Los viajes de Ezequiel Detry a la Patagonia profunda junto a Silvestre Sere quedaron retratados en un libro de fotos de la vida de los troperos. A ellos se sumó el cineasta Nicolás Detry, hermano de Ezequiel. Nicolás insistió en que aquella historia merecía ser registrada en un documental. Las condiciones adversas del valle Tucu Tucu, en Santa Cruz, no los detuvieron y, junto a un reducido equipo, pasaron seis meses viviendo en el campo, retratando el día a día del trabajo rural. El resultado fue la ópera prima de Nicolás Detry, Troperos, que narra la vida de estos hombres que trabajan conduciendo a caballo el ganado a través de los campos nevados y solitario de un valle de la Patagonia sur, mostrando el sacrificio de un oficio en vías de extinción. El film puede verse actualmente en la plataforma Cine.ar.
A través del relato de los troperos durante el transcurso de un año, se cuentan anécdotas increíbles de vivencias en el campo y reflexiones profundas sobre sus sentimientos más íntimos, y se observa una tierra donde el hombre y el animal llevan una relación muy estrecha vinculada al trabajo y la supervivencia. Nicolás Detry es un joven de 28 años, nacido en Villa La Angostura, Neuquén. Antes de culminar sus estudios en la Universidad del Cine, ya estaba trabajando en su ópera prima.
El rodaje implicó dos años de múltiples viajes y, en total, seis meses de estadía en la estancia ubicada en el valle. Luego fueron requeridos dos años más para completar la edición y posproducción. Para reflejar el estilo de vida de los troperos era necesario convivir con ellos durante las cuatro estaciones del año, en las que el trabajo varía mucho. Lo más desafiante fue realizar las tareas de producción y filmación en medio de tormentas, bajo el agua y la nieve. Finalmente, la película fue terminada en 2018 y, desde entonces, reconocida en diversos festivales alrededor del mundo.
"Ezequiel y Silvestre Sere sacaron fotos de un arreo increíble que les tocó en una nevada muy intensa y ahí se me prendió la lamparita y les dije a los dos: 'Ahí está la historia. No hay que llevar nada más. Hay que llevar las cámaras y hacer un documental sobre la vida de esa gente", comenta Nicolás Detry en diálogo con Página/12.
-¿El objetivo del documental fue hacer un minucioso retrato del trabajo de estos hombres?
-Tiene distintos objetivos. Por un lado, como vos decís, siempre la idea fue hacer un retrato lo más fiel posible de cómo es la vida de esta gente. Por otro lado, siempre estuvo la idea de hacer un homenaje porque es un estilo de vida y una forma de trabajo que muy pocos conocen. Con muchos allegados míos somos de Patagonia norte pero desconocíamos totalmente lo que era esa Patagonia profunda y ese estilo de vida de arreos. Era tanto retratarlos como hacerles un homenaje y, a su vez, dejar un registro histórico. Esto lamentablemente está llegando a su fin por diversos motivos y nos pareció muy importante que quede un registro fehaciente de cómo sucedían en estos años esos laburos.
-¿Por qué es una profesión que está en vías de extinción?
-Ellos hablan de que antes había familias viviendo en las estancias y hoy en día no. Esto se debe a que, en su mayoría, las personas prefieren estar en el pueblo, donde tienen acceso a internet o a distintos tipos de trabajo. Es una vida muy sacrificada y eso hace que quizás a los jóvenes no nos interese mucho ir al campo. Se está perdiendo un poco esa cultura. También es difícil mantener una estancia y la dificultad de los precios de la lana hace que muchos estancieros se replanteen y se achiquen y pongan en vez de mil ovejas, cincuenta vacas y les rinde más o menos lo mismo. Son distintos los factores que van haciendo que las estancias se queden desocupadas. No hay personal que renueve a aquellos peones que siguen estando hoy en día.
-¿Cómo convencieron a estos hombres parcos de hablar para el documental, aunque no fuera a cámara?
-En realidad, no los convencimos. Cuando en un principio planteamos hacer entrevistas lo descartamos porque sabíamos que iba a ser casi imposible. Nunca estuvo pensado hacer entrevistas. Fue algo que surgió en el último viaje a último momento. Mientras íbamos filmándolos y, además, trabajando con ellos y formando un vínculo, nos iban contando historias. En el fogón nos contaban cosas que eran increíbles, aunque capaz que para ellos era súper cotidiano. Y para cualquiera de afuera es una cosa increíble. En el último viaje ya había mucha más confianza y un vínculo, y les preguntamos si a ellos no les molestaba si les hacíamos una entrevista. Como para no molestar ni intimidar solamente la hicimos con audio. No pusimos la cámara frente a ellos. Fue una cuestión de tratar de que estuvieran en un lugar tranquilos y que no se sintieran intimidados. Pusimos el micrófono y fue un trabajo de preguntas bastante exhaustivas ya que ellos podían relatar la historia.
-¿Cómo fue vivir seis meses en un territorio inhóspito? ¿Qué le aportó aquella experiencia a la película?
-Te lo contesto con otra pregunta. Cuando mostrábamos la película, mucha gente nos preguntaba qué fue lo más difícil de hacer, imaginando que lo más difícil iba a ser estar en el campo y en el frío. Y para nosotros esa era la parte divertida. Ir al campo y estar a la intemperie, en los arreos y en la nieve fue lo divertido. Eramos tres que teníamos 22 años y somos criados en la montaña, también somos instructores de esquí. Entonces, estar en esas condiciones era divertido. Lo difícil era no saber si íbamos a poder volver porque no teníamos los fondos suficientes. Esa era la parte que estresaba, cuando volvíamos acá y decíamos: "¿Cómo hacemos para volver a ir?". Había que empezar a buscar sponsors y vender fotos para poder volver. Me pasaba que estaba en Buenos Aires estudiando en el último año de la Facultad, con la cabeza a mil, y de pronto decía: "Bueno, tengo que ir sí o sí ir al campo a filmar". Desde Buenos Aires son más de 2 mil kilómetros. Y sabía que llegaba al lugar y no tenía celular, ni billetera, ni llaves. Estaba yo con la cámara y nada más. Y era un placer. Lo que me quedó de eso fue la experiencia de saber que se puede vivir con poco y ser realmente muy feliz. Es lo que pasa. Quizás ves que es muy sufrido (y realmente lo es) pero cuando estás ahí sentís una paz y es muy lindo.
-¿Qué sabías y qué aprendiste del trabajo del tropero?
-No sabía absolutamente nada (risas). Y aprendí bastante, pero creo que lo más importante es el estilo de vida y la humildad con que se puede vivir. Lo que me voy a acordar siempre es esa parte. Por ejemplo, si querías ducharte tenías que ir a picar leña, prender la estufa, ir a bombear el agua, poner la olla y calentarla, y con un jarrito te bañabas un poquito. De pronto, llegabas a tu casa, abrías la canilla y salía agua caliente, y era un milagro. Todas esas pequeñas experiencias y ver a ellos con lo poco que viven te enseña una humildad que no ves en ningún otro lado. Y te enseña realmente a vivir más simple.