La esperanza es una impostora dulce, apacible, esclavizante. El mundo, a lo mejor vuelve, a lo mejor no. Son plegarias serenas que ya nadie escucha. La nueva normalidad es un viaje de máscaras, de identidades oscuras, de exhumar los tesoros escondidos que tanto vamos a necesitar cuando nos devuelvan las calles. Hoy el país está de fiesta, contagiado por el germen de la alegría, y por una lágrima sin sal que resbala cómplice por la mejilla del continente. Lo canta Nick Cave en The Weeping Song: “desciende al mar, mira a las mujeres llorando; después sube a las montañas, los hombres están llorando también”. Son lágrimas de un amor intenso, pasional, de piel. Este país celeste, de calima templada, se ha inflado los mofletes con el aire cálido de la primavera dispuesto a soplar la vela gigante de un cumpleaños oceánico: los 60 años de Diego Armando Maradona.
En este presente tan espeso, la alegría alcanza un lugar universal. Hay gente que está buscando siempre que duela algo. Hoy no duele nada, son lágrimas de felicidad, de emoción, lágrimas que se regalan los millones de rostros ausentes, los “sin dios”, los olvidados, los atravesados por el hambre, los caballeros de la desesperanza, los “Diegos Armandos Maradonas” del mundo que hoy están de fiesta, están de cumpleaños.
La condición humana es el olvido, pero si un día regresas al mar de tu infancia lo vas a entender. Debes saber que ese mar no te ha abandonado, sigue ahí, agazapado, en tu corazón adulto. Diego lo sabe, por eso regresa siempre a esa niñez mordida por el hambre, a esa llaga en carne viva de la infancia doblegada por la pobreza. La vida escuece, por eso se reconoce con la parte del mundo que ha dejado de disculparse por existir. Se reconoce en las filas de los parias que deambulan sonámbulos por las espaldas del mundo sin un lugar donde descansar. Se reconoce en la Madres, en las Abuelas, en los Hijos, en los movimientos populares latinoamericanos, en el fútbol deshilachado, vagabundo, cartonero; en el poder curativo del contacto, de la cercanía, del placer extraño de lo conocido.
Para otros el día de hoy es de una amargura extrema, impenetrable: es el cumpleaños del “cabecita” amamantado con el vaso de leche de los subsidios, y destetado en los potreros de la pobreza buscada, querida, acariciada. El relato de la “cultura del choripán” como metástasis del odio, como desprecio al vulnerable. Son los ideologos de la “jibarización” del Estado, los “gurkas” del neoliberalismo galopante, del capitalismo de vigilancia, los de la meritocracia soberbia y excluyente, los de la picadora de carne mediática. El infierno existe, pero en la tierra.
Los recuerdos de Diego se acumulan. Me quedo con una frase y un “arranque”. “Los que más tenemos, ahora debemos arrimar el hombro”, seducido por el proyecto de ley a las grandes fortunas; y el “arranque” bronco, salvaje, sublime. Pocas cosas en este mundo han tenido tanta belleza plástica como ese “arranque” eterno, endiablado, literario. El “arranque” de la vida frente la muerte; el “arranque” luminoso ante la oscuridad de las guerras vacías, el “arranque” como homenaje a los pibes-soldados que cambiaron cromos por bayonetas; el “arranque” de todo un país detrás de una pelota cansada por tantas muertes inútiles, por tanta desolación gratuita, por tanto desamparo por recomponer. El “arranque” plebeyo del gol del Mundial 86, metáfora de un sueño limpio, heroico, concreto, de paz, de pasado, de futuro, y de siempre. Se puede vivir sin Maradona, pero se vive peor. Feliz cumpleaños Dios de los “sin dios”.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón Mundial Tokio 1979