Hay varias maneras de leer un libro como La chica del milagro, el primero publicado por Cecilia Fanti (Buenos Aires, 1985). Es, por un lado, la narración de un hecho real, un accidente que ella sufrió en carne propia. Para esa forma verbal existe un protocolo con coordenadas temporales, informe detallado de tratamientos y de la relación con médicos, por medio de una escritura documental que repasa los treinta y cinco días de internación en una clínica porteña. “La cantidad de médicos que visitan a un paciente es variable: triangulan la gravedad de su estado, el plan de su prepaga y la curiosidad profesional por el caso”, cuenta la narradora. Por otro lado, a esa reconstrucción textual que parece acompañar la del propio cuerpo, Fanti le añade una perspectiva horizontal. Todos los sucesos, desde los más dramáticos hasta los más anodinos, se observan desde una posición forzada: “Estoy atascada en la cama, en la comida, en la mirada”. Desde allí recibe, como una dama en su salón, las visitas de familiares y de amigos, las atenciones de las enfermeras y los kinesiólogos, el ceremonial de improvisadas juntas médicas; en la cama saborea helados contrabandeados por el novio o toma mate a escondidas. Esa perspectiva define una estrategia narrativa cautiva.
“Empecé a escribir en septiembre de 2012, días después dejar la clínica -cuenta Fanti?. La fuente, en ese momento, era estrictamente la memoria. Me sentí una máquina de recordar que lo ponía todo por escrito. Tenía pánico de olvidar: a las personas, los olores, las rutinas, las anécdotas. Después, con el tiempo, se fueron sumando las fuentes para la obra.” Hubo una fuente escrita que resultó infalible. “Mi historia clínica. Más de doscientas páginas que me dieron, sobre todo, vocabulario específico: medicamentos, diagnósticos, formatos. Con más tiempo y trabajo apareció el artificio, trabajé sobre esa escritura, empecé a pensarlo como una unidad”, indica.
El primer libro de Fanti ?una crónica sobre el milagro de su recuperación luego de un accidente de tránsito en la ciudad de Buenos Aires? es a la vez el primer libro publicado por Rosa Iceberg, la editorial creada por Tamara Tenembaum, Emilia Erbetta y Marina Yuszczuk. Es, también, uno más en la tradición que une la escritura a la experiencia de la enfermedad como motivo de la representación literaria. “No sé si es una tradición, pero lo cierto es que fueron todas mujeres las que me ayudaron a pensar en mi propia experiencia ?señala Fanti?. Virginia Woolf con su ensayo De la enfermedad, Joan Didion con sus libros sobre la muerte del marido y la hija, los diarios de Katherine Mansfield y los ensayos de Susan Sontag, y también, por supuesto, los libros de Sylvia Molloy. Han sido todas mujeres las que leí durante el proceso y con las que creo que el libro podría dialogar, por su relación con el dolor.” Casi en simultáneo, se conocieron en el país libros sobre esa temática firmados por Leonor Silvestri, Mercedes Güiraldes, Silvia Horowitz, por mencionar sólo a autoras.
Sin el accidente de esa mañana de invierno de 2012 no hubiera ocurrido, el primer libro de Fanti hubiera sido otro. Y otro también el sesgo que tomarían las relaciones con la madre, custodia atenta durante la internación; el padre, fóbico y presente sólo a la distancia; el novio y los amigos, todos quizás algo desplazados por el protagonismo asumido por enfermeras y médicos, verdaderos dueños del cuerpo en una sala de internación. “Escribir fue, en principio, un ejercicio de rehabilitación”, dice la joven autora. En ese ejercicio se articulan el presente continuo de una relación amorosa con las interpelaciones al pasado, el abandono de los eufemismos en el relato de las circunstancias penosas con el pasaje imprevisto a la escritura poética para describir la sensación de la carne viva: “Por adentro somos rosas/ muy rosas/ tan rosas/ rosa carne recién cortada y exhibida”.
La chica del milagro
Cecilia Fanti
Rosa Iceberg