--Sí, Marcelo, sé que eso ocurrió y se puede repetir... aquel chico de 15 años, Rafael Solich, entrando en la escuela de Carmen de Patagones, colocándose frente a su clase, alza la pistola que le sacó a su padre militar, dispara contra sus propios compañeros de primer año... Y sin decir palabra, se lleva a cuestas la cosecha de tres muertos y cinco heridos. Pero ¿embutir en ese corset a nuestro Valentín, y que lo aguante el día entero?

-‑Tino usará este el chaleco anti balas mientras esté en el colegio ‑(lo agita)‑ de ahora en más.

-‑¿Chaleco anti balas? ¿Y con capucha incluida?

-‑Pero ¿vos no ves la tele? ¿en qué mundo vivís? Salís a la calle y te matan por el celular.

Mi alrededor gira, da vueltas por su terremoto de alaridos.

-‑Tino tiene sólo once años, Marcelo.

Pero él sigue, me aporrea a palazos con palabras:

--Once, sí, ¿por qué te creés que los fabrican de todos los talles, de cinco años en adelante? Hay que cuidarle la vida. No se quitará el chaleco mientras esté fuera de casa. Y te aviso, si tengo que obtener una autorización judicial, la obtengo.

Marcelo, mi marido, ascensorista en un edificio del centro.

Se ajusta el chaleco que se ha comprado para él mismo, se lo tantea, se acerca para que se lo palpe. Su voz ahora es un hálito frío: -‑¿Sabés que en el grado de Tino hay un chico psicótico, violento, bajo atención psiquiátrica? ¿Que sufre ataques de ira y se desenfrena? Días atrás, luego de una pelea, se apoderó del cuaderno del compañero, sacó un encendedor y lo quemó. Como se hallaban solos en el aula, sin testigos, el incendiario maltrató al otro para que ocultara el episodio: que mintiera, que dijera a sus padres y maestra que había perdido la carpeta o sufriría las consecuencias.

-‑Qué al tanto estás.

-‑Charlo a diario con Ruggero, preceptor en la escuela de Tino, mientras lo llevo en el ascensor del edificio. Sabiendo que mi hijo es alumno suyo, empezaron las charlas. En un recreo revisó la mochila del psicótico y halló pastillas de alto poder sedante. Haloperidol.

-‑Pero hay que charlar con ese niño. Eso sería lo correcto. No se espía a una criatura.

-‑Es la función de Ruggero. Vigilar. Resulta que el pibe saca cada día la pastilla que debe ingerir y la pisotea. No toma su medicación.

Resulta que quieren tenderle una trampa para echar al "peligroso". Resulta que mi marido no quiere cambiar a Tino de colegio porque no se puede, porque precisamente el establecimiento sólo acoge a niños con problemas de conducta, ya expulsados de otras escuelas. Resulta que mi hijo Tino suele insultar a compañeritas, llegó hasta aporrear a una; luego jura arrepentimiento, pero más tarde, otro episodio, y vuelta a la noria. Fobia a las niñas. Las injuria. Problema en puerta. Y resulta que el personal de terapia de la escuela vive de paro porque no se consuma la firma de la paritaria con ellos.

Deberíamos mudarnos a la zona rural. Si Tino asistiera a una escuela Agrotécnica, trabajaría con sus manos, entraría en contacto con la tierra. Sembrar maíz. Cosecharlo. Respirar al aire libre, pendiente de las lluvias necesarias para los cultivos. Criaría, junto a sus compañeros, animales de granja, Ordeñaría vacas, montaría caballos. Resulta que eso no va a ocurrir. Resulta que nos quedaremos en esta ciudad, sin poder evitar la consumación de los hechos. Tomar como corresponde los sedantes que nos prescriben nuestros médicos, a todos y cada uno, y que esos medicamentos conduzcan nuestros actos. Entrar en el orden que se nos indica. Ver la realidad a través de los ojos que mandan. Y prepararse para aguantar el desenlace.

...

*La mañana del martes 28 de septiembre de 2004 en la Escuela de Enseñanza Media Nº 202 "Islas Malvinas" de Carmen de Patagones, un alumno de 15 años llamado Rafael Solich, conocido como "Junior", disparó contra sus compañeros en el aula en la que compartían el primer año de la educación secundaria. La masacre se llevó a cabo a las 7.35, hora del comienzo de clases.

Solich ingresó al colegio al que concurrían 400 estudiantes aproximadamente, escondiendo una pistola Browning calibre 9 mm (perteneciente a su padre, suboficial de la Prefectura Naval Argentina), otros dos cargadores y un cuchillo de caza escondidos en un camperón militar. Él se colocó frente a la clase, tomó la pistola y la descargó contra sus compañeros de aula sin mediar palabras. Como saldo, murieron tres compañeros y otros cinco resultaron heridos.

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