“Allí conocí a quienes serían mis hermanas para toda la vida”, decía la resiliente Helen Jones Woods hace poquitos años a cuento de la big band que cofundó en los 30s: la International Sweethearts of Rhythm, orquesta genuinamente integracionista, sin precedentes en Estados Unidos, donde valientes muchachas desafiaron el racismo y el sexismo imperantes de esos días. Helen murió los pasados días por complicaciones derivadas del covid-19, a los 96 años, tras una vida “llena de dificultades y de bendiciones”, en palabras de Cathy Hughes, su hija. Que hoy recuerda a esta leyenda del jazz como la mina que la llevaba a marchas por los derechos civiles con apenas 5 añitos (“y me echaba la bronca si no tenía en alto nuestro afiche”), que invitaba a jóvenes sin techo a almorzar cada domingo, que siempre separaba un manguito para que fueran a museos “aún cuando costaba llegar a fin de mes”.

Desde el vamos, la vida de Helen Jones Woods no fue un camino de rosas. Nació en 1923 en una zona rural de Mississippi; su madre, una mujer blanca, la dejó a los pocos días en un orfanato “para niños blancos”. Al descubrir el personal que la bebé era hija de padre afro, casi la pone de patitas en la calle. Entonces aparece Laurence Clifton Jones, fundador y director de la escuela Piney Woods, una institución que pretendía remediar el altísimo analfabetismo de hijxs y nietxs de esclavxs. Junto a su esposa Grace adoptan a Helen, aunque el secreto a voces es otro: al parecer, la niña es hija ilegítima del pedagogo, fruto de un affaire.

Helen crece y estudia en Piney Woods. Papá Jones, mientras tanto, redobla los esfuerzos para mantener la escuela a flote: para juntar cash, crea grupos musicales con estudiantes, que hacen giras y traen unos mangos de vuelta. En el ’37, forma la banda instrumental Sweethearts of Rhythm, para las que recluta a chicas de ascendencia hawaiana, china, india y mexicana en pos de impacto. Las promociona como “un paquetito musical envuelto en el celofán de la belleza, por cuyas venas corre la sangre de cinco razas”, y las manda a tocar. Mucho, muchísimo: hasta 12 shows en un mismo día con el fin de recaudar y recaudar con sus celebrados repertorios de swing y jazz. Aunque Helen hubiese querido tocar el violín, le endilgan el trombón, que acaba maniobrando de mil maravillas, y con apenas 14 años es miembro fundacional de la rompedora orquesta.

Es tal el suceso de la banda que aparecen managers que les endulzan los oídos: si rompen ataduras con la escuela, les dicen, las convertirán en verdaderas estrellas. Las chicas se dan a la fuga y aunque Laurence Jones intenta que la policía intervenga, no hay caso: su hija y las demás se niegan a regresar. Bajo flamante nombre, Internacional Sweethearts of Rhythm, se suman más músicas: chicas blancas, con experiencia y mayores de edad, con las que traban entrañable amistad. Todas viajan juntas, ¡las 17!, en su propio autobús, el Big Bertha, donde debían apañarse para dormir y comer durante sus largas, extenuantes giras. En muchos casos, con las cortinas cerradas: por las nefastas leyes Jim Crow, el mero hecho de compartir transporte hubiera significado condena y cárcel. Gesto de enorme coraje por el que algunas voces las llaman “las primeras Freedom Riders”, que se anticiparon ¡por décadas! a aquel grupo de activistas que, en los 60s, se lanzaron al periplo de montar bondis interestatales pidiendo el fin del segregacionismo.

Cuestión que, no sin riesgos, las Sweethearts lograron moverse a lo largo y ancho del país, actuando en escuelas, ferias locales, estadios de beisbol y cantidad de teatros, donde comparten escenario con Ella Fitzgerald, Billie Holiday, Dizzy Gillespie, Duke Ellington, Count Basie. Entre sus toques más exitosos, el del Howard Theatre de Washington, en 1941: más de 35 mil personas fueron a verlas en apenas una semana. Por su espectacular versión de St. Louis Blues, el propio compositor W.C. Handy las bañó en elogios. Y ponderadas por la prensa negra en el apogeo de su carrera, durante la Segunda Guerra Mundial, no faltaron los colegas que dispensaron típico “halago” machista: “¡Tocan como varones!”. Por esos días, las fichan para entretener a las tropas estadounidenses, y así vuelan a París y a distintas ciudades ocupadas de Alemania para dar shows a soldados.

Aunque hicieron varias grabaciones -de tracks como Vi Vigor o Don’t Get It Twisted, con arreglos del reputado Maurice King-, y existen soundies (clips) que registran su dinamismo sobre el escenario, es poco el material que ha sobrevivido de las Sweethearts. Se separaron en el ’49, tras laburar incansablemente durante más de una década. Y recibir poco y nada a cambio, vale recalcar. De hecho, hubiesen pasado al olvido de no ser por la segunda ola feminista que, en las décadas del 70 y 80, las redescubre y revaloriza, destacando su hacer pionero. De 1986 es el documental International Sweethearts of Rhythm, dirigido por la laureada Greta Schiller en colaboración con Andrea Weiss: mediometraje que fue proyectado y premiado en prestigiosos festivales de Alemania, Francia, Estados Unidos. Al que siguieron otros cortometrajes, libros, estudios, conferencias.

Después de las Sweethearts, Helen probó suerte como trombonista de la Sinfónica de Omaha, pero pudo dar un único concierto: nomás enterarse que era hija de un hombre negro, la echaron sin miramientos. Entonces dejó la música para siempre, se dedicó a la enfermería, luego a la asistencia social. “La música le hizo mucho daño”, lamenta su hija Cathy, que gracias a la arenga de su mamá, de grande fundaría Radio One y se convertiría en la primera mujer afroestadounidense en liderar una corporación que cotiza en la bolsa.