El cristiano Día de Todos los Santos y el andino Día de los Difuntos provocaron el domingo y ayer una mejora en las ventas de los puesteros de los alrededores de los cementerios de la ciudad de Salta. En un plano más inmaterial, posibilitaron también la paz de muchos vivos, sobre todo de "adultos mayores", calificados dentro de las personas en riesgo frente a la covid-19, que por fin pudieron visitar a sus muertos. Esa alegría, muy terrenal, de contar con unos pesos por fin, se fundió en estos días con la emoción de estos otros.
Ayer y el domingo en el Cementerio de la Santa Cruz, en la ciudad de Salta, en sus calles y pasillos, sus mausoleos y galerías de nichos, se cruzaban dolientes familiares con changarines que facilitan sus escaleras por unos pesos "a voluntad". Y entre ellos, de aquí para allá, la figura de Noemí Villafañe, la encargada.
“Hoy tenemos un operativo especial”, explicó. Toda la planta del personal, 50 personas, trabajó ayer. El Cementerio estuvo abierto en horario especial, recortado, por la pandemia, de 7.15 a 17, con estricto protocolo sanitario. “Les solicitamos que por favor traten de no estar mucho tiempo”, contó la encargada. Eso impidió que las familias pudieran compartir una comida con sus muertos, como era la práctica habitual antes del coronavirus. La visita al nicho fue corta, por eso algunos anotaron a sus muertos en las intenciones de la misa, que se celebra a la entrada, como queriendo estirar su presencia.
Villafañe dijo que el domingo y ayer fue “muchísima gente”, aunque menos que el año pasado. Estos dos días y el día de la madre, son los más concurridos en los cementerios. En la normalidad los visitantes más asiduos eran los mayores, justo los que la tienen más difícil para trasladarse en la pandemia, por el cuidado de su salud y porque no hay transporte urbano de pasajeros.
Casi no hay quien llegue sin flores frente a un nicho. Se venden en los puestos afuera, donde por fin repuntaron las ventas, contó Zulma, una vendedora que, sin embargo, puso el eje en los sentimientos, contagiada de la emoción de los visitantes. "Fue muy triste (en los días de cuarentena dura) ver gente que dejó a sus parientes y por dos meses no pueden venir". Y fue conmovedor también, afirmó, ver a deudos que venían a pesar de que el Cementerio estaba cerrado. "Qué, los muertos contagian", contó que escuchó decir a la gente.
Personas conocidas o memorables
En el Cementerio de la Santa Cruz están los nichos de varias personas “conocidas” o “memorables”, señaló la encargada. En mausoleos están el ex gobernador Roberto Romero, el ex fiscal de Estado Rodolfo Urtubey, y los Zorreguieta, la familia de la reina de Holanda.
Hay más apellidos destacados de la historia social, política, cultural y hasta criminal de la provincia. Están el Cuchi Leguizamón, su amigo el poeta Manuel J. Castilla, y César Perdiguero. Y descansa el cuerpo movedizo de David Alfonso Hoyos, creador de la comparsa Los Toykas.
Villafañe informó que en el Concejo Deliberante se trabaja en un proyecto para crear un paseo en el Cementerio, con el lema, "aqui descansa la historia".
En este lugar estuvo el cuerpo del general Martín Miguel de Güemes, antes de ser llevado al Panteón de las Glorias del Norte en la Catedral Basílica. El hermoso mausoleo que lo contenía está ahora vacío, adornado por enredaderas y otras plantas silvestres. Cerca está el panteón dedicado a los "heroicos defensores" de Salta frente al ataque de las montoneras de Felipe Varela, en 1867.
Hablando de luchas históricas, por ahí están los restos de Ana María Villarreal, La Sayo o Sayito, dirigente guerrillera de los 70, asesinada en la Masacre de Trelew.
Aquí también está el nicho que guarda a Juana Figueroa, la joven de 22 años asesinada por su ex esposo en 1903 y que se convirtió en una mártir de los sectores populares de Salta.
Y descansa el pequeño cuerpo de Pedrito Sanhueso, el niño de 6 años, traído de la Puna, que fue vejado y asesinado en 1963 y que se convirtió en protector de los estudiantes. "Es un chiquito malcriado", dirá la encargada. Es "travieso" y "milagroso", seguirá describiéndolo. Los trabajadores del cementerio están acostumbrados a estas cosas, añadió, a saltar de lo material a esos cosas de muertos.
Una celebración entre vivos y muertos
Fabiana fue al Cementerio con su tía, de 75 años. Para poder salir, han tenido que conseguir un certificado médico. "Nunca nos olvidamos", afirmó tras contar que, salvo estos ocho meses de cuarentena, "siempre" han ido a visitar a sus muertos. Pero no se trata solo de atenciones de los vivos. También los muertos se acuerdan de ellas. "Mi mamá siempre me visita para los cumpleaños", dijo con naturalidad. "Es la almita", en la casa le ponen velas, vino, agua. "Siempre le rezamos, nos acordamos en todo momento".
“El lugar que tienen los muertos en las sociedades andinas es muy diferente al que tienen en las sociedades digamos más de tipo moderno occidental”, no es que a la gente le importe menos la muerte, “pero el modo en que se toma esa muerte es distinto, porque se considera justamente que los muertos siguen estando presentes en la vida de los vivos", explicó la antropóloga Lucila Bugallo, docente de la Universidad Nacional de Jujuy y que trabaja en el Instituto Interdisciplinario Tilcara de la UBA.
Es una práctica prehispánica. Con la colonia, "esta fecha viene a coincidir con la de Todos los Santos en el calendario cristiano, pero en realidad esta era la época en que venían o se recibía a las almas de los muertos en los Andes, porque es la época en que llegan las lluvias y los muertos están vinculados con las lluvias". Y en la seca, "cuando hay remolinos, las abuelas en la Puna dicen que van los muertos, que los remolinos son muertos, y les dicen diablos también”.
Bugallo citó un estudio del filólogo Gerald Taylor sobre el vocablo quechua Supay, como se llama también al diablo. Dice que Supay "es sombra, es el muerto. O sea que en el mismo vocablo está esta noción de que el Supay-Diablo son los muertos. Fue la diabolización de todo el mundo de las entidades sagradas poderosas de los Andes, que fueron diabolizadas con la evangelización".
La celebración también tiene que ver con el "calendario solar, lunar, con las épocas del año”, se da en el cenit, cuando el sol está en el punto más alto.
Bugallo señaló que el cristianismo termina aceptando que las almas llegan el 31 de octubre y se van el 2 de noviembre, aunque no acepta la práctica de dar de comer a los difuntos, "porque para el catolicismo los muertos no tienen cuerpo”.
En cambio, en los Andes parece que los muertos se quedan “porque en muchos lugares dicen los muertos ayudan a producir, por ejemplo, en el Altiplano de Bolivia dicen que los muertos empujan las papas desde abajo, es como que están en ese mundo interior”. “Esto de los diablos que son como las mismas almas, son como esos seres de ese mundo interior, del Vcupacha, estos mundos que en realidad se dividen no en mundo de arriba y de acá de abajo, sino como dimensiones de la existencia”.
En la Puna salteña y jujeña, se preparan ofrendas para las almas, se cocinan panes y sus comidas preferidas, y la gente dice que los muertos "toman el zumo de las comidas y toman como la esencia de la comida, y también el humo, por eso se las hace coquear quemando la coca en las velas”.
Bugallo resaltó esta relación entre los vivos y los muertos. "Acá la gente espera a sus difuntos, y es una relación de mucha intensidad. Y sienten que las almas ayudan a los vivos en sus vidas, pero las almas, si no se las atiende, también pueden ser dañinas, eso es en general, como ocurre con Pachamama, en general las entidades poderosas en los Andes tienen esta característica”.
“Es una relación bastante particular porque por un lado, hay como un respeto y un cierto cuidado de que no te vayan a soplar (hacer daño) las almas, no se vayan a enojar, pero por otro lado hay un gran alegría de que llegan, y la gente recuerda a sus difuntos porque además son rituales muy colectivos" en los que se encuentran "las familias en los cementerios, se llevan bebidas, coca y se coquea, se toma". "Es una celebración muy fuerte que se comparte entre vivos y muertos".