Escaso movimiento. Parece Buenos Aires de domingo. Las plazas están tomadas por familias de picnic; por la curiosa práctica grupal de correr detrás de una pelota para alcanzarla y patearla; el sol ayuda. Las calles están inusualmente livianas de tránsito. No hay bocinas, hay menos esmog, no hay urgencia. Los comercios están cerrados. Amplia mayoría de persianas bajas. Parece Buenos Aires de domingo, pero no hay clima de fiesta. Si se mide por la ausencia de movimiento, o de la casi nula presencia laboral en el cemento urbano, el hashtag #YoNoParoEl6, lanzado por afines al oficialismo para confrontar la medida de protesta, cosechó un rotundo fracaso. No pudo impedir la proliferación de imágenes de calles vacías. Es el día del primer paro nacional dispuesto por la CGT y la segunda huelga que enfrenta el gobierno de Mauricio Macri después del paro y masiva marcha de mujeres del 8M.
La imagen del hombre tirado contra la puerta cerrada de la estación del Mitre, en Retiro, habla. Lo mismo que la de las dos uniformadas conversando con las manos en la cintura en el hall vacío de Constitución. Ambas imágenes tienen una fuerte carga semántica, una buena provisión de datos. En tren, cotidianamente, llega la mayor parte de los trabajadores que luego se dispersa en otros medios de transporte, especialmente colectivos y subte. Los ferroviarios pararon. Y sin ferroviarios no hay vagones que descarguen las lenguas de multitudes, no hay codo a codo para pelear el minuto y llegar al presentismo. Las estaciones de tren vacías son la imagen de una ciudad parada. Alrededor del edificio de las estaciones, tanto en Constitución, Retiro como en Once, las paradas de colectivos también están vacías. Porque sin trenes, los colectivos pierden buena parte de su motivo. Y porque los choferes también pararon. Según estimaciones de 2013, en notas en las que se evaluaba el impacto de un paro general, notas publicadas por los mismos medios que hoy cuestionan como innecesario el paro laboral, a la ciudad entran para trabajar por día 1,2 millones de personas desde el conurbano. Ayer, se notó la ausencia de ese millón doscientos mil.
La falta de trenes y la ausencia de colectivos transformó el ritmo del día. El asfalto porteño, habitualmente caliente hasta las nueve o diez de la noche, ayer mostró su color frío. Una recorrida desde Plaza de Mayo hasta la General Paz, a través de la avenida Rivadavia, llevó a este cronista media hora a las tres y media de la tarde. La metrópolis, por el tremendo efecto de la protesta, se acercó al ritmo de la aldea.
Mucha persiana baja. Difícil discernir en el momento cuál persiana quedó cerrada como protesta y demostración de la efectividad del paro, y cuál ya estaba caída por efecto de la política macrista del ajuste que motivó este paro. En la zona de los locales textiles, en Scalabrini Ortiz, entre Córdoba y Corrientes, hay cuadras enteras de rejas y persianas bajas. Es posible distinguir entre las que quedaron cerradas por la crisis, el tremendo ajuste y la caída de las ventas, y las que todavía protestan: en las últimas se percibe el lustre opaco del uso cotidiano, mientras que las primeras agrupan papeles, basura, hilachas del tiempo que el viento va colando entre las hendijas.
Las avenidas, sin colectivos, tienen una plasticidad imposible de reproducir los días habituales de semana, cuando el tránsito se abroquela y endurece, avanza a paso de hormiga y carga tensiones. Mantienen un ritmo cansino. Es curioso que los conductores, con más espacio para avanzar, prefieran conducir lentamente. Tiene su lógica: no hay apuro. Hay taxis en la calle, pero son todos dueños, patrones. Cuando avanza la tarde, las flotas de taxis ya se agrupan en los estacionamientos o contra las veredas. Los peones pararon y los dueños ya hicieron su día. A las cuatro o cinco de la tarde, los taxis ya escasean. Del microcentro, que quedó abierto al auto particular, una medida que el gobierno dispuso para favorecer una ilusoria oleada de voluntad laboral, hay quienes intentan salir en taxi. La dificultad era previsible.
El conductor del Siena gris se detiene en Reconquista y Lavalle. La pasajera abre la puerta delantera del acompañante. El saludo formal y seco, el conductor que desplaza hacia atrás el asiento del acompañante y quita una revista y un portadocumentos para que la mujer se siente, escenas que revelan a un remisero que intenta disimular el viaje.
Vamos, no es que no hubiera movimiento, sino que el movimiento era diferente. Sin colectivos, con pocos taxis, y menos vehículos particulares que lo habitual, sin movimiento de gente que cruce esquivando autos, sin motoqueros delivery, sin necesidad de que gane el más rápido porque no hay urgencia de mantener la onda del semáforo, trasladarse de un punto a otro de la ciudad es casi agradable, es casi un deleite dominguero, si no fuera porque se está obligado a atravesar imágenes raras, casi oxímoron de una ciudad que de pronto se hizo a nivel humano a costa de la reducción humana de quienes la transitan: las estaciones de servicio están vacías, no hay filas de autos que esperan cargar porque simplemente el combustible no llegó por el paro; las obras del Metrobús que pueden amargar la existencia a cualquiera que intente sumergirse en el bajo porteño en horario diurno, están paradas. En realidad, todas las obras de construcciones están paradas, con lo que tampoco hay camiones hormigoneros en doble fila en ninguna calle de la ciudad, ni obreros descargando arena o ni bolsas de cemento; no hay reparto de comida a las oficinas, porque las casas de comida están cerradas y casi no hay oficina abierta; no hay camiones de descarga de alimentos estacionados en doble fila frente a los almacenes porque no hay conductores ni empleados que descarguen.
Una imagen tal vez resuma y a la vez golpee a la vista por lo que está diciendo: la avenida 9 de Julio, desde la altura, desde ese plano que los medios hegemónicos eludieron con prolijidad en la reciente marcha de apoyo al gobierno porque hubiera revelado la escasez de almas, descubre una avenida a secas, despoblada, irreconocible hasta en domingos porque hay nadie. Literalmente, hay nadie.
Es jueves, pasado el mediodía. Día de paro general. Día del hashtag #El6TodosParamos.