Desde Barcelona
UNO Está claro que Donald Trump no tiene la culpa de todo. Pero Rodríguez sí piensa que todo es culpa de Donald Trump. Rodríguez se explica: el triunfo para muchos imposible de Trump en las pasadas elecciones norteamericanas activó eso que se conoce como suspension of disbelief. Un vale todo, un tiro de gracia o desgracia a quemarropa y entre los ojos a lo verosímil. De pronto, todo es posible. Así, el bombardeo a la supuestamente limpia White House con tóxico Agent Orange desencadenando efecto dominó y réplicas sísmicas por todo el mundo. Cadenas de hechos inesperados e irracionales y absurdos. Sismos y réplicas. Demasiados para enumerarlos aquí pero, sí, Trump-16 como primer signo de Covid-19 y del plácido American Dream derivando en pesadillesco American Scream.
DOS Y Rodríguez siempre cita a Kurt Vonnegut advirtiendo que "Sólo los locos quieren ser presidentes". Es decir --ampliaba Vonnegut-- nadie con talento, bondad, exitoso en lo suyo, feliz consigo mismo y en sus cabales querría ser Comandante en Jefe. Así, para KV, sólo los psicópatas al cubo accedían al Salón Oval.
Y días atrás Rodríguez vio documental --¿Está loco Donald Trump?-- en el que se entrevistaba a especialistas en la (de)mente humana. La respuesta era unánimemente que sí. Y el diagnóstico --común en dictadores y autócratas del siglo XX-- era lo que Erich Fromm patentó como "narcisismo maligno". Cóctel de paranoia, sadismo y conducta antisocial con compulsión mentirosa y mitómano delirio de grandeza. Allí, también, se pronunciaban algunos conocidos de Trump: uno lo comparaba a los replicantes de Blade Runner pero sin nada de su epifánico lirismo; otro denunciaba que Trump hacía trampa jugando algolf y que "no se puede caer más bajo que eso". Y un oficial de las Fuerzas Armadas contaba que todo militar a cargo de custodia/transporte/lanzamiento de arma de destrucción masiva debía pasar antes por estricto test psicológico --Programa de Fiabilidad Personal-- donde se lo interrogaba acerca de todo antes de considerarlo apto para semejante tarea. Y que, paradójicamente, jamás se le hacía ese test a ningún presidente depositario de claves para botón rojo apenas después del juramento de "Que Dios me ayude" que, en verdad, significa un "Que Dios nos ayude".
TRES "Tengo un gran cerebro", aulló Donald Trump en una rueda de prensa. "Trump se apoderó de sus cerebros", sonreía --entre maquiavélico y falstaffiano-- el asesor/ideólogo Steve Bannon en otro documental que vio Rodríguez: American Dharma de Errol Morris. Y, sí, Rodríguez es fan de Errol Morris. Si Morris alguna vez dedica todo un documental a un pimiento, bueno, Rodríguez va a verlo (y data im/pertinente: la expresión "me importa un pimiento" surgió durante el boom en el siglo XVII de la pintura bodegonera en la que la monocromía del pimiento no planteaba dificultad y desafío a los artistas quienes por eso casi nunca lo incluían en sus composiciones y, hey, Rodríguez lee en el Daily Mail que una mujer aseguró haber visto el rostro de Trump dentro de un pimiento al cortarlo por la mitad).Y en el documental de Morris, sí, el cerebro de Trump como organismo invasor y parasitario. El horror, el horror de su cerebro de las tinieblas y no su corazón infectando el sistema cada vez más nervioso de los demás. Y obligándolos a pensar --bien o mal-- nada más que en Trump. Y en la posibilidad de que Trump vuelva a ganar o que no admita su derrota o que se revele que siempre fue un organismo extraterrestre o que...
CUATRO Así, claro, esa desesperación de Alec Baldwin confesando que no hay nada más desesperante que verse constantemente superado en "potencia humorística" por aquel a quien se imita. Así, Bill Maher obsesionado con la idea de que, si Trump pierde, habrá que enviar ninjas a "extraerlo" del 1600 de Pennsylvania Avenue. Así Robert De Niro apuntando que "nuestro extraño y retorcido presidente cree que es un gangster. Pero no es un buen gangster. Carece de toda esa claridad, eficiencia, dignidad y honor obligatorios entre mafiosos". Así John Oliver inquieto por lo que pueda llegar a ocurrir en esos meses/limbo entre el out de Trump y el in de Joe Biden (que a Rodríguez le parece un James Stewart sin la clase de James Stewart; pero cualquier cosa será mejor que un Donald Trump con la clase de Donald Trump). Así, William Gibson reescribiendo su última novela --Agency-- porque en una primera versión terminada se proponía historia alternativa en la que Trump había ganado las elecciones y tuvo que corregirla para que ésta fuese la realidad sin alternativas. Así, Salman Rushdie perturbado por su propia adicción a los insomnes tweets de Trump y --lo del principio-- percibir cómo alteró su manera de diferenciar lo fantástico de lo realista embrujandoa sus dos últimos libros: The Golden House y Quichotte, donde nos sumerge en la cenagosa "Era del Cualquier-Cosa-Puede-Suceder". Así también --supone Rodríguez-- el inconfesable miedo a quedarse sin tema/droga y al inocurrente síndrome de abstinencia cuando ya no esté.
CINCO De ahí también que Donald Trump haya sido, seguro, el presidente que más libros ha generado durante su gestión. De ex colaboradores eyectados, de ex amantes y de ex familiares, de adoradores, de Bob Woodard (no uno sino dos de parte del destapador del Watergate que desalojó a Nixon y que hoy parece tan poquita cosa comparado con lo que Trump desencadena semana sí y semana también). Trump como un motor de movimiento perpetuo generador de "Historias de Trump" a las que no le van a alcanzar los estantes de esa biblioteca que fundan los presidentes jubilados. Y sólo queda temblar imaginando lo que van a ser sus memorias más bien selectivas. Mientras tanto y hasta entonces (y Rodríguez piensa todo esto en vísperas elecciones Made in USA) está claro que --para la mayoría de los mandatarios-- los dos mejores y grandes momentos son esos días de electo pero aún no en funciones y luego todos esos años de ex presidente. Entre uno y otro extremo, algunos de ellos, si Dios los ayuda (y si Dios no está de su habitual humor inestable) hacen algunas cosas buenas y deshacen algunas cosas malas.
El problema de Trump es que fue y es otra cosa. Dios de sí mismo, riéndose del coronavirus, bailoteando "Y.M.C.A.", presentándose como "vuestro presidente favorito", ventilando conspiranoias, declarándose curado e invulnerable, actuando de presidente (pero nada que ver con lo de Harrison Ford, Martin Sheen, Michael Douglas, Bill Pullman o, top de Rodríguez, Jeff Bridges enThe Contender y que te mejores, Dude), concursando y siempre ganador en su untalent-show y Trump, Donald Trump, agente secreto 000 con licencia para lo que sea. Y algo de razón tiene en su sinrazón, piensa Rodríguez. Porque el problema no es Donald Trump --síntoma y no enfermedad-- sino cuán malos fueron y cuán locos están los que dieron lugar y tiempo a que alguien tan loco y tan malo como él llegase a la Casa Blanca. Y la tiñera de naranja. Y colgara allí su retrato histórico e histérico para el que no estaría mal que (siendo alguien a quien sólo le importa Trumplandia) posara pisoteando un pimiento, ese pimiento que es el resto del mundo.