Hay cierta indeterminación en ese espacio blanco dispuesto para que los personajes dejen sus huellas amorfas como una escritura hecha de retratos pasajeros que pueden contenerse en un solo nombre o un borrador donde se anotan ejemplos sociales que hacen del fragmento una biografía siempre cambiante. La dramaturgia de Leonore Confino diseña una mujer y un hombre como si fueran un catálogo de la especie urbana. Pero tal vez Arielle y Ariel estén construidos desde la fatiga de abarcarlo todo. Ella podrá ser una mujer decidida en sus conquistas, dispuesta a pasar la noche con un desconocido, a tener un amante y engañarlo y también podrá planear una huida fantástica de su mundo de esposa y madre sin dejar de ser ella. Hombres y mujeres se ven atraídxs por aquello que no tienen. Se salta de la soltería al matrimonio y se descubre que ante el divorcio la mujer puede ser más bella y centrarse más en sí misma. 

Hay una fuga hacia delante en estos personajes, una fantasía imprecisa que supone otros escenarios de felicidad. Se engolosinan en una maldad liviana, esa que entiende los vínculos como una batalla. Tanto Rosario Audras como Diego de Paula actúan con cierta displicencia, sin involucrarse del todo, atentxs a esa impostura que señala una distancia en las escenas que lxs contienen.  Hay en ellxs una soledad irrecuperable, como si el diálogo muchas veces exasperado que lxs une sin retenerlos, fuera en realidad una voz interna que les reclama siempre otra cosa. 

La estructura episódica permite un clima donde las consecuencias parecen no tener volumen, como si los personajes se vaciaran frente a cada nueva experiencia. El conflicto es más poderoso en la articulación de una escena con otra que en el interior de cada drama. En la puesta de Catherine Schaub se resalta el valor expositivo de cada situación, especialmente desde un uso del humor que tiene una espesura crítica. Esas conductas totalizadas, mostradas como partes aisladas para ser analizadas, insertas en capítulos interrumpidos, se encienden en todas sus exageraciones, muestran las ridiculeces y torpezas con trazos enormes. A la autora francesa no le interesa amparar a sus criaturas en un desarrollo que despierte en el público alguna comprensión tranquilizadora. En Arielle y Ariel hay desesperación. 

El texto final que Audras le dice a la platea, instala otro nivel dramático. Allí se establece una tensión con el armado de la obra. La actriz desplaza el conflicto hacia los espectadores a partir de un relato en primera persona. Es el momento de mayor identificación a nivel actoral, donde Audras parece liberar la emocionalidad por la que transitó sin descanso pero que pocas veces pudo presentar ante su compañero sin correr el riesgo de perderse, de dejar de resultar interesante, de convertirse en un instrumento del otro, de sentirse desechada en su sinceridad. 

La acción es vertiginosa, no solo porque Corfino entiende que la permanencia no es el paradigma de esta época sino porque el deseo parece algo difícil de localizar. Los personajes obedecen más a una demanda externa, ligada a las exigencias de felicidad de un sistema que se sustenta en la imposibilidad de llevarla a cabo. No son individualidades sólidas que se enfrentan a las contrariedades a partir de una identidad compleja y autónoma. Arielle y Ariel son reproductores de esa ideología del consumo que ve en los afectos una propiedad, algo para tener y soltar cuando termina de complacernos. 

El personaje femenino, sin embargo, se muestra capaz de crear una actitud desconcertante, a diferencia de una masculinidad que todavía no descifra esa iniciativa que desequilibra el mundo. Y

Ring se presenta los martes a las 21.30 en El portón de Sánchez. Sánchez de Bustamante 1034. CABA.