Para Carolina Antich

Es la primera muñeca que parece de porcelana, con el pelo rubio, fresco, los ojos azules que al inclinar el torso cierra luciendo pestañas largas. Tiene un guardapolvo blanco con tablitas almidonadas y el lazo que cierra en la espalda, impecable. Acompaña a un grupo de seis o siete personajes con cuerpo de lana u otro relleno que cruje al apretarlo, ninguno se sienta ni mueve los brazos o las piernas o los ojos, pero son respetados por la solitaria niña que los ubica en ronda para que participen de las reuniones diarias. Uno es el payaso, otra una negra con pañuelo rojo y mirada cómplice, un sapo que ignora su estirpe animal mientras el oso soslaya suspiros por la recién llegada muchachita vestida de maestra o alumna irreprochable.

En otro tiempo hubo otra reina, de trapo, que el mecánico le construye con alambre sabiamente retorcido cama, mesa y cocina para que la hábil maestra fabrique colchón, almohadas, sábanas y mosquitero que puede acomodarse en la parte de abajo del trinchante que suele llamarse “el bocón”, donde entra en cuclillas la hija menor con su gato. Cruel mudanza hace desaparecer la escena junto con una silla de mimbre hamacada hasta el destrozo. Años después, a través de escuchas y espías nocturnas, logra enterarse que fue presa del fuego enemigo dado que era imposible que ella descartara ese mueble casi destruido.

La princesa rubia y nueva exige muebles y enseres. Con madera de paraíso el tornero talla mesas, sillas, vasos, copas, una frutera, un mate con su bombilla que, con escalas diversas y no compatibles en tamaño, pueden lustrarse y lucir en el lugar debajo de la mesa de comedor en tardes de inviernos y lino. La abuela ceba mate de leche cantando en friulano desde la habitación donde teje esos bellos calcetines de algodón. A la noche se persiguen bichitos de luz y cocuyos que iluminan tenues desde su frasco, y liberados antes del sueño nocturno.

La muñeca de tanto sentarse descompagina una pierna. Madre opina que se puede ir a pie hasta la plaza, son unas catorce cuadras y prefiere ir en bicicleta. Cinco días después, va caminando con el guardapolvo limpio y almidonado a buscar a la reparada muñeca. El juguetero la viste y se la da. Corre esas eternas cuadras, la sienta entre el grupo de amigos pero algo le llama la atención. A los gritos acude la madre, que proclama “¿qué le han hecho a tu muñeca?”. Marchan las dos apuradas, enojadas, sedientas de justicia. “Le cambié todo el cuerpo, este es nuevo, le va a durar más”. El otro cuerpo era casi porcelana, este un cartón. Imposible la discusión, enorme sufrimiento por la estafa, primer aprendizaje que el consuelo no devuelve el cuerpo querido. Algo me ayuda hoy: en el diccionario del etimológico de Roque Barcia está el secreto de esa pena: muñeca viene del latín monnula que significa compañera o amiguita…

Llega a mi casa una muchacha que dice que me ha extrañado mucho todos estos años. Imposible recordar su nombre, me retuerzo de la culpa frente a tanto olvido y tanto afecto. Era muy callada, pero eso no implica que no la haya registrado. La rastreo y la encuentro en Venecia, su obra bellísima, íntima, única. Recupero a través de sus imágenes contenidos inexplicablemente conmovedores. Su nombre es Carolina Antich. Pronto, cuando esté la vacuna, expondrá en el Centro de Expresiones Contemporáneas, estaré esperando porque creo que está trabajando en porcelana, así que le pediré que repare mi muñeca. La amada muñeca rota.

…”la memoria es el jardín más bello que existe. En ella la semilla del pasado está latente y pronta a florecer en el instante en que la mente quiera darle vida…” y no me acuerdo si esto lo dice Freud o Lacan. Amén.

 

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