Desde París
Desde adentro y desde afuera, Francia afronta un escenario donde se combinan, en el interior, el reconfinamiento de la población hasta el dos de diciembre y los atentados perpetrados por islamistas radicales. En el exterior, las manifestaciones anti francesas que se extienden por el mundo árabe musulmán como reacción contra la libertad de hacer caricaturas de Mahoma asumida por el presidente francés, Emmanuel Macron. Todo ello contribuye a fundar un clima áspero, de temor, rabia y desconfianza. Es una conjunción sombría perfectamente palpable en el silencio de las calles de la capital francesa y el incesante recorrido de las patrullas militares y la intensiva presencia policial.
En poco más de un mes Francia sufrió tres atentados islamistas que golpearon la columna vertebral de los símbolos. El 25 de septiembre, un islamista pakistaní con identidad y edad falsa, Zaheer Hassan Mahmoud, atentó contra la libertad de expresión cuando acuchilló a dos personas que estaban en la vereda donde antes se encontraban los locales del semanario Charlie Hebdo. El 16 de octubre, un refugiado checheno, Abdouallakh Anzorov, quebrantó la libertad de enseñar cuando decapitó en la localidad de Conflants-Sainte-Honorine, al profesor Samuel Paty porque había mostrado en un curso de historia las caricaturas de Mahoma. Este jueves 29 de octubre fue la libertad de culto la que terminó ensangrentada. Brahim. B, un tunecino que había ingresado clandestinamente a Francia hacia unas dos semanas, degolló a una mujer y mató a cuchilladas a otra y luego a un hombre dentro de la basílica Notre-Dame de la Assomption, en el centro de Niza.
El término “guerra” se extendió del “estamos en guerra contra el virus” empleado por Macron en marzo a la nueva guerra definida este viernes por el ministro francés de Interior, Gérald Darmanin: “Estamos en guerra frente a un enemigo que es un enemigo exterior. No estamos en guerra contra una religión, sino contra una ideología, la ideología islamista”. El titular de la cartera ahondó en esa temática y recalcó que esa ideología representa “una forma de fascismo del siglo XXI” que “busca imponer sus códigos culturales, su forma de vivir, su forma de gestionar las emociones mediante el terror”. Darmanin previno que esa “guerra” sería larga y luego deploró “los llamados al odio extremadamente fuertes de ciertos dirigentes extranjeros”.
Con ello se refería, primero, al presidente turco Recep Tayyip Erdogan y, luego, al ex primer Ministro de Malasia Mahathir Mohamad. Ambos dirigentes cuestionaron la defensa de la libertad de realizar caricaturas de Profeta Mahoma que Macron amparó durante el homenaje el profesor Paty. Erdogan puso en tela de juicio “la salud mental” del presidente Macron al tiempo que promovió un boicot contra los productos franceses. En cuanto al malasio, su reacción no fue de repudio sino un llamado a la violencia. El ex primer ministro (fue derrocado en febrero de 2020 mediante un golpe casero) escribió en Twitter que “los musulmanes tienen derecho a enojarse y a matar a millones de franceses por las matanzas del pasado”.
La controversia con Turquía y la intervención del ex dirigente malasio se mezclan con la multiplicación de manifestaciones contra Francia que se han ido produciendo en países árabes y musulmanes a raíz de los términos con que Macron abogó por la libertad de expresión. En Bangladesh, Pakistán, Afganistán, Líbano, Libia, la India, Medio Oriente y el Magreb decenas de miles de personas quemaron banderas francesas y retratos del jefe del Estado francés. En casi todos los países los manifestantes pidieron el boicot de productos franceses. Esta medida ya está en curso en los países del Golfo Pérsico donde los grandes supermercados retiraron de los estantes los productos Made in France.
Blanco de crímenes nauseabundos perpetrados por yihadistas solitarios en poco más de un mes, París vuelve a ser, como en 2015 y 2016 (Charlie Hebdo, Bataclan, Niza), el objetivo de un radicalismo religioso que tiene una meta muy firme: dividir, provocar, generar miedo, odio, confrontación y violencia.