Nadie conoce cuál es la receta para convertirse en un mito viviente y es probable que no exista nada de eso. Pero que los hay, los hay. Y si algún ambicioso alquimista quisiera crear una fórmula para conseguirlo, sin duda debería prestarle especial atención al caso de Sean Connery, uno de los últimos semidioses que le quedaban al cine.
Si alguien ha recorrido ese camino del héroe fue este escocés, nacido el 25 de agosto de 1930 en el seno de una familia de clase obrera del Edimburgo profundo, que llegó a ser honrado con el grado de Caballero de la Corona Británica, aunque nada en ese origen humilde permitía aventurar que así sería. La aliada de Connery en ese viaje que lo llevó de los suburbios al cosmos fue la ficción, eterna hacedora de mitos cinematográficos y literarios. Y en particular un personaje, que también llegó a convertirse en uno de los grandes símbolos del siglo XX no solo de la cultura británica, sino global: Bond, James Bond. El seductor, el intrépido, el que aún porta su licencia para matar con la misma gracia con la que los smokings se adhieren a su figura siempre varonil. El Agente 007. Aunque nada de esto habría sido posible si no hubiera sido Connery quien le cediera su cuerpo al espía más famoso de la historia, convirtiéndose allá por 1962 en la primera encarnación del personaje. El intercambio resultó benéfico para ambos, una de las simbiosis más perfectas entre actor y personaje en la historia del cine. A diferencia de la ficción, y en especial del invulnerable Bond, en la vida real los semidioses también mueren y el paseo de Sir Sean por esta tierra se terminó ayer, apenas dos meses después de haber cumplido 90 años. Su despedida fue en paz, mientras dormía en su casa en las islas Bahamas, donde residía desde su retiro de la pantalla.
Hijo de madre escocesa y protestante, Euphamia Maclean, que trabajaba limpiando casas, y de padre católico de ascendencia irlandesa, Joseph Connery, que toda su vida fue camionero y operario fabril, Thomas Sean Connery no tuvo una infancia despreocupada. El Reino Unido todavía soportaba lo peor de asedio del temible ejército de Hitler, cuando el hijo mayor del matrimonio abandonó la escuela para incorporarse al durísimo mundo laboral. Como a todas las familias británicas, la Segunda Guerra Mundial sometía a la suya a grandes privaciones y él no le hizo asco al trabajo. Fue lechero, albañil, chofer, guardavidas y lustrador de ataúdes, oficios que demandaban un gran desgaste pero que él podía cumplir gracias a un físico portentoso por naturaleza: se dice que a los 12 años ya rondaba el metro ochenta de altura, haciéndolo parecer mayor. Tras la guerra, a los 16 años se alistó en la Marina, experiencia que le dejó dos tatuajes en uno de sus antebrazos, ambos con clásicos motivos marinos que también reflejan el amor por sus raíces. Uno de ellos decía “Scotland Forever” (Escocia por Siempre) y el otro simplemente “Mum and Dad” (Mamá y Papá).
Sus características físicas también le permitían destacarse en los deportes. Su favorito era el fútbol y él mismo decía haber sido bastante bueno, afirmando que un famoso reclutador del Manchester United le ofreció un contrato de 25 libras a la semana para unirse al equipo. "Quería aceptar, porque me encantaba el fútbol", recordó Connery en un artículo reproducido por la Asociación Escocesa de Fútbol Juvenil. "Pero me di cuenta de que un futbolista de primera podía llegar a la cima a los 30 años y yo ya tenía 23. Así que decidí convertirme en actor y esa resultó ser mi jugada más inteligente", dijo con humor. En la misma nota, sin embargo, hay testimonios que no lo recuerdan tan bueno con la pelota, sino más bien como un rústico de mucho despliegue, descripción que parece más apropiada para un grandote de casi 1,89.
En paralelo a su paso por las canchas, Connery también se dedicó al físico culturismo, disciplina en la que su desempeño fue más que destacado. En 1953, consiguió un meritorio tercer puesto en la categoría amateur del famoso trofeo Mr. Universo, que en esa edición ganó el estadounidense Bill Pearl, leyenda del culturismo que volvería a ganar el trofeo cuatro veces más en las categorías profesionales y que a finales de los ’60 tuvo al joven Arnold Schwarzenegger como némesis. Durante aquel torneo, uno de los rivales de Connery mencionó algo acerca de unas audiciones para el musical South Pacific, que a finales de la década anterior había pasado con éxito por Broadway. Así consiguió el primer papel de su carrera, un pequeño personaje coral. Pero cuando el elenco llegó a Edimburgo le dieron uno de mayor relevancia y un año más tarde, cuando la obra se repuso debido al éxito, le ofrecieron el rol principal. Ocho años, once películas y muchos papeles en televisión después de eso, Connery ya estaba protagonizando El satánico Dr. No (1962), la primera versión cinematográfica de James Bond.
Hay distintas versiones sobre su llegada al papel y todas incluyen al productor Albert Broccoli y a su mujer Dana como protagonistas. Según estas, el origen de todo está en la comedia infantil de Disney El cuarto deseo (Darby O’Gill and the Little People; Robert Stevenson, 1959), que combina romance y humor con fantasía, y en donde Connery interpreta al héroe. En una de ellas es el propio Broccoli el que ve en su figura a un potencial Bond, en especial por una escena en la que el actor escocés se agarra a golpes con el villano en una típica taberna irlandesa. Para sacarse la duda, el productor le pide a su mujer que vaya a ver El cuarto deseo y confirme el atractivo de ese joven alto y muy masculino. La otra versión cuenta la misma historia, pero al revés: es Dana la que le dice a Albert que acaba de ver en una película de Disney al actor perfecto para encarnar al espía británico. En definitiva, ambos relatos confirman que Connery le debe el papel que le cambiaría la vida al hecho de haberle gustado a la esposa de su jefe. Un antecedente digno de 007.
Pero Connery no solo era capaz de seducir a las mujeres, sino que su encanto también resultaba irresistible para los hombres. Cuando Broccoli le sugiere el nombre del escocés a su socio Harry Saltzman, a este le gustó que se tratara de un tipo que a pesar de su gran tamaño se movía con gracia felina. “Nunca vi un tipo más seguro de sí. Y no era sólo una cuestión de actuación. Cuando terminamos nuestra primera reunión con él, con Harry lo vimos alejarse por la calle a través de la ventana de mi oficina. Caminaba como el hijo de puta más arrogante que hayas visto nunca. ‘Ese es nuestro Bond’, le dije.” Albert Broccoli dixit.
A pesar de haberse ganado a los productores, Connery no fue aceptado de inmediato. Por un lado estaban los estudios United Artist, que en primera instancia rechazaron su contratación. Por el otro, nada menos que Ian Fleming, el escritor que había creado al personaje como protagonista de sus novelas de intriga. La resistencia no solo tenía que ver con que se trataba de un actor casi desconocido, sino que se vinculaba con la sombra de Cary Grant. El protagonista de Intriga internacional (Alfred Hitchcock, 1959) no solo fue la primera opción para el papel, sino que el propio Fleming se había inspirado en su figura para crear el aspecto del personaje en sus libros. Pero Grant, que era amigo de Broccoli –fue padrino en boda de Albert y Dana—, ya había rechazado la oferta a pesar de la insistencia, porque sentía que a los 58 años ya estaba grande para un papel tan exigente. Sin embargo, ese rechazo dejó la vara muy alta para los que vinieron detrás y Connery sufrió la desgracia de estar bajo esa sombra. Ese mismo fenómeno –que podría ser llamado Efecto Grant— reaparece cada vez que uno de los seis actores que interpretaron a Bond se aleja del papel, haciendo que los candidatos a ocupar ese lugar deban medirse con la talla de quienes los preceden.
Fleming, por su parte, no solo rechazó inicialmente la elección por apego a la figura de Grant, sino también por cuestiones de chauvinismo y clase: Bond debía ser interpretado por un inglés de buena educación (léase: de origen aristocrático) y de ninguna manera por un escocés hijo de un obrero y una sirvienta. Connery le resultaba tosco: “No es lo que imaginé que sería el personaje", o "Quiero al comandante Bond, no a un doble de riesgo demasiado grande". Esas fueron algunas de las frases que el escritor usó para expresar sus prejuicios de forma elegante. Pero el padre de 007 no resultó inmune a los encantos de Connery y, como todo el mundo, también fue cautivado por su magnética presencia en pantalla. Tanto, que en la novela Solo se vive dos veces, la primera que escribió tras el estreno de El satánico Dr. No, decidió agregarle al linaje de su criatura una herencia escocesa. Un gesto algo infantil que parece hecho para tranquilizarse a sí mismo, legitimando la circunstancia de que fuera un actor de esa nacionalidad el que interpretara a su personaje, que hasta esa novela exhibía un pedigrí intachablemente inglés.
En líneas generales, todas las películas oficiales de James Bond fueron un éxito de público. De hecho, 21 de las 24 estrenadas hasta ahora se encuentran en la selecta lista de las 1000 películas más redituables de la historia que publica la web Box Office Mojo. Incluso dos de ellas se ubican en el Top 50: Operación Trueno (1965) en el puesto 32 y en el 48 Dedos de oro (1964). En ambas el protagonista es Connery. Además, cinco de los seis títulos en los que el escocés interpreta a 007 se encuentran entre las 10 más redituables de la saga: a las dos ya mencionadas hay que sumarles Solo se vive dos veces (1967), De Rusia con amor (1963) y Los diamantes son eternos (1971). La única que queda fuera del Top 10 es El satánico Dr. No, que sin embargo fue la tercera película más vista en los Estados Unidos durante 1963, año de estreno en ese país, detrás de la monumental Cleopatra (Jospeh Mankiewicz) y de la comedia El mundo está loco, loco, loco (Stanley Kramer). Por si hicieran falta más datos, Nunca digas nunca jamás (1983), séptimo film en el que Connery se vistió de Bond (aunque esa vez por fuera de la saga oficial), también se encuentra dentro de las mil películas que más recaudaron en la historia del cine.
La salida del escocés del universo Bond fue traumática. Su vínculo con Broccoli se rompió y el actor se encargó de echarle tierra cada vez que pudo, llegando a decir que productor era “el mejor villano de la saga”. Atrás quedaban los 40 millones de dólares (al cambio actual) que cobró para volver al personaje en 1971, cuando el australiano George Lazenby renunció a seguir interpretándolo tras su única incursión en Al servicio de Su Majestad (1969). Pero a casi 50 años de El satánico Dr. No, Connery sigue liderando todas las encuestas que se realizan para determinar cuál es la mejor versión del Agente 007, siempre por delante de Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. Y hasta el más lindo, como lo afirma un extravagante estudio realizado por un cirujano plástico británico, quien aplicó una fórmula basada en la proporción áurea para medir la belleza de los seis actores.
Como se dijo, la sociedad que integraron Connery y Bond les reportó a ambos el beneficio de la popularidad. Ya en los ‘60, cuando aún estaba a cargo del personaje creado por Fleming, el actor comenzó a recibir ofertas que quizá hubieran llegado sin la ayuda de su alter ego. En 1964 fue elegido por Alfred Hitchock para protagonizar Marnie junto a Tippi Hedren, demostrando su definitiva inmunidad al Efecto Grant. En los ’70 la cosa cambió. Los primeros años post-Bond fueron difíciles y se dice que debido a eso a John Boorman le salió muy barato contar con su presencia en Zardoz (1974), una producción de bajísimo presupuesto en la que se lo puede ver luciendo unas exóticas mallas con botas bucaneras. Pero el oráculo ya había decidido que su destino sería grande.
Fue parte del gran elenco de Asesinato en el Expreso de Oriente (Sidney Lumet, 1974); protagonizó con Christopher Plummer y Michael Caine El hombre que sería Rey (John Huston, 1975); fue Robin Hood en Robin y Marian (1976) de Richard Lester (15 años más tarde sería el Rey Ricardo en la versión del clásico que protagonizó Kevin Costner); y participó en la multiestelar Un puente demasiado lejos (Richard Attenborough, 1977). Los ’80 lo recibieron con el título de actor versátil bajo el brazo. Tuvo lugar en películas de todo tipo, desde ciencia ficción (Atmósfera Cero, Peter Hyams, 1981) y fantasía (Los aventureros del tiempo, Terry Gillian, 1981), hasta comedia (El hombre del lente mortal, Richard Brooks, 1982), drama (Cinco días, un verano, Fred Zinnemann, 1982) o aventura (Highlander, el último inmortal, Russell Mulcahy, 1986).
El salto de la popularidad al prestigió llegaría durante la segunda mitad de esa década, cuando interpretó al monje William de Baskerville en el policial medieval El nombre de la rosa (Jean-Jaques Annaud, 1986), basado en la novela de Umberto Eco. Y, sobre todo, con su participación un año después en Los Intocables, de Brian De Palma. Ahí le da vida a Jim Malone, un viejo policía que integra el escuadrón antimafia liderado por Elliot Ness (de nuevo Costner), grupo que a comienzos de los ’60 fuera retratado en la popular serie homónima. Ese papel le valió un Oscar como Mejor Actor Secundario, el único de su carrera. Y el único que recibió un actor escocés en la historia de las festatuillas. Sobe el final de los ’80, Connery ocupó otro rol de gran poder simbólico: fue convocado nada menos que por Steven Spielberg para interpretar al padre de Indiana Jones en La última cruzada (1989), tercera entrega de la saga.
Los ’90 lo encontraron igual de activo, participando en títulos como La caza al Octubre Rojo (John McTiernan, 1990), Lancelot, el primer caballero (1995), donde interpreta al Rey Arturo, o el blockbuster La Roca (Michael Bay, 1996). Su carrera se terminó durante los primeros años del siglo XXI, donde apareció solo en dos películas: Descubriendo a Forrester (Gus Van Sant, 2000) y La Liga Extraordinaria (2003), donde interpreta a otro icónico personaje literario, el explorador Alan Quatermain.
Sean Connery fue elegido "El mayor tesoro nacional vivo de Escocia". En 1989, con casi 60 años, la revista People lo coronó como “El hombre más sexy del mundo”. Una década después, cuando rondaba los 70, la estadounidense New Woman lo proclamó "El hombre más sexy del siglo”. Fue votado como la 24ª mayor estrella de cine de todos los tiempos por la publicación Entertainment Weekly y su interpretación de Bond clasificada en el quinto puesto de los 100 personajes más grandes de todos los tiempos por la revista Premiere. Tras 17 años lejos del cine, el escocés más querido de todos y por todos se volvió inmortal.