“Lloré con emoción y con una sonrisa cuando puse mi voto, estaba feliz ¡hasta bailé una cuenca cuando salí! Llevé mi pañuelito rojo y al salir ¡bailé cueca!”, repite Carla Giannini. Es compositora, es chilena, está radicada en la Argentina hace treinta años. Su voto, desde la Dirección Nacional de Migraciones, en el barrio porteño de Retiro, forma parte de los 8.000 que podían emitirse en la Argentina el domingo 25 de octubre. Y como las gotas de la lluvia que ese día cayo sobre Buenos Aires, fue decisivo en el 78 por ciento con que se impuso el “apruebo” para que se modifique la actual constitución pinochetista.
Aunque no todos los residentes en Argentina pudieron votar. Los motivos van desde problemas en los permisos de circulación por la pandemia, a “la falta de inscripción” -–ya que no es un acto obligatorio y la falta de algunos lugares de votación. Chile dijo “apruebo”, en un gesto histórico.
“Despertamos –dice Carla-- y fue con convicción, porque no nos conforma que más de la mitad de la población quede excluida”. En Chile se había naturalizado la exclusión capitalista, sostiene. “El agua no es pública en Chile, es privada, y es legal –agrega Carola Martínez--, hay que volver a tener ríos y lagos, públicos. Para eso tenemos que cambiar la constitución”, señala. Carola es editora, vive en Buenos Aires y no fue a votar. No pudo. Por la inscripción. Muchos como ella, por diferencias políticas con los partidos tradicionales, nunca se habían inscripto. Otros, en otros lugares del país, no tuvieron certeza hasta último momento, sobre la apertura de los consulados estarían abiertos.
“En Bariloche y Córdoba, cuando nos enteramos que había problemas, logramos que se abrieran” explica Liliana Rubilar Rifo, de la Pastoral de Migraciones de Neuquén, que fue presidenta de mesa en el Consulado de esa ciudad. Para Carola, era un signo: “en el sur y norte de Argentina, los residentes son más radicales, como casi todos los que tuvimos que salir porque en Chile no se podía trabajar ni estudiar”. Habla del exilio político o económico, consecuencia del modelo neoliberal del cual Chile “era el ejemplo”, ironiza.
Carola tiene una librería especializada para docentes y bibliotecarios, y aunque no fue a votar, siguió desde su casa en el barrio de Flores, la jornada que considera “el inicio de un cambio real en Chile, en lo cotidiano, va a cambiar la vida”, realza. Con su hermana y sus tres hijos, más su hija y su marido, Carola siguió por TV y en contacto con su familia en Chile, lo que ocurría, desde el primer resultado en Australia con más del 80 por ciento para el “apruebo", a los festejos en el Obelisco. “Estábamos nerviosos y expectantes, teníamos miedo al fraude, pero fue tan avasallante, desde los primeros cómputos del voto extranjero, que nos daba fuerzas”, recuerda.
En Santiago de Chile, primero se dieron los resultados de las comunas ricas de la ciudad. A favor del “rechazo”. Pero no pudieron equiparar “la reacción de quienes no naturalizamos el modelo neoliberal y con sus tremendas diferencias sociales, con la muerte de la educación pública” señala la editora. La educación fue pública hasta el derrocamiento de Salvador Allende. Hoy “la universidad por mes, cuesta más que un salario mínimo”, apunta.
Al Obelisco “se fue a festejar --recuerda Carla--, porque acá, el 89 por ciento dio el ‘apruebo’. Ahora hay que pensar cómo transformamos eso en la realidad, en educación, en salud”, plantea. Y explica que después de votar bailó cueca “porque esto tenía que tener el sabor de una celebración. Era emocionante. Todos sabíamos ¿qué teníamos que votar? Y éramos muchos, muchos jóvenes”. Ella tenía miedo de no poder "porque tuve covid, pero me dieron de alta, justo”, se alegra. No le asombró ver más gente que en las presidenciales. “Porque aquello era votar entre sectores de la Concertación, no causaba el compromiso de este plebiscito, que fue histórico y era urgente. Ahora hay que pensar cómo seguir con la construcción del país digno, inclusivo y no binario que pensamos, poner la razón y el sentimiento, prepararnos para un nuevo Chile”, sostiene.
En Neuquén Liliana vivió la jornada “con mucha incertidumbre, tenía miedo de que la gente no acudiera por la pandemia, y vino menos gente de la que esperábamos, pero muchos eran jóvenes, los que vienen a estudiar, eso me alegra”. Hace cuarenta años que Liliana integra la Pastoral de Migraciones. Aunque es ama de casa, su lucha es siempre “porque se respeten los derechos”. Ya había participado como autoridad en otras votaciones. “Fui convocada la primera vez que votamos en la Argentina los chilenos. Antes había que ir a Chile. Fue una conquista -–recuerda--, ahora hay que esperar, a abril”.
En abril se votan los 155 constituyentes de la Convención. Allí, ahora, juega “la calle”, no sólo los representantes parlamentarios. Están los jóvenes que ganaron la calle, batalla tras batalla, aún con pérdidas de vidas, tras el conflicto que estalló en octubre de 2019. Y se debate desde una “Convención paritaria”, puntualiza Carola Martínez: “con la misma cantidad de hombre y mujeres, con porcentajes para pueblos originarios, o sectores como docentes, o ambulantes”.
“Hay que lograr que sea participativa --agrega Carla Giannini--, para los ejes fundamentales como la educación gratuita y pública. Y quizá poder ser reflejo de otro estilo de hacer política, que pueda ser un faro en Latinoamérica, como sistema político, más abierto, distinto a los modelos tradicionales”. Ella resume un sentimiento generalizado, el despertar fue doloroso, dice. “Quedaron más de 400 personas sin visión, muchos muertos y presos políticos, yo empecé una canción dedicada a Gustavo Gatica --uno de los jóvenes que perdió la visión en una represión-- con un verso que dice: ‘Yo regale mis ojos, para que Chile despierte’, es canción, pero también ofrenda, y no podemos dejar que haya sido en vano. Votamos, aprobamos, celebramos, una fiesta. Ahora nos queda construir un país que tenga que ver con el bien común”, concluye.