Ioshua fue su obra. Frase usada hasta el hartazgo, si las hay, pero pocas veces tan evidente, tan dolorosamente evidente. Nacido como Josué Marcos Belmonte, en Haedo, en 1977, pero criado en el Barrio Libertad, Merlo, este pibe resurgiría como artista y activista puto-punk adoptando el nombre de Ioshua para convertirlo en lo que hoy es: una figura atractiva, un poeta de enorme trascendencia para el ámbito nacional, como mínimo. Y, al mismo tiempo, una persona complicada, que se hizo de amigos con la misma facilidad con la que se distanciaba de ellos, que trae aparejados sinsabores, pero que ha dejado una obra cuya impronta todavía es difícil medir, a cinco años de su fallecimiento, víctima de una osteoporosis lumbar y también aquejado por un tratamiento irregular de HIV. Ioshua fue su obra: ni sus fanzines, ni sus poemas publicados, ni las fotos que todavía se pueden encontrar en internet, alcanzan el mínimo ápice del impacto que producía verlo recitar, caminar, hablar. Un impacto que no necesariamente podía llegar a ser bueno, sino que era eso, un impacto. Ioshua. La biografía, de Facu Soto, es un libro escrito a la manera de Ioshua, con entradas fragmentarias, pequeñas explosiones a modo de anécdotas que permiten entrever a un poeta que hizo de sí mismo su único, mejor trabajo, y cuya irrupción en el ámbito del under, primero porteño y luego federal, despierta un sinnúmero de preguntas en torno a qué significa escribir poesía hoy. Poesía que importe, digamos. Poesía que impacte.
Es difícil precisar la fecha en donde Ioshua hace su primera aparición pública de resonancia por varios motivos. El libro de Soto, precisamente, se ahorra tratar de rastrear ese principio y se aproxima a su biografiado lateralmente, pasando del Barrio Libertad a las primeras anécdotas de artistas que lo frecuentaron. El primer lugar retratado como espacio para sus intervenciones es la librería y galería de arte Belleza y Felicidad, a mediados de los 2000, pero pronto aparece toda una zona de despliegue del trabajo de Ioshua con la que se lo identifica más: el espacio alternativo que confluyó en las primeras FLIAs (Feria del Libro Independiente y Alternativa), en 2006, y la creación de espacios culturales que salían del riñón del evento, que tenían que ver con sus organizadores y con los que armaban sus diversos proyectos editoriales a la luz de estas nuevas propuestas, como el Centro Cultural Pachamama, en Villa Crespo, o El Emergente del Abasto. Todo este mapa alternativo no es inocente en la mención: sintetizan, de algún modo, lo que se podía encontrar en la poesía de Ioshua. Esto es, la búsqueda de lo contestatario, la respuesta individual a cualquier tipo de molde, el hecho de llevar el espíritu autogestivo del punk como un modo diferente de hacer política, desde abajo y por fuera de cualquier estructura previa.
Pero, ¿qué hay en la poesía de Ioshua para haber generado tanto impacto? En principio, recuperaba una veta poderosamente expresiva que se apoyaba en la mención directa de sentimientos, los cuales servían como carta de presentación y a la vez ligaban a la voz lírica con el sujeto de la performance: resultaba muy difícil separar al poema de quien lo decía. Por otro lado, a ese uso tan consciente del tono melodramático habría que sumarle la construcción interna de sujeto de deseo y objeto amado: la (¿re?)construcción de amoríos homosexuales en su trabajo poco tienen que ver con el modelo de la “loca” que pueblan los poemas de Néstor Perlongher o con el “mapa de sentimientos” de lo gay en Mariano Blatt, para citar ejemplos de la poesía argentina reciente. En Ioshua, lo que encontramos es al pibe puto de barrio de conurbano, tan bien sintetizado en el concepto “Cumbiagei” que supo mover cual mantra y que ocupaba tanto sus participaciones de DJ como sus publicaciones.
En los poemas de Ioshua, en definitiva, no hay pelos en la lengua, hay guasca: “Pija mucha pija / a la tarde en mi cama toda revuelta / con el chonguito de la esquina. Un poema / cualquier poema / re manija de merca y con la remera manchada / de guasca, / mi amor, / vamos para la estación a pegar base”. Este poema, “Cualquier poema”, de Pija, birra y faso (Nulú Bonsai, 2009), es apenas una muestra de una producción atravesada por las drogas, los abusos (propios y ajenos), el margen, el conurbano y la muerte. Y por fuera de toda metáfora: Ioshua supo llevar adelante en su poesía un desplazamiento propio de la producción poética del siglo XXI (sólo para poner fechas), y es esto de hacer del poema, carne. Pese a que eso signifique poner en riesgo la propia integridad.
Soto insiste poderosamente en algo que para cualquiera que conociera a Ioshua era evidente: él se consideraba el mejor. Quería estar en los grandes espacios del arte, construía anécdotas nunca probadas de que su obra era vendida en New York o Berlín. Las mismas historias que se confundían con el relato de los abusos que sufrió de niño por parte de su padre y que llegaban a cansar de tan extensos e insistentes que resultaban. Hablar con él, tal como recuperan los entrevistados en esta biografía coral, era sumergirse en un territorio de oscuridad con algunos pocos oasis de luz que se agradecían. La biografía de Soto no deja de presentar un contraste: podía llegar a ser la persona más dulce del mundo o convertirse en alguien realmente insoportable, una de esos que se creen que “van de frente” porque se pelean seguido con quienes lo rodean. Y, sin embargo, eso no deja de configurar un esquema dinámico de fuerza: como la droga, Ioshua pega.
Ioshua. La biografía es un libro íntimo porque reconstruye, a través de sus protagonistas, entre confesiones y charlas casuales, la vida de una figura que fue, es, emblema de la escena under. El libro resulta así la síntesis de una época que parece, hoy, en estado de transformación: el tiempo dirá, para adoptar nuevos modos o para cerrarse sobre sí misma. Con algunos errores o imprecisiones (como la fecha de fallecimiento, anunciada en un mes al comienzo del libro y en otro al cierre), con algunos excesos (como la sobre-interpretación de los dibujos del poeta y la ausencia de ojos en sus personajes), el trabajo de Soto no deja de ser un texto que hay que visitar, y que permite pensar una operación. Ioshua parece camino a convertirse en un mártir, y esta biografía, un paso en ese trayecto, es también consciente de ese problema. Varios poetas, sobre todo, de las nuevas generaciones, lo reivindican como influencia, lo retoman como un santo. Varios medios, en donde antes Ioshua no tenía lugar, sacan una nota para anunciar alguna novedad. Pero, ¿quién fue? ¿Qué fue? Es probable que, con el paso del tiempo, la memoria de quien fue Ioshua se convertirá en un símbolo antes que en un artista. Contradictorio, sí, lleno de imperfecciones, pero que escenificó las tensiones entre arte y vida, entre política y estética, sin necesariamente ser un lector sutil o académico. Él era lo que quería decir. Queda la obra, publicada en sellos como Nulú Bonsai (que sacó Todas las obras acabadas, casi 700 páginas con sus trabajos) o Milena Caserola, entre muchas otras. Bien podría agregarse que todavía quedan cosas por decir de su escritura. Alguna que otra cosa más, seguro, como una buena cumbia, con más sentimiento.