El mundo está cambiando, y el hecho que dispara esta columna me hace pensar en que es para bien. Hace unos días se conoció la noticia sobre la primera ministra transexual de Europa, Petra Sutter, ginecóloga, ecologista y ahora responsable de Administraciones Públicas de Bélgica. Debo decir que esto me sorprendió muchísimo. Y para los que viven mirando y comparando nuestro país con el primer mundo, les comento que aquí, en Argentina, también tenemos lo nuestro en lo que respecta a los avances en derechos laborales: Alma Fernández es la primera compañera trans en trabajar en la Cámara de Senadores bonaerense gracias al Cupo Laboral Trans.

La historia de Alma es muy triste, pero a esa niña que perdió parte de la infancia en las calles de Palermo, hoy la vida le da otra oportunidad: una revancha y esperanzas de una vida mejor. Según cuenta ella, este es su primer trabajo en blanco y representa un doble logro: gracias a haberse inscripto en el bachillerato popular Mocha Celis, Alma aprendió a leer a los 30 años.

Estas noticias que a muches nos producen la alegría y el orgullo de vivir en un país donde las travestis comenzamos a escribir una nueva historia a otres les despiertan un odio descomunal que necesitan volcar en las redes sociales donde, al parecer, el anonimato y la impunidad les agrandan la letra a varies. En Twitter, en particular, los troles de la agresión están a la orden del día.

El otro día estuve en el INADI en una reunión con Vicky Donda porque fui convocada para formar parte de Embajadores Culturales, un programa histórico de esta entidad que busca promover la no discriminación, el racismo y la xenofobia. Realmente me siento honrada y agradecida por esta invitación. Al terminar el encuentro, nos sacamos una foto para subir a las redes y ya se pueden imaginar la cantidad de insultos que recibimos en los que la violencia machista era lo principal. No se trata de estar de un lugar o del otro de la grieta: esto es mucho más profundo.

Ya sabemos que las mujeres, travestis y trans somos las favoritas a la hora de descargar la furia patriarcal, pero si además le sumamos pensamiento divergente, libertad sexual y feminismo, la rabia se parece a una patada a un panal de abejas. Creo que si pudieran, nos escupirían, nos pegarían o nos torturarían y hasta podrían matarnos (sin ir mas lejos, lo hacen). Eso es lo que sus mensajes reflejan.

Según un estudio del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), la violencia de género en redes tiene consecuencias directas en la participación política y las carreras de mujeres, lesbianas, travestis y trans: pareciera ser que nuestro ámbito de trabajo solo puede ser el privado y debemos ser expulsadas de lo público.

Utilizar el insulto como arma para denostar y menospreciarnos se ha vuelto algo aceptado en internet y debería ser repudiado por todes. Entiendo que el fenómeno hater se construye sobre factores de diversa índole, como la carencia afectiva o la frustración, pero cuando la práctica pasa a reproducir los llamados «discursos de odio», ya no se concentra en una persona en particular, porque la consecuencia y el objetivo que subyace es colectivo. Por eso se habla de adoctrinamiento: se ataca a un individuo para denostar a todo el colectivo que representa esa persona. En este caso, el mensaje transmitido es que la política o el área pública no es un área donde tengamos que estar y va mas allá del partido político al que podamos pertenecer.

¿Qué les pasa con nosotras? ¿Qué les pasa con nuestras voces? ¿¡Qué nos pasa!?! ¿Qué ocurre con el resto de les espectadores? Me resultan tan preocupantes esas manifestaciones de odio como el grado de naturalización de este tipo de violencia.

Nos volvemos indiferentes cuando los agravios son para otra persona. Sin embargo, ¡los vemos! No seamos hipócritas: leemos lo que dicen y seguimos navegando en las redes como si nada sucediera. Si el insulto no es para une, parece que no importa, no nos afecta. ¡Despierten! Todo tiene que ver con todes. ¿Hasta cuando? ¿Por qué no reaccionamos cuando vemos estos mensajes en las redes?

Debemos actuar entre todes frente a este problema, porque sus consecuencias no son menores: entre las más graves, esta incitación puede conducir a formas de violencia sexual y otras violencias físicas. No contribuyan ni sean cómplices de la violencia que esta sociedad ya tiene, no importa cuáles sean sus inclinaciones políticas: seguro tienen madre, hermanas, hijas, tías, sobrinas, nietas, amigas, vecinas o alguna conocida.

Debemos poner el foco en la educación para el buen uso de internet, las redes sociales tienen normas o reglas de convivencia que pueden ser utilizadas. Denunciar el contenido o reportar y no fomentar el mal uso de ellas hoy son la mejor respuesta. Claramente, les odiadores compulsives e intolerantes van a seguir estando, pero debemos pensar en herramientas y políticas públicas para combatir y generar el cambio cultural que tanto necesita nuestra sociedad. La única manera es colectiva y más unides que nunca.