Freud interpretó que el mito griego de Edipo expresaba el nudo de amor y odio alrededor del cual giraba la sexualidad humana. Edipo gozó de las pasiones a las que otros renunciaban: parricidio e incesto. De una manera trágica, ya que intentó huir de una profecía pero finalmente no pudo escapar y, de manera inevitable, se encontró con su destino. Edipo accede al trono y desposa a la reina (sin saber que era su madre) en recompensa por haber librado a Tebas de un temible monstruo, la esfinge. Ésta planteaba un enigma y mataba a aquellos valientes que se le enfrentaban si no lograban resolverlo. El acertijo era el siguiente: "¿cuál es el ser vivo que cuando es pequeño anda en cuatro patas, cuando es adulto anda en dos y cuando es mayor anda en tres?". Edipo respondió correctamente: “el hombre”, puesto que cuando es un bebé gatea, camina en sus dos piernas cuando es adulto y de anciano se apoya en un bastón. La solución de Edipo al enigma era clara: “el hombre”, habían olvidado justamente al hombre y con ello la complejidad de la evolución humana, el orden generacional, los deseos y las prohibiciones. La posibilidad de reconocerlo, de diferenciarlo de los animales, de darle el status de humano, salva a Tebas.
Luego de varios años, Edipo se enfrenta a otro enigma: resolver el motivo de la peste que asolaba a su pueblo. “Al querer intervenir Edipo de nuevo ante una desgracia dos veces mayor esta vez (...) no ya diezmando a su pueblo de quienes se exponen a la pregunta de la esfinge sino golpeándolo en masa bajo esa forma ambigua que se llama la peste”, dice Lacan, Edipo se entera por el oráculo que había matado a su padre Layo y desposado a su madre, lo cual originaba las grandes pestes en su tierra. Ante esta revelación, la madre se suicida y Edipo pincha sus ojos, se ciega y se destierra. La interpretación del oráculo fue que la falta o la culpa la tuvo el exceso, el goce sin freno. La culpa culmina en el castigo.
Hoy el supuesto monstruo aparece bajo la forma del murciélago, que nos esconde sus enigmas. Tras él emerge la verdad del descuido ecológico del planeta, la voracidad del capitalismo salvaje generando un desequilibrio tóxico: exceso para pocos y carencia para muchos, falta de políticas sanitarias y preventivas... Según el psicoanalista Christopher Bollas, la “glotonería despiadada” del neoliberalismo busca acumular riqueza sin intervención de ley, de derechos humanos, del deseo de seguir mejorando el mundo; busca un país gobernado por la economía y no regulado por el gobierno, una forma de psicopatía cuyo discurso genera otro tipo de "virosis" que ataca la subjetividad, la percepción de la realidad, el sentido ético de la capacidad de empatía; “este sistema despoja a las personas de sus cualidades humanas cruciales”. Podríamos pensar que, cual retorno siniestro de lo rechazado, ahora la exclusión y la restricción es para todos, cuarentena global como único recurso posible para controlar la pandemia. Como si cada uno se transformara en un ser marginal: aislado, contagioso, peligroso.
Tal vez Edipo no terminó de entender el mensaje oracular, que estaba en continuidad con el recibido anteriormente: “el hombre”, el olvido del hombre. El único capaz de erguirse sobre sus dos piernas y de buscar sostén cuando lo necesita, el que puede lidiar con su falta y convertirla en cultura y también el que puede cometer excesos destructivos. Edipo debía denunciar los excesos, no culparse por las faltas. Ante esta pandemia surgen voces que aluden a un castigo bíblico por la ambición consumista y otras que agradecen la postergación de reclamos por malestares que parecen secundarios cuando se trata de sobrevivir. Pero no se trata de castigarse como lo hizo Edipo, no hemos cometido pecados que debemos pagar ni somos culpables por haber consumido, por haber fantaseado o por haber deseado.
El problema es que los que debían velar por el cuidado de la humanidad no lo han hecho. Es consustancial al hombre el egoísmo y la agresión, pero también lo es el cuidado y la solidaridad. Sin solidaridad se pierde humanidad. Un mundo sin una distribución más equitativa y cuidada de las riquezas del planeta queda a merced de la peste. No como castigo sino como víctima de un resultado inevitable. Para salvar a la humanidad no es suficiente la vacuna, muchas otras cosas también deben cambiar. La pandemia y la cuarentena nos toca a todos, pero no somos todos igualmente responsables. No debemos cegarnos sino abrir los ojos. Y ver que somos responsables, sí, de esperar y demandar una conducción mejor y más justa. Para intentar cambiar el destino.
Diana Litvinoff es psicoanalista de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Autora de “El sujeto escondido en la realidad virtual”.