De chico, cuando la familia Ferrari iba al campo, llevaba al niño León a misa. Aunque ya de grande León Ferrari no recordaba un clima demasiado beato en aquellos encuentros religiosos, sólo tenía una certeza: la tragedia llegó cuando entró al colegio de curas. “Y ahí sí: fue el infierno. No por alguna tortura explícita, sino por la idea del infierno que metían en la cabeza”. Esos primero años marcaron su obra y su vida.
La última vez que lo entrevisté, en julio de 2012, recuerdo que, mientras caminábamos hacia la puerta de su departamento para despedirnos, me dijo: “El que no es conmigo contra mí es, dijo Jesús. Eso después lo tomó Mussolini: Chi non è con noi è contro di noi”. Conversaciones entre Jesús, Jehová y Hitler, de Editorial Ripio, es el último collage literario de Ferrari nunca antes publicado. Poderoso, heterodoxo, agudo y entrañable, Ferrari vuelve a interpelar sobre ese cruce entre política y religión que lo desveló.
Entre 1999 y 2004, Ferrari trabajó en este collage literario, una pieza escrita para ser representada, que reúne ideas que expresaron Jesús, Jehová y Hitler sobre Dios, la violencia y la guerra. “En este collage literario convergen como en síntesis todos los temas y las series trabajadas por Ferrari”, considera Andrea Wain, que escribió la introducción del libro, que cuenta con edición al cuidado de Silvia Badariotti. Wain señala que esta obra está orientada a una preocupación que a Ferrari lo interpeló en la década del noventa: los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA.
Ferrari firmó distintas adhesiones contra el antisemitismo en el país. Presentó notas y cartas al Centro Simon Wiesenthal, al INADI y la DAIA para denunciar textos o pasajes antisemitas. Buscó salidas para una pregunta que lo acuciaba: “¿Qué medidas habría que crear para evitar que estas publicaciones continúen alimentando el antisemitismo católico?”.
La obra –explica poéticamente Ferrari– no tiene una línea argumental: las situaciones se suceden sin mayor vinculación entre ellas, como sucede en la vida cuando acontecen hechos imprevistos que nada tienen que ver con lo que pasó o pasará. Y alerta desde el inicio del texto que si bien se suele señalar que al extraer un párrafo de la página de un libro se puede alterar la idea que su autor quiso expresar, puede ocurrir también un efecto paradojal. “La multitud de palabras que anteceden y suceden a una opinión puede disimular o esconder el significado principal de la misma, o algún significado alternativo, que sólo se descubre si se saca de esas páginas y se las introduce entre otras ideas, parecidas u opuestas, del mismo o de otros autores, vivos, muertos, divinos o humanos”, escribe el artista.
En la escenografía, integra videos, diapositivas, proyección de noticias de diarios y revistas, páginas de la Biblia, extractos de películas, y retratos de personajes que participan en la acción. Dan ganas de ser espectador privilegiado de esa exuberante conversación ficcional surgida de material histórico y religioso. Las palabras textuales de Hitler fueron extraídas de una veintena de libros entre los que se encuentran Conversaciones militares de Hitler de Helmut Heiber, Hitler me dijo de Hermann Rauschning, y El arte del Tercer Reich de Peter Adam.
Entre los efectos sonoros, Ferrari incluye ruidos, graznidos, voces deformadas, música distorsionada, cantos gregorianos murmurados mezclados con campanadas. “La escena inmóvil para concentrar la atención, por ejemplo, en hienas o chacales comiendo carroña en la pantalla, o buitres hambrientos en una gran jaula que algunos de los personajes arrastren hasta colocarla en un ángulo de la escena, a los que alguien arroje, durante el transcurso de la obra, un trozo de gato muerto”, apunta.
A partir de la guerra de Vietnam, Ferrari abandonó por una década su obra abstracta. En 1965, invitado por Romero Brest a participar en el premio Di Tella, presentó su emblemática La civilización occidental y cristiana en alusión y denuncia a la Guerra de Vietnam. La obra —que surgió a partir de un artículo de un diario y que videncia ya su interés por analizar y abordar los vínculos entre política y religión— fue censurada por indicación de Romero Brest, quien la dejó afuera de la exposición.
El collage —como manipulación de imágenes y discursos— fue central en su producción. A partir de citas de libros de historia y de literatura, la Biblia, la prensa escrita y cables de agencias extranjeras, Palabras ajenas es un collage literario realizado entre 1965 y 1967 en el que aborda la historia de la violencia en Occidente en complicidad con el poder político y el religioso.
En 1976 comenzó a recortar artículos de diarios que informaban sobre los cadáveres que aparecieron tras el golpe militar en varias zonas de la ciudad de Buenos Aires y en la costa del Río de la Plata. Estos testimonios, reunidos cronológicamente en un libro tras una exhaustiva investigación, invalidaban de raíz la frase nosotros no sabíamos con la que muchos justificaron su desconocimiento acerca de las atrocidades del gobierno militar.
En sus obras aludió a artistas como Miguel Angel, Giotto, El Bosco y Durero, entre muchos otros, que escenificaron las amenazas y los castigos a quienes no seguían los preceptos de la fe. Algunas de las imágenes que incluye en la puesta en escena de Conversaciones entre Jesús, Jehová y Hitler son claves en su serie Brailles, realizada en paralelo. Con la operación estética y conceptual del collage –en su caso siempre potente, analítico, corrosivo–, en Brailles la tensión entre las imágenes —muchas son estampas eróticas orientales— y los textos bíblicos sobreimpresos en braille es hipnótica y al tiempo estremecedora.
Con un mecanismo similar, en la serie Relecturas de la Biblia, trabajó con las imágenes de la iconografía cristiana y de la historia del arte yuxtapuestas a otras de la erótica oriental (donde el sexo es vivido gozosamente) o de la historia contemporánea.
Ferrari devino un estudioso de temas bíblicos y religiosos. Escribió ensayos para congresos internacionales. Para el artista, esos tormentos que se anticipaban para los pecadores en el más allá eran violaciones a los derechos humanos y el germen de exterminios e intolerancia en Occidente. Lúcido, argumentaba con herramientas de la propia doctrina. A Juan Pablo II le pidió “la anulación de la inmortalidad y la vuelta a la justicia del Pentateuco: que con la muerte terminen los sufrimientos que el Evangelio quiere eternizar”. Ese infierno del que tuvo conciencia desde chico.