La música constituye un soporte privilegiado para el aprendizaje del lenguaje del niño autista. Los vocablos que rechaza escuchar o pronunciar se vuelven movilizables cuando son encajados en una melodía. “Teníamos la impresión --constata una madre--, de que la barrera erigida por Elly para defenderse contra los vocablos cedía delante de la música”. Aunque era incapaz, a los 4 años, de asimilar el vocablo más simple, Elly podía retener un tono de música y podía relacionarla con una idea. “La canción ‘Feliz cumpleaños’ se volvió ‘Pastel’ y por extensión ‘Velas’ y ‘Fuego’. Una canción de cuna tomó el sentido de balancear […] Las canciones de los enanos de Blanca Nieves, por ejemplo, significaba ‘ahuecar’. Resaltamos --continúa su madre--, que ella no cantaba jamás esos leitmotiv al azar o por el placer de cantar, como ella lo hacía con otras tonadas. Ella los ejecutaba rápidamente, esquemáticamente, con un fin funcional: suficientemente bien para que le sirvan para sus fines. La música le permitía acercarse a los vocablos, ya que había evidentemente en cada leitmotiv un núcleo puramente verbal.”

No es raro que ciertos niños autistas experimenten una atracción por la música y que eso se vuelva insoportable por sus allegados. Pueden reproducir interminablemente la misma música, a veces cantando en alaridos. Ouellette escuchaba una canción de Elvis Presley decenas y decenas de veces seguidas. “En una misma canción”, dice, “un pasaje de algunos segundos podía estimularme tanto que yo le volvía a reproducir hasta volver locos a mis padres”. Discierne en su pasión por la música una “dimensión de refugio en relación con el estrés permanente y el mundo incomprensible”. Ella permite además una expresión sin palabra, y un goce solitario de la voz, que están probablemente en el principio de su atractivo para el autista.

*Fragmento. Texto completo en Psicoanálisis Lacaniana. 1/9/2014.