Los primeros testimonios que se escucharán en el juicio por los crímenes de lesa humanidad que sucedieron en los centros clandestinos que funcionaron en las Brigadas de Investigaciones de Banfield, Quilmes y Lanús serán transmitidos por video. Son testimonios que, en el marco de otros juicios de lesa, ofrecieron con precisión y tenacidad mujeres que sobrevivieron al terror más atroz, pero no al tiempo que la Justicia se tomó para curarles algunas heridas: Nilda Eloy, Cristina Gioglio y Adriana Calvo (ver aparte) inaugurarán la última etapa de un proceso que trabajaron para armar, que empujaron, que sostuvieron y por el que lucharon desde el día 1.

“Fueron mujeres fundamentales para el proceso de justicia y estas causas que llegaron a juicio, pero también en la articulación de espacios, en el contacto con sobrevivientes y familiares, en el sostén de la lucha. Merecen que su voz se oiga”, señaló Guadalupe Godoy, abogada querellante de la Liga Argentina por los Derechos Humanos y testigo de aquello que describe. Testigo de Eloy, Gioglio y Calvo en acción. 

Nilda Eloy

El pelo canoso y larguísimo era marca personal de Nilda Eloy. “¿Vos sos Morticia?”, la reconoció Emilce Moler, sobreviviente de la Noche de los Lápices, cuando pudo hablar con ella de celda a celda, en el Pozo de Quilmes.  “Nos pasamos días desenredando su pelo sucio y enmarañado. Se resistía a cortárselo”, la recordó cuando falleció, en noviembre de 2017, a través de un texto que publicó en Facebook.

Eloy fue secuestrada en La Plata, su ciudad, el 1 de octubre de 1976. Tenía 19 años. El año anterior había terminado sus estudios secundarios en el Bellas Artes de La Plata, en donde la conoció Moler, y recién arrancaba a estudiar medicina. Fue una patota de unos 20 genocidas dirigidos por Miguel Osvaldo Etchecolatz. La pasearon por seis centros clandestinos durante 11 meses: La Cacha, Quilmes; de allí a Pozo de Arana, Vesubio, El Infierno y la Comisaría de Valentín Alsina. Las blanqueron en Devoto.

Nilda guardó en su memoria todo lo que sabía fundamental recordar de aquellos meses de torturas, vejaciones, maltratos, horror. Pero pasaron muchos años hasta que pudo apartar toda esa información a la memoria, la verdad y la justicia colectiva. A fines de los 90, años después de haber reconocido a Etchecolatz en la tele, asistió a una reunión de sobrevivientes de la dictadura, como ella. Se sumó a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos, de donde nunca más se fue. Y declaró por primera vez su historia ex detenida desaparecida en el juicio por la verdad que se llevó a cabo en La Plata. Allí se encontró con Jorge Julio López, de quien se convirtió en su persona de confianza, en hilo conector con el proceso de justicia. Y en eslabón primordial de la lucha por su aparición con vida, tras su segunda desaparición. 

“Todo lo que sufrió lo transformó en lucha hasta último momento”, la recordó Ailín Bonansea, joven militante de la AEED y quien la acompañó hasta sus últimos días. La joven, que se sumó a la AEED gracias a Nilda, destacó que “para ella dos cosas eran fundamentales: la palabra de los sobrevivientes, recuperar sus historias, su militancia, que dejaran de ser un número y que se conociera la resistencia de ellos y de los desaparecidos en los centros clandestinos”. Con su denuncia se inició la investigación sobre lo ocurrido en El Infierno y para identificar a sus responsables. El ex agente Miguel Angel Ferreiro fue quien la abusó durante su permanencia en ese centro clandestino. Lo reconoció por la voz. 

El martes 10 de noviembre se reproducirá el testimonio que dio en el juicio contra Etchecolatz, en 2006. Aquel en el que reprodujo las palabras que uno de los represores de la Brigada de Lanús les dedicó a ella y a otros detenidos: “Ustedes están en El Infierno y del infierno no se vuelve”.

María Cristina Gioglio

“Perdiste” le dijeron dos tipos que simulaban charlar en la calle, a metros de su casa en Ranelagh, cuando pasó su lado caminando. Volvía del trabajo. Otros tantos de la patota de represores ya tenían maniatado a su esposo, Alberto Derman, trabajador de Astilleros Río Santiago, en el domicilio donde la esperaban. La entraron del codo, la interrogaron a los golpes, la maniataron y la subieron a un coche. Los trasladaron al Pozo de Quilmes. Era el 6 de diciembre de 1977 y la dictadura perpetraba, en todo el país, el Operativo Escoba con el que barrieron literalmente al Partido Comunista Marxista Leninista.

Fue torturada en Quilmes durante dos días y trasladada a Pozo de Arana. Allí, permaneció unos cuatro meses. Fue la última detenida desaparecida de ese centro clandestino. tras pasar por varias dependencias policiales de La Plata, finalmente fue  “blanqueada” en mayo de 1978. La liberaron en 1981.

Llevó consigo los nombres de las personas con las que compartió cautiverio y pudo identificar. Y también de represores responsables de Arana. “Conozco a toda la patota con nombre, apellido y jerarquía. Pero se murieron casi todos”, recordó durante una entrevista previa al juicio que se llevó a cabo por los crímenes sucedidos en ese centro clandestino. María Cristina alcanzó a presenciar y testimoniar en aquel debate oral y público, en 2011. Su testimonio será reproducido la semana próxima en el que comenzó hace la semana pasada por los crímenes de la Brigada de investigaciones de Quilmes, al que no llegó: falleció en enero de este año.

Todos esos nombres Gioglio los aportó a la Conadep, cuando declaró durante los primeros tiempos de su libertad. También sumó un mapa de Arana. Participó del proceso de juzgamiento a genocidas argentinos que inició el juez Baltazar Garzón en España. Sumó su testimonio al juicio por la verdad platense y trabajó activamente para aportar información y visibilizar el juicio de 2011. Con los años, fundió su compromiso con el proceso de memoria, verdad y justicia con la lucha feminista. Fue integrante activa de la Casa del Encuentro Azucena Villaflor, epicentro feminista de La Plata, hasta el fin de sus días. “El feminismo me empoderó, me ayudó a defender mis derechos, a luchar por otras mujeres que lo necesitan, a acompañarlas”, reflexionó en un testimonio que ofreció al núcleo de organismos de derechos humanos Memoria Abierta.