Quizás ya comenzaba a imaginar algo de lo que vendría, lo cierto es que James Dean Bradfield era todavía un adolescente de lentes gruesos conseguidos a través del servicio nacional de salud británico cuando escuchó el nombre de Víctor Jara en una canción de The Clash. Corría 1984 en Blackwood, uno de los tantos pueblos mineros del sur de Gales arrasados por las políticas de Margaret Thatcher, y el rock era para él parte esencial de una educación sentimental cursada junto a un puñado de amigos entre libros viejos y planes para escapar. Un par de años más tarde decidieron armar su propia banda, y el resto es historia conocida. Los Manic Street Preachers atravesaron la cultura machista y los aires de derrota de su pueblo con sombras glam, tapados de piel, palabras provocadoras pintadas en stencil sobre remeras y pasamontañas con el nombre escrito en la frente como en un guardapolvo. Cuatro kamikazes de lo más bajo de las castas británicas armados con riffs agresivos y letras creadas con lapiceras y tachaduras en un cut-up de citas sobre cine, literatura, referencias al holocausto, la anorexia, la guerra civil española, un dueto con la estrella porno Traci Lords o arengas contra los principales bancos de su país: la meta era el absoluto y la victoria debía ser absoluta. Pronto se dieron cuenta de que no serían tan famosos como los Sex Pistols, pero eso no impidió que pasaran más de tres décadas con sus propias épicas, tragedias y reinvenciones para la banda, que encontró la manera de sobrevivir a la desaparición del más idolatrado de sus integrantes y se convirtió años más tarde en cabeza de los principales festivales de Gran Bretaña y en la primera banda británica de rock en tocar en suelo cubano. Un camino, finalmente, tan imaginable como cualquier imposible.
Hoy padre de dos adolescentes, Bradfield decidió retomar la posta que recibió de los Clash en su propia adolescencia para homenajear a Víctor Jara a lo grande con Even in exile, su segundo trabajo solista y el primero en lengua inglesa con todas canciones originales inspiradas por la vida y obra del cantautor chileno. Un álbum que en la semana de su lanzamiento alcanzó el puesto número uno en el ranking de álbumes independientes británicos y que, lejos de un homenaje improvisado, es el resultado de un trabajo de dos años que nació a partir de una serie de textos del poeta y dramaturgo Patrick Jones, también amigo de la adolescencia de Bradfield y hermano de Nicky Wire, bajista de los Manics. Y hay más. El disco fue acompañado en su lanzamiento por Inspired by Jara, un podcast de tres episodios donde Bradfield repasa la vida de Víctor Jara y entrevista a artistas de diferentes disciplinas inspirados por el cantautor y director de teatro chileno, desde la actriz Emma Thompson al coreógrafo Christopher Bruce o el cantautor Joey Burns de Calexico. “La obra de Jara es de una belleza diferente a todo”, cuenta Bradfield en el podcast. “Con los años se convirtió en una guía a seguir en todo el mundo, un tipo que creó una obra fascinante en un período en Sudamérica donde la derecha se manifestaba con mucha violencia. Y aun cerca de su final, cuando ya sospechaba todo lo que se venía, su música seguía siendo algo lleno de gracia. Eso realmente me impresionó. Me enseñó que siempre hay algo nuevo para hacer con una canción”.
Even in exile se inscribe en una larga tradición de homenajes que Víctor Jara recibió en los últimos cuarenta y siete años en todo el mundo, desde un ballet creado por un coreógrafo británico a una ópera rock rusa, una biopic alemana, composiciones y versiones de artistas belgas, turcos, japoneses, franceses, suecos, vascos, un festival galés de tres días de duración que cada dos años celebra su legado o incluso el nombre de un asteroide bautizado en su honor por un astrónomo soviético. En Gran Bretaña y los Estados Unidos los homenajes al hijo de campesinos criado en Lonquén se multiplicaron entre bandas y artistas tan populares como The Clash, Robert Wyatt, Joan Baez, Bruce Springsteen, Simple Minds, Peter Gabriel, Roger Waters o U2, y recientemente los Fleet Foxes incluyeron una canción llamada “Jara” en su flamante disco Shore. Pero aun en ese contexto Even in exile asoma como una rareza, el primer álbum de una estrella de rock dedicado por completo al cantautor y director de teatro chileno.
“Al principio se dio medio de casualidad”, cuenta el autor en el podcast. “Patrick había encontrado el disco Manifiesto en una tienda de usados. Le gustó tanto que terminó metiéndose de lleno en la vida de Jara y escribiendo unos textos inspirados en él. Un día de visita en su casa le pregunté en qué andaba y me mostró esos poemas, que no tenía intención de publicar. Desde aquella canción de The Clash, allá por 1984, había vuelto a escuchar el nombre de Jara muchas veces y estaba al tanto del arco trágico de su historia, pero no conocía su música, y quedé fascinado. Fue por lejos el músico que más escuché en estos dos años. Sus canciones son como un encantamiento, un llamado casi espiritual al Chile que tenía en su corazón y su mente”.
El disco no se propone incursionar en los terrenos musicales de Jara: en palabras de Bradfield, para este trabajo tomó cosas de Rush, Pink Floyd, John Cale, los Super Furry Animals o Morricone. En todo caso su influencia se manifiesta en un tono de voz calmo que en muchos temas se funde con la línea de rock para estadios con buenas melodías y arreglos cuidados del último disco de los Manics, Resistance is futile, editado en 2018. La primera canción, “Recuerda”, cita desde su título la letra de “Washington Bullets”, aquella de The Clash en la que Bradfield escuchó por primera vez el nombre de Jara, y de allí en más continúa a lo largo de once canciones en un recorrido narrativo que aborda diferentes aspectos de su vida. La tensión y los ambientes sórdidos en “There Will Come a War” y “Thirty Thousand Milk Bottles” retratan el clima previo y posterior previo al golpe. “Under the Mimosa Tree” sobrevuela la vida familiar de Jara, mientras que tres canciones centrales del disco apuntan a la influencia que tuvieron las mujeres en su vida. “The Boy from the Plantation” narra la conexión con su madre, cantora ella misma en fiestas y velorios que falleció cuando el cantautor era apenas un adolescente. “From the Hands of Violeta” destaca la influencia fundamental que tuvo Violeta Parra en el camino de Jara en el movimiento de la Nueva Canción Chilena (“El mejor cantante del país”, lo llamaba ella cuando Jara no había grabado siquiera su primer disco) y “Without Knowing the End” está dedicada a Joan Jara, esposa de Víctor, bailarina, activista contra la dictadura de Pinochet y autora de una de las biografías más completas sobre Jara, Un canto inconcluso.
“Las mujeres de su vida tienen una enorme influencia en este disco”, apuntó Bradfield en una entrevista reciente. “Entender las historias de Joan, de Violeta y de su madre Amanda resulta clave para entender a Víctor. El hecho de haber crecido escuchando a su madre cantar y tocar la guitarra, la influencia de las composiciones de Violeta Parra, la belleza de las coreografías que interpretaba Joan, todo eso tuvo un impacto muy grande en él. Fue un trabajo difícil preparar el disco con Patrick y tratar de conectar con esa esencia sin por eso imitarlo o simplemente versionar sus canciones, y abordé su obra y la poesía de Patrick con el mismo cuidado casi enfermizo que siempre tuve al crear música para las letras que me pasaron mis compañeros de banda. Al final, el miedo a estropearlo todo siempre me llevó a superarme más que cualquier otra motivación”.
La pregunta desató las risas de todos, banda, ministros, asistentes y medios de prensa cubriendo el encuentro: “¿Más ruido que en la guerra?”, soltó rápido de reflejos Fidel Castro a sus 74 años de edad cuando Bradfield le advirtió que iban a hacer mucho ruido durante el show de los Manic Street Preachers en La Habana. Fue el 17 de febrero de 2001, un hito que para el trío oriundo de Gales coronaría la ambición de sus comienzos –cuando eran cuatro– de devolver el rock a las arenas políticas en medio de la apatía generacional de los noventa. Una épica gestada a partir de la mente caótica y brillante de Richey Edwards, licenciado en historia política, letrista, segundo guitarrista (aunque no sabía tocar mucho) y, como ellos mismos lo llamaban, ministro de propaganda de la banda. Richey desapareció sin dejar rastros en 1995 (a los 27 años de edad) tras haber sido la mente maestra detrás del tercer álbum de la banda, el ilustrado y monstruoso The Holy Bible, hoy considerado uno de los más importantes de los noventa en Gran Bretaña y uno de los cantos de cisne más oscuros y confrontativos en la historia del rock: “El sonido de una banda acelerando hacia su propio Armagedón”, lo describió el biógrafo Simon Price. Esa desaparición continúa siendo un misterio hasta el día de hoy. Seis meses después de haber editado The Holy Bible, tras una breve estadía en un psiquiátrico a causa de sus severas tendencias depresivas, Richey le regaló a una amiga una novela cuya introducción narraba la historia de su autor, que había desaparecido sin dejar rastros tras estar internado en un psiquiátrico. La noche siguiente viajó en taxi hasta una estación de servicio cercana a un puente sobre el río Severn –conocido por la cantidad de suicidios que tenían lugar allí– y luego ya nadie volvió a saber de él. Entonces comenzó el mito. Algunos fans dijeron haberlo visto en un bar en las Canarias, otros en un mercado en la India. Tras intensas búsquedas policiales alentadas por su familia, Richey fue declarado muerto en 2008.
Hasta su desaparición, los Manics habían sido disidentes de cualquier espacio en el que se los pretendiera ubicar. En las primeras entrevistas aseguraban que dos de sus grandes influencias eran los Guns N’ Roses y los under londinenses con letras políticas McCarthy (banda de la que se salieron Tim Gane y Laetitia Sadier de Stereolab), a la vez que disparaban contra todas las movidas británicas más grandes de su generación, sea el shoegaze, el madchester o el britpop. Pero tras la desaparición de Richey se fue también la intención de llevar todo a un extremo que escapara incluso al control de la banda. Nicky Wire (el más cercano a él, al punto de que los llamaban “The Glamour Twins”) se hizo cargo a partir de entonces de las letras, y en 1996 los Manic Street Preachers regresaron con Everything must go (Todo debe partir). Ya desde el título del álbum, los sonidos de agua con los que abría el disco y el nombre del primer tema, “Elvis Impersonator” (“Imitador de Elvis”), el ahora trío dejaba en claro el lugar que para ellos ocuparía la banda sin Richey. El segundo track de ese disco, “A Design for Life”, fue el primero que compusieron tras su desaparición: “Las bibliotecas nos dieron poder/ y el trabajo nos hizo libres/ ¿cuál es el precio ahora/ por un pedazo vacío de dignidad?”, arrancaba el tema, mientras que la canción siguiente, “Kevin Carter”, abordaba la historia de un fotógrafo ganador del Pulitzer que se quitó la vida tras haber sido criticado por tomar una foto en lugar de intervenir frente a una posible tragedia. En apenas tres temas la banda se hacía cargo de su presente, pasado y futuro con esa feroz lucidez de siempre donde lo político y lo personal se fundían con el dolor, la rabia y la cultura pop, sumándole la fuerza emotiva desencadenada por su historia y las lecturas inevitables que buscarían a Richey en cada canción.
Everything must go fue una bisagra. Los galones marginales cambiaron por nominaciones y premios en los MTV Music Awards o los Mercury Prize y se convirtieron en el acto principal de festivales como el Glastonbury, sin por eso alejarse del camino que habían llevado hasta entonces, algo que les permitió meter en enero del 2000 un puesto número uno con un single llamado “The Masses Against the Classes” (que arranca con una cita de Chomsky y cierra con una de Camus) y grabar unos años más tarde una versión guitarrera del hit de Rihanna “Umbrella” como lado B del exitoso Send away the tigers. El exorcismo definitivo de su pasado llegó en 2009 con Journal for plague lovers, producido por Steve Albini y compuesto a partir de letras de Richey que habían conservado. De allí en más la banda entró a su tercera década decidida a embarcarse en una nueva reinvención, arrancando con el ambicioso y liberador Postcards from a young man (con participaciones de Ian McCulloch y Duff McKagan), incursionando en el folk y el soul con vetas pop de Rewind the film (con Cate Le Bon como invitada) o entregándose al optimismo sin perder la mirada crítica en Futurology, inspirado por el arte y la música que descubrieron en sus viajes por el mundo. “Al principio éramos dos bandos que nos complementábamos”, contó alguna vez Bradfield. “Por un lado estaban Richey y Nicky, que querían explotar en un solo disco y luego desarmar la banda, y por el otro estábamos Sean (Moore, su primo, baterista de la banda) y yo, a quienes nos gustaba pensar en una carrera extensa como músicos. Con todo lo difícil que fue, se sintió bien cuando a mediados de los noventa decidimos continuar”. Al igual que The great western, el disco solista anterior de Bradfield, editado hace catorce años, Even in exile aparece en medio de una pausa que se tomaron los Manic Street Preachers antes de entrar a grabar su próximo trabajo. “Nick y Sean quisieron tomarse un descanso, pero yo no puedo”, contó. “Soy un músico institucionalizado, de solo pensar en no hacer nada me daba un ataque de pánico. Cuando Patrick me mostró los poemas sobre Jara sentí que podía convertirlos en un disco conceptual. Ahí fue cuando me metí de lleno en su mundo”.
Even in exile incluye un solo tema de Víctor Jara, “La Partida”, una de sus canciones más versionadas a pesar de ser instrumental. Pero esto no sorprende. Más allá de su capacidad natural para las melodías y los arreglos, Jara siempre se preocupó por la calidad musical de su obra, y su formación como director de teatro lo llevaba a aprovechar al máximo los recursos a disposición para que la ambientación de cada pieza recreara el clima ideal de las historias que decidía contar (el ejemplo más grande en ese sentido quizás sea su álbum La Población, una obra conceptual acerca de una toma con influencias de Sgt. Pepper en cuanto al uso creativo del estudio de grabación). “La Partida” pertenece a El derecho de vivir en paz, el primer disco en el que incluyó guitarras eléctricas y teclados. Para esto fue fundamental la participación de Los Blops, una agrupación de psicodelia folk barroca por la que Jara había intercedido un año antes cuando la discográfica de la Juventud Comunista, fundamental para la difusión de la Nueva Canción Chilena, había rechazado financiar su disco porque en las letras de la banda no había referencias explícitas a la revolución popular. Jara no solo logró que Los Blops editaran allí su primer disco sino que además los invitó a ser la banda que lo ayudara a electrificar su sonido. “La Partida”, tercer track de El derecho…, es un llamado a la valentía a la vez etéreo y contundente, dos acordes arpegiados al charango que resuenan oníricos en sus variaciones de intensidad y un rasgueo seco punk de furia contenida en el medio. Una composición que sería retomada en una memorable versión por los Inti Illimani dos años después del secuestro y asesinato de Jara, cuando la interpretaron en vivo en la televisión italiana (el registro fílmico de esa versión está en YouTube).
La versión de Bradfield es más grandilocuente, resalta el aura de spaghetti western del original y aun en sus diferentes capas de arreglos es más afín a ese rock de estadios al que es afecto el galés. En el podcast cuenta: “Me decidí por esa canción porque sus palabras y su voz tienen una carga tan grande que sentí que no debía meterme ahí, pero quería incluir una pieza suya. Traté de cantar ‘Manifiesto’ y ‘Te Recuerdo Amanda’, entre otras, pero cada vez el resultado me dejaba desalentado. Me escuchaba y me sentía como un envase vacío, y fue entonces cuando decidí grabar esta canción. Los instrumentos del original, el charango, el tiple, la quena, tienen un tono algo triste que en esta versión decidí amplificar para llegar a una visión más espectral, por llamarla de alguna manera. Hay una foto de Jara en el Templo de las Tres Ventanas en Machu Picchu que fue tomada en su última gira por Perú, poco antes de su asesinato. La imagen es impresionante, y fue mi inspiración más grande para la canción”.
“Santiago Sunrise”, el tema que cierra Even in exile, fue a su vez el último que grabó para el álbum. Lo hizo mientras seguía las protestas masivas que tuvieron lugar en Chile hace un año, las cuales dieron lugar al histórico triunfo en el plebiscito del domingo pasado a favor de reformar la constitución heredada de la dictadura. “Your spirit will guide us to Plaza Italia” (“Tu espíritu nos guiará hasta Plaza Italia”), se escucha sobre el final disco. “Ver a tanta gente cantando y tocando en la calle canciones de Víctor Jara fue de verdad emocionante”, señaló Bradfield. “La música de protesta suele ser confrontativa, pero lo suyo no es música de protesta. Es otra cosa. Infiltró belleza en las trincheras políticas. Eso me llevó a intentar comunicarme con otra gente en lugar de simplemente confrontar, y en esta época donde la oposición a la derecha está tan dividida me pareció importante escribir sobre él, alguien que buscaba unir antes que separar. Al final quizás sea esperanzador, ¿no? Algo que viene de tantos años atrás y deja una marca tan grande en un viejo cínico y cabrón como yo”.