Tal vez, excluidas las paranoias continuas por la cotización del dólar, haya sido la pasada una de las semanas más intensas del año.
El décimo aniversario de la muerte de Kirchner, con unas manifestaciones populares que los medios volvieron a no reflejar en toda su magnitud.
La carta de Cristina.
El acontecer de Guernica, expresado como desalojo o represión a secas.
La novela de los Etchevehere, mudada a cuestión de interés nacional porque la oposición supo usufructuarla.
Por unas horas, esas horribles imágenes de lo sucedido en Guernica (junto al cantadísimo fallo de la jueza entrerriana a favor del patrón provincial, en un conflicto que el Presidente bien definió como “cosas que pasan entre ricos”) suspendieron la interminable serie de conjeturas sobre lo reflexionado por Cristina.
Si algo debiera estar claro es que en el fondo de Guernica hay una infamante justicia de clase.
Todo lo demás, aunque atractivo y necesario de analizar, es secundario en medida prevalente.
De sólo ver ese campo pelado de cien hectáreas al servicio de la especulación inmobiliaria, de la avanzada policial, de las excavadoras, no habría más nada que decir.
¿Querían Justicia independiente, los promotores de que el kirchnerismo estuvo detrás de la toma?
Ahí la tienen a la Justicia ésa, en todo su esplendor.
El gobierno bonaerense hizo, al parecer, todo cuanto estuvo (¿y supo?) a su alcance, que significó acordar con la inmensa mayoría de las familias asentadas (732) del primer colectivo.
Después, las cifras se confunden entre ese conjunto que aceptó las proposiciones oficiales; un grueso adosado tras que aquéllas se retiraran; los agregados que efectivamente permanecieron; los que no tenían “nada que ver” con el lugar; quienes fueron censados a posteriori y quienes, de esos relevados, permanecieron allí.
Si el gobierno provincial fue haciendo todo lo que propuso y supo, ¿no debió haberlo comunicado paso a paso, para evitar comerse el marcaje de su palo por haber cedido a que se reprimiera?
Y se presta a otra discusión, bizantina, si la cifra y armamento no letal de efectivos policiales desplegados (unos 4 mil seguramente sedientos de represión a mansalva, contra unos centenares de personas desarmadas que no tienen dónde caerse) fue una brutalidad inexcusable o la manera de no provocar reacción desmedida.
Al cabo de todos los “números”, el promedio da entre 150 y 200 personas que, a priori, fueron víctimas de la obcecación de unas organizaciones denominadas “de izquierda”, injustamente si es por las autoridades de la provincia y con todo raciocinio si es por el machaque mediático (alguna vez convendría discutir a qué se le llama ser “de izquierda”, descartando que sólo conlleve hacer barullo e investirse de sacrificialidad popular).
Ese fue el conducto para servirles las cosas en bandeja a los cazadores judiciales, bien que debieron tragarse un operativo menos impetuoso que el que deseaban.
Es difícil sacarse de la cabeza el arrasamiento de casillas de miseria africana, en un predio exigido como propio -entre otros, flojísimos de papeles-- por una empresa que se llama Bellaco.
Es para dudas y bajón que también metieron en agenda la causa nacional consistente en defender la propiedad privada, como si la amenazara una horda de soviets.
Mientras, con nada de asombroso, casi el total opositor más explícito salió en bloque a cuestionar las alertas, afirmaciones y convocatoria de Cristina, porque esa banda sencillamente vive de los silencios y dichos de CFK.
Es razonable, porque hablamos de quien es --por lejos, desde hace tiempo, sin rival a la vista y como la propia oposición reconoce en voz baja-- el cuadro político inmenso, determinante, del escenario nacional.
Pero no es sólo eso, sino que, justamente por eso, su carta descolocó a los forajidos al convocar a un acuerdo multisectorial para resolver un/el drama básico de la economía argentina: su estructura bimonetaria.
La sutileza más brillante del texto de Cristina no fue su referencia a los funcionarios que no funcionan, convertida en comidilla de la gilada.
Fue haber incluido a los “mediáticos” entre los sectores reclamados.
Con esa sola mención, con ese solo rasgo de su pintura descriptiva, colocó al poder de las corporaciones comunicacionales entre aquellos que deberían sentarse a la mesa del consenso.
Después se verá si, como lo indica nuestro decurso histórico, esa burguesía grande, que nunca es gran burguesía, se niega a consensuar porque --invariablemente-- hasta su fracción no dolarizada en ingresos queda presa del resentimiento ancestral y antiperonista.
Lo que no debería poder decir es que su obsesivo fantasma “populista” no la llamó a dialogar.
De hecho, en línea armónica con la carta de Cristina, el Presidente está reuniéndose con miembros varios del “círculo rojo” (¿quizá la tentativa de retomar como idea el Consejo Económico-Social, que nunca impulsó?).
Los datos confluyen acerca de que en esos encuentros se aborda con prioridad la problemática de cada sector, y está bien porque en su sentido práctico no son lo mismo Paolo Rocca que Alfredo Coto, ni Marcos Bulgheroni que Luis Pérez Companc, y así sucesivamente.
Pero en la gestualidad política, estaría claro que los Fernández --él desde su ejercicio ejecutivo, y ella a través de esa carta de la que se leyó lo que le parece a cada quien y no lo que dice-- proceden según lo dicta la emergencia: debe articularse con los mandamases de los poderes fácticos, por supuesto que sobre el piso de lo innegociable de las políticas de Estado y del hecho de que son actores imprescindibles en un país, sistema y mundo capitalistas (destacar esa obviedad grosera va en línea con los extraviados capaces de relativizarla).
Si el Estado es un impulso fundamental como director y motor de la obra pública reactivadora; y si los actores de la economía popular son un sector mayormente desatendido, con mucho para contribuir en la producción y formación de precios, hacer que los poderes fácticos no existen o que puede regimentárselos a manu militari --como si rigieran condiciones materiales para una economía exclusivamente estatalista-- es de una pobreza ideológica atroz.
Tal lo indicado por un forista de este diario que salió al cruce de las críticas por la “derechización” del Gobierno, a Lenin lo hubieran acusado de cómplice zarista cuando, hace cien años, lanzó la Nueva Política Económica que promovía coexistencia de sectores públicos y privados.
El tema de la NEP es naturalmente mucho más denso que esa provocación insinuante, pero sirve para sugerir algún límite a las extravagancias de ciertos revolucionarios, nacionalistas y kirchneristas depresivos de escritorio.
Ahora lo único que falta es que Kicillof sea considerado represor; el Cuervo Larroque un entreguista; Alberto un símil Macri y, ya que estamos, Cristina una blandengue para que a todos ellos --en mención explícita e implícita-- el comandante Grabois les pida que dejen de ceder.
Son muy complicadas ciertas tensiones en el Frente de Todos, y la energía que se gasta en chicanas y chiquitajes aprovechados por la ofensiva mediática.
Es un asco el discurso fascistoide de Sergio Berni, quien viene a ser un extremo por derecha ferretera de ese mismo Frente al igual que lo es Sergio Massa en su costado liberalote; y es repulsivo que ese personaje, Berni, de auto-culto a la personalidad con proyecto individualista (al que CFK promovió y también sostiene, a ver si nos entendemos, en su táctica de que el arco de alianzas debe evitar la mayor cantidad de fugas posibles, so pena de afrontar riesgos enormes en el armado estratégico y en las próximas elecciones) se haya jactado de un operativo que expuso una de las peores muestras sistémico-clasistas.
Falta claramente un discurso oficial con algo de épica hacia futuro de mediano plazo, como si fuera tan fácil en medio de una pandemia que hizo y hará caer las economías de todo el mundo.
Todo lo que se quiera, más que las acciones económicas del Gobierno son o se parecen a atajar penales hasta cuando --en la hipótesis más benigna-- aparezcan la vacuna, los turistas brasileños, los ingresos granarios y una paz cambiaria… consolidada o algo así.
Luego, y siempre cansador: ¿de ahí a confundirse de enemigo?
Suponiendo que a un periodista, comunicador, comentarista, le fuesen exigibles recetas, estos pareceres no contienen ninguna.
Apenas se trata de (proponer) acercarse a algún diagnóstico que esquive delirios y depresiones inmovilizadoras.