El juicio por los vuelos de la muerte que trasladaron a detenidos desaparecidos desde Campo de Mayo hacia el final de sus vidas durante la última dictadura cívico militar continuó con testimonios de exsoldados que cumplieron servicio militar allí, en el Batallón de Aviación 601. Sus vivencias, sus recuerdos, los datos que aportaron fueron fundamentales para armar el rompecabezas de esta causa.
De hecho, la investigación se nutrió, en gran medida, de testimonios de unos 400 colimbas de esa guarnición del Ejército de 5 mil hectáreas localizada en la zona norte del gran Buenos Aires. Los que mientras cumplían el Servicio Militar, entonces obligatorio, presenciaron, oyeron o a quienes se les escondieron sin éxito escenas que prueban que desde allí, por las noches, salían aviones o helicópteros cargados de personas para tirar al vacío.
Uno de ellos, por ejemplo, contó cómo vio bajar a una persona con capucha, cadenas en las manos y en los pies, de un helicóptero. Cómo su superior le advirtió luego que al hablar delante de él tenían que cambiarse los nombres. Le dijeron que era un “soldado desertor”. Otro recordó que llamaban "el Fiambrero" al camión que, luego reconstruyó, transportaba a los secuestrados. Otro soldado dijo que "se sentía como que había gente, voces o gritos" en los hangares.
El juicio, que comenzó hace apenas un mes, ya contó con declaraciones de familiares de las cuatro víctimas cuyos secuestros y muertes tras haber sido tirados a las aguas del Mar Argentino y el Río de la Plata son eje del debate, y con los testimonios de unos pocos ex soldados conscriptos que cumplieron Servicio militar en Campo de Mayo. Este lunes continuó la misma línea, con las versiones de Miguel Angel Duarte, Félix Obeso y Eduardo Alonso, que declararon desde su casa vía teleconferencia y cuyas palabras fueron retransmitidas por el medio autogestivo La Retaguardia.
Un ayudamemoria
A Miguel Angel Duarte le costó hacer memoria, pero poco a poco fue recolectando datos durante las casi tres horas que duró su testimonio. Duarte cumplió servicio militar en Campo de Mayo entre 1976 y 1977, donde desempeñó, dijo, trabajos para el servicio de Finanzas de la guarnición. Trabajaba, a diario, “donde estaban todos los jefes” de la dependencia: mencionó a Luis del Valle Arce como su jefe, a Delsis Malacalza y a Alberto Conditi, aunque sin precisiones sobre el cargo del último.
Durante la primera ronda de preguntas, Duarte respondió con seguridad que no había oído sobre centros clandestinos en Campo de Mayo y que no había visto nada que le llamara la atención en relación a helicópteros o aviones que llegaban o partían del lugar. Trabajaba en la Mayoría, que estaba a un kilómetro de la pista del Batallón de Aviación 601, con asiento en ese espacio, pero había hecho guardias --pocas, dijo-- más cerca.
Antes de comenzar una nueva ronda de consultas, en la que las partes le leerían fragmentos de la declaración que Duarte había hecho durante la instrucción de la causa para “refrescarle” la memoria, el presidente del Tribunal Oral Federal número 2 de San martín, Walter Venditi, le advirtió al testigo que estaba bajo juramento y que podría llegar a ser acusado de falso testimonio.
Entonces, Duarte hizo un click automático y finalmente, a cuenta gotas, confirmó aquello que había contado ante la jueza de instrucción Amalia Vence. Contó que durante una de sus guardias tuvo “contacto con un soldado desertor”. Una persona que “bajó de un helicóptero de la Armada, con mameluco color gris clarito, capucha de color gris puesta en la cara, con cadenas en las manos, en los pies y una que unía a esas dos”. Dijo que lo habían llevado a la Guardia, que lo subieron a un camión Mercedes Benz y que lo dejaron a su cuidado. “Entonces un jefe me dijo que nos íbamos a cambiar los nombres, que a partir de entonces yo me iba a llamar de otra manera y que si lo tenía que nombrar a él, le iba a decir de otro modo”, apuntó. También recordó que en un momento, el soldado encadenado le pidió agua, que “quería saber dónde estaba”, que “intentó correrse la capucha”, pero que no lo dejó: “‘Hasta ahí’, le dije”, contó.
El fiambrero
Félix Obeso estaba destinado a cuidar el ingreso y egreso de camiones a la zona del Batallón de Aviación en Campo de Mayo. Tenía un hobbie: sacarse fotos con helicópteros y aviones que veía a diario. Era medio fana de esas naves así que sabe y pudo describirlas muy bien durante su testimonio: cuántas personas entraban en cada uno, qué tipo de puertas tenían.
Respecto de los camiones, fue consultado por qué clase y tipos de camiones ingresaban al Batallón. En especial, sobre el “Fiambrero”, como declaró que los soldados le llamaban a un camión en particular, que se decía que trasladaba sustancias alimenticias, y que extrañamente no hacía el camino que hacían lo otros, sino que “iba al fondo de la pista, hasta donde estaba un avión Fiat estacionado. Duarte también hizo referencia a esa clase de naves.
Cuando el fiscal Marcelo García Berro le preguntó por qué les decían “Fiambrero” a esos camiones, Obeso reconoció que “cuando vino la democracia” empezó a atar cabos: “Empecé a darme cuenta por qué le habían puesto ese nombre, porque llevaban desaparecidos”. Cuando el fiscal le consultó si se le había ocurrido averiguarlo entonces, el ex conscripto respondió: “Menos averigua Dios y perdona”.
“Se sentía como que había gente”
Durante el tiempo que cumplió Servicio Militar obligatorio en Campo de Mayo, entre el 76 y el 77, Eduardo Alonso cumplía guardias en el Batallón de Aviación del Ejército. Como Duarte, necesitó cierto tiempo esta mañana para recolectar de su memoria los recursos sobre aquellos años. Le costó un poco.
Con bastantes menos detalles de los que ofreció en instrucción, contó durante su testimonio en el juicio oral por los vuelos de la muerte en Campo de Mayo que, en una de sus guardias, vio como aterrizó en la pista del Batallón un avión una noche. Y confirmó que, por rumores, en ese avión venían 40 cuerpos sin vida provenientes de Monte Chingolo. “Nosotros vivíamos de rumores, nadie nos decía nada”, apuntó.
Más seguridad, aunque igual de escueto en la descripción, explicó otro episodio que, en este caso, vivió en carne propia: Una vuelta, tuvo que supervisar la salida de un Ford Falcon --una supervisión “meramente burocrática”, dijo-- con “civiles adentro y una chica muy joven en la parte de atrás”. “Cuando me acerqué a identificarlos, esa chica me escupió”, continuó.
Por último, habló sobre unos galpones o hangares, ubicados a unos 500 metros del Puesto número de 2 de guardia dentro del Batallón, donde solía estar apostado él, desde donde, hace años, declaró durante la investigación de estos hechos que escuchaba “lamentos” y “quejas”. No usó hoy estas palabras: “A veces sentíamos ruidos como si fueran voces, no sé. Se sentía muy confuso. Se sentía como que había gente. Como que hablaban o se gritaban. Dependía del viento”.