía con las fachas de derechas, era muy mal hablada y escribía de estar follando, como si fuera un diario adolescente de verano”, describe. Luna lo dice con los labios rojos, con una pasión que apunta a sus dedos de trasnoche, entre los brazos que acunan a su bebé y que le quitan el tiempo con varicelas impertinentes, pero la pasión no se la quitan. Luna cita la poesía que da comienzo a esta nota y explica que el cuarto propio puede convertirse -por la magia del pop- en un cuartito. Puede desaparecer con la maternidad invasiva de todos los espacios, hasta -y más que nada del sueño- sin embargo, también, puede encender la pasión como una vigilia. “Cuando veo que Ulises y Antonio están dormidos, a la una de la mañana, en ese momento en el que la casa está tranquila, es muy tarde, sé que al otro día tengo que madrugar, pero sé que en el cerebro van a pasar cosas”, defiende el tiempo propio aunque sea arrancado a la noche y al tiempo sin tiempo. Luna empezó a considerarse feminista a los 22 años. Antes creía que pertenecía a una generación que no lo necesitaba y después que la vida se iba a poner cada vez más dura y que podía ser feminista y joven y no necesitaba tener un master.

En Playgorund practica un feminismo que consumen millones. Y explica esa apropiación del feminismo sin manuales, ni cátedras, desde una juventud hincada en papeles y redes sociales, que va por todo y no descarta nada: “Me da rabia cuando hablan de Beyoncé y dicen que no puede ser feminista. Si ella dice lucha a diaria lo es. El feminismo pop es tomar el lenguaje millennial y que la gente joven asimile el feminismo desde el principio y no sienta que tiene que leer toda  Simone de Beauvoir para ser feminista. María Bastaros cuenta quien coño son las artistas feministas que nunca se conocieron. Su poesía es maravillosa y se viralizó. Solo en Playground lo leyeron 100.000 personas. Es una forma de tomarse en serio el feminismo y al mismo tiempo reírse. El feminismo pop logra que cale el mensaje”.

Uno de las etiquetas que buscan ensombrecer el feminismo es contarlo como enemigo del sexo. ¿El feminismo pop revaloriza el placer?

–Una de mis amigas es Amarna Miller, que es actriz porno y feminista, y ella visibiliza que se puede tener una ética. El feminismo también es el placer y debería luchar para que las mujeres puedan hacer lo que quieran. Si quieren ver porno que vean porno y si quieren ser actrices que sean. Nadie te puede decir cómo disfrutar. Con el libro sobre la masturbación me decían que no era interesante porque ya todos saben que las mujeres se masturban. Pero después Facebook censura la tapa y es que no está tan aceptado. Mi idea es dar todas las opciones y que cada cual sea consciente que lo elige por voluntad propia.

No te cases nunca

“Es mediados de agosto de 2008, tengo treinta años y estoy en un coche en mitad de la campiña. Mi mejor amiga acaba de parar el coche en el arcén y después de bajar la cabeza y colocarla entre las rodillas me acaba de decir: no te cases nunca (…) Espero que esté diciendo «no te cases nunca» antes de que se lo diga yo, porque eso es lo que pienso. Estoy con una mujer inteligente, todavía en la veintena, que está sana y está cursando un doctorado en blanco hueso y el blanco hielo, sin atisbo de ironía” -escribe Lucía Lijtmaer en un texto de Yo también soy una chica lista, que se publica en mayo, en España, por Editorial Destino y tiene , también destino de Biblia del feminismo pop en el que despelleja a Friends y a las comedias románticas, cita realitys de boda y la vida frente a la televisión y el amor al sofá para recostarse y echarse a mirar como una anestesia legal y con menos efecto que la mezcla de hongos y antidepresivos (que no recomienda después de tener que socorrer a una de las invitadas de la boda de su amiga en la despedida de soltera en Amsterdam). Lucía tiene 39 años. No llora cuando ve un vestido blanco. Salvo -aclara- que tenga mucha pedrería y le parezca horrible. Nació en Buenos Aires en 1977. Se exilió junto a su mamá Estela y su papá Eduardo en España. Hay algunos latiguillos que destellan su origen que ya no se adivina en nada de su lengua. Escribió un libro que se llama “Casi nada que ponerte”, de Editorial Malpaso (sobre Mario y Roberto, una pareja de diseñadores de moda que se fundió durante el corralito) y tiene, en la tapa, una foto de la ex modelo Carmen Yazalde. Pero, además de periodista y escritora es la directora del festival de feminismo pop “Princesas y DarthVaders”, que se va a realizar; por tercera vez; el 8,9 y 10 de junio en Madrid.

¿Cuál es la potencia del feminismo pop?

–El feminismo pop tiene la idea de incorporar la cultura de masas a la práctica feminista. Tanto el análisis de los productos culturales que consumismos diariamente como con la posibilidad de aplicar la lucha por los derechos a la igualdad con técnicas de guerrilla pop. Por ejemplo, cómo haces llegar tu mensaje a través de herramientas digitales, memes, youtube, gifts, trollear a tipos machistas para dejarlos en ridículo. Lo académico es muy elitista y no interpela a muchas chicas, hombres o señoras mayores que a través del humor sí les podes llegar. Una se siente muy reconocida con lo que se hace en México o Argentina y eso es por un vaso comunicante.

¿El feminismo pop tiene el riesgo de caer en exceso de marketing?

–Nos quieren convertir en nicho de mercado y ahora no paran de surgir productos para estas nuevas chicas feministas y hay una parte que tiene ganas de unirse a la lucha y otra parte que quiere hacer negocio con productos televisivos o cine de mujeres que se van de juerga. Jud Apatow, de la serie Girls, se puso a hacer películas más feministas. Me encanta que haya un mainstream, pero también puede ser un negocio.

Estereotipas

De vulvas y gatitos

 “Es una lástima que a muchas mujeres todavía no les guste adoptar la etiqueta feminista, a pesar de que disfrutan de todas las libertades logradas por el movimiento. Si no fuera por el feminismo, no podrías votar, no podrías entrar en un bar, no podrías tener una empresa; o tal vez sí, una panadería donde solo servirías comida que hubieras cocinado tu”, le dijo al diario español El Mundo, el 2 de mayo del 2016 Cindy Lauper. Los gorritos rosa chicle de pussyhats (un chiste entre la palabra vagina y gatito que hace espejito rebotín con el desprecio y lo vuelvo orgullo colectivo) hicieron del rosa punk un alarido sobre las mujeres visibles, el 21 de enero del 2017, en la marcha para repudiar la misoginia del presidente norteamericano Donald Trump (un día después de su asunción) en la Casa Blanca. En la marcha habló Santa Maddona pop (más feminista que nunca) mientras la actriz Emma Watson y la cantante Miley Cirus compartían fervor con activistas históricas como Ángela Davis.

Madonna, en la gala anual Billboard Mujeres en la Música, de Nueva York, en diciembre del año pasado, arremetió: “Cuando sos mujer tenés que jugar el juego. Se te permite ser linda y sexy. Pero no parezcas inteligente. No tengas una opinión que no esté alineada con el status quo. Se te permite ser cosificada por los hombres y vestirte como una puta, pero no podés apropiarte de tu putez. Y ni se te ocurra compartir tus propias fantasías sexuales con el mundo. Sé lo que los hombres quieren que seas, pero más importante, sé lo que las otras mujeres se sienten cómodas que vos seas alrededor de otros hombres. Y finalmente, no envejezcas. Porque envejecer es un pecado”.

Si hay algo que unió la sabiduría de las heridas con la irreverencia de las nuevas generaciones y convirtió los insultos en pancartas y la diversión en lucha es el feminismo. Un nuevo feminismo que se convirtió en potencia política y sacó (una vez más) los corsets y desató sus corpiños (o los levantó con push up de antojo y furia) fuera de moldes para poder disfrutar y reivindicar la cultura pop sin necesidad de una hegemonía discursiva (o de pensar todas lo mismo) ni de vaciar de sentido la pelea por la igualdad para volverse digerible en una cultura de ideologías leves y democracias de votos al paso y autoritarismos reciclados. En ese camino, desde Beyonce a Harry Potter, desde la princesa Leia hasta Girls pueden ser elegidas (o no) como contenidos y referentes que apelen al humor, el entretenimiento y una estética que se monten en la gran bestia pop para derribar a la (mucho peor) bestia machista.

En España, el 8 de marzo, la organización OxfamIntermón organizó un debate sobre “Violencias contra las mujeres: el iceberg completo” con periodistas de España y Latinoamérica y adhesión al paro internacional de mujeres. Y el 9 de marzo, en el XVIII Congreso de Periodismo Digital de Huesca, se realizó el programa “Mujeres al borde de un ataque de medios”, de Carne Cruda, donde su conductor, Javier Gallego, fue interpelado por Barbijaputa (columnista y autora de “Machismo: 8 pasos para quitártelo de encima”) e invitó a debatir a las periodistas Luna de Miguel, Lucía Lijtmaer, Catalina Ruiz Navarro, Magda Bandera y Ana Requena junto a Marcela Ospina (de OxfamIntermón), entre otras entrevistadas.

En Huesca, España, Las/12 pudo entrevistar a Estereotipas, un canal de Facebook y Youtube de feminismo irreverente, gracioso y muy bien formado que rompe todos los moldes y barreras y a las escritoras y periodistas españolas Lucía Lijtmaer y Luna de Miguel, con libros editados en España y Argentina. Las seis forman parte de un mapa latinoamericano y europeo de plumas y labios filosos, con camisa abotonada, teta maternal, hijas prestadas a una novia madre o chicas que no se ilusionan frente a un vestido blanco. Ellas muestran un ajedrez feminista (pero multicolor) que sabe hacer de la literatura y el humor un jaque mate magistral al binario machismo moderno.

Luna de Miguel

Sin pedir perdón

El feminismo pop también es diverso, irreverente y (muy especialmente) latinoamericano. Estereotipas tiene un canal de Youtube, Facebook y Twitter con columnas, entrevistas y humor, creado en noviembre del 2015, que va al frente, sin pedir permiso, ni hablar con medias tintas. “Yo soy cuarta generación de feministas. Mi bisabuela, mi abuela, mi mamá trabajaron para que yo hoy pueda ser esto”, reconoce Catalina que en las redes se denomina Catalinapordios porque su rebeldía la llevaba a ser retada con ese mote que nunca la encarrilló porque ella estaba criada con el permiso de opinar, interrumpir y decir lo que pensaba aunque le gritaran “¡Por Dios!”. Catalina tiene 34 años, nació en Colombia y es filósofa. Pero vive en México con su pareja. “La amenaza que nos acecha a  todas las feministas es que nos vamos a quedar solas. La disyuntiva entre ser amadas y defender los derechos es muy cruel porque ser amada es una cosa de supervivencia. Nosotras necesitamos que nos quieran y así es como muchas mujeres caen en aliarse con el patriarcado. Pero eso es mentira. El feminismo da amor, comunidad, amigas”, destaca Catalina que se casó de rojo con su novio de blanco (entrenado para autodenominarse como macho en rehabilitación y ser amo de casa) y el propósito de reinventar el amor heterosexual.

A Catalina, en Colombia, sus amigxs le decían que era intimidante, en principio, por ser alta. Pero ella no se achicaba, sino que se iba de fiesta en tacones. “Porque el que se intimidaba por ser alta rasero de pendejos”, maldice. Pero, mucho más, por ser feminista. “En mi casa me criaron independiente y no había tenido un hombre en la familia hasta mi marido. No tengo la reverencia a los manes que muchas chicas aprendieron en el colegio o en la casa. Yo no estoy acostumbrada a no contradecirlos. Por eso sentía que ya tenía mi vibrador, mis amigos y mi perro y que me iba a quedar sola porque no me llegaba ni un mensaje coqueto. Hasta que tuve un flechazo con Ricardo y me enamoré perdidamente”, relata. “Desaprender el machismo es muy duro. Es un ejercicio de todos los días tener un matrimonio feminista”, apunta.

 

Catalina y Estefanía se conocieron en un programa de radio hablando de porno de una manera fresca, desparpajada e irreverente. De ahí en más formaron un dúo dinámico. Estefanía tiene 32 años, es abogada, docente e investigadora. Al grupo se sumó Marcela Zendejas, de 30 años, politóloga con especialidad en derechos humanos y economía solidaria y, ahora, productora y videoasta de Estereotipas que conoció a Catalina porque era amiga de Ricardo.

“Soy fan de la moda. Crecí entre telas y máquinas de coser que era la forma de autosuficiencia femenina”, recuerda Catalina, con los labios pintados de rojo, camisas que la vuelven exultante, a lo femme, polleras que muestran sus piernas largas y botas que la destacan. Todo menos pasar inadvertida. Y nunca, pero nunca, dejar de irse de fiesta cuando vuelve a Barranquilla. Con reaggeton, claro. “Toda la música es machista. Las canciones son síntoma y no causa del machismo. Pero se la agarran con el reaggeton porque es negro y popular y las mujeres mueven el culo. El reaggeton es muy liberador porque toda la vida nos dijeron que no podemos manifestar el deseo sexual pero todas, hasta la más culiapretado, manifiestan su deseo bailando. Esa liberación, incluso si la letra de la canción es machista, es muy  importante para las mujeres”, valoriza Catalina.  ¿Es diferente el feminismo de primer mundo al sub tropical? “Yo que soy Caribe no puede entender las críticas. En Barranquilla es bailar o morir. No puedo entender un mundo donde las mujeres no podemos disfrutar del sexo, no podemos ver porno. El reaggeton nos libera porque es irresistible. Es un golpe de tambor que habla al corazón. La música tropical genera una comunicación con los cuerpos”, remarca.

“Hay que desestigmatizar el feminismo”, propone Catalina, fan declarada de Malena Pichot. Ella define el feminismo pop: “Usamos un lenguaje del que somos nativas y con un componente emotivo muy poderoso. Por eso el pop es popular. Y lo latinoamericano tiene que ver con que hay feminismo pop norteamericano y en inglés. Pero tienen la limitación que son gringas blancas y no se conectan con nuestra realidad”.