La pandemia del COVID-19 ha destapado problemas sistémicos en la educación, la salud y, por supuesto, en la alimentación. En una situación en la que ciudades, pueblos y provincias han impuesto bloqueos-blindajes territoriales para evitar la propagación del virus, la soberanía alimentaria resulta ser una necesidad que debe diseñarse en sus diferentes niveles: municipal, provincial y nacional. La soberanía alimentaria es un paradigma sustentado en los principios morales de solidaridad y cooperación para proteger uno de los derechos más fundamentales: una alimentación sana y equilibrada.
Si nos centramos en la provincia de La Rioja, según el reciente relevamiento del impacto social de las medidas del aislamiento dispuestas por el PEN, elaborado por la Comisión de Ciencias Sociales de la Unidad Coronavirus COVID-19, se señala como factor crítico el acceso y la provisión de alimentos (Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación/CONICET/Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, marzo/2020). Esto se da en una provincia cuyo principal sector económico es la agricultura. ¿Cómo es posible? Quizás la respuesta la podemos encontrar en un modelo pensado en los grandes negocios y la exportación.
Hoy la agricultura familiar viene a suplir esta deficiencia con un abastecimiento local y solidario, en un contexto en el que la pobreza y el hambre están alcanzando niveles alarmantes. Según la Subsecretaría de Agricultura Familiar y Desarrollo Territorial, la agricultura familiar tiene cuatro virtudes: la generación de divisas; la generación de empleo; el abastecimiento de productos frescos y de alto valor nutritivo; y el autoconsumo de alimentos dando lugar a la seguridad y soberanía alimentaria.
Además, sobresalen otras virtudes: la organización de pequeños productores agrícola que crean redes de distribución domiciliaria, como es el caso de la Red de Contención Alimentaria de Chilecito de la Subsecretaría de Agricultura Familiar Campesina e Indígena/Equipo Territorial Chilecito, apoyada por la Universidad Nacional de Chilecito. Desde este tipo de organización se fomenta la solidaridad y cooperación entre los pequeños agricultores y los sectores más vulnerables de la población. La organización ofrecer bolsones de verduras a un precio accesible a grupos sociales que, por prevención, deben estar aislados, o a comedores barriales, o simplemente a familias y personas que la pandemia las hacer buscar otras formas de vivir y alimentarse.
La agricultura familiar nos invita a pensar la economía y la sociedad con una apuesta en lo local. En palabras del economista chileno Manfred Max-Neef, una economía que esté al servicio de las personas y no al revés; un desarrollo que tiene que ver con las personas, con nuestros vecinos; una apuesta por el desarrollo local como fundamento de toda economía real; una economía en armonía con la naturaleza y sustentable en el tiempo.
La crisis generada por la pandemia del COVID-19 es una oportunidad para repensar con más seriedad los límites del desarrollo humano, que no puede producirse al margen de los ecosistemas. El cambio climático o las pandemias son el resultado de un desarrollo que ha pensado en un crecimiento infinito, y de ganancias concentradas en un pequeño porcentaje de la población. De ahí, que se requiera el fomento de valores como la solidaridad y la cooperación para pensar localmente y actuar globalmente.
*Directora del proyecto de “Fortalecimiento de la red de contención alimentaria de la agricultura familiar del departamento Chilecito, en el marco de la pandemia COVID-19 (2020/2021)”, Universidad Nacional de Chilecito (UNdeC).**Docente e investigador de la UNdeC.