Me levanto y voy al baño. Por la claraboya se siente el pequeño furor del viento. Se agita alguna chapa que hace de faldón del tanque de agua en la terraza. En nuestra casa moderna sobrevivieron dos chapas en la terraza. Dos chapas de los setenta que llegaron al 2020. No sé si hay muchas más cosas que hayan sobrevivido en el país que está de olvido siempre gris estos últimos 50 años: la chapa del tanque de agua y otra que hace de alero del ventanuco fijo que mira al sur. Al sur picante de Rosario, no el sur simbólico, romántico y elegíaco de Borges en Buenos Aires, que empezaba en la calle Rivadavia.

Éste es el sur de Tablada, Villa Manuelita, alguna vez capital nacional del peronismo, otra época. Pasada. Ahora es un sur de Tablada donde los fuegos artificiales son las balaceras nocturnas por el bunker de droga y los funerales de los pibes al estilo mariachi. 

Pero también es el sur militante y sano de un grupo nutrido de asistentes sociales, que son incansables, parecen las hormigas del formicario del cuento de Cortázar (Bestiario), las chicas de “Alas para Crecer” o los chiques del Club Alice, que se sobreponen al Covid para repartir viandas o tallercitos, pero también a que los narcos le baleen los portones para que dejen de sacar pibes de la calle.


La chapa del alero de mi terraza es un recorte de chapa de un cartel del Torneo Evita de 1975, cuando salimos campeones en Córdoba con el equipo de La Vigil. El cartel se guardó siempre porque tiene varios remiendos y soldaduras que le hizo mi viejo, y cuando el viento lo mueve, yo recuerdo a mi padre, su tesón, su esmero, el arroz con manteca, sus cabezadas a la hora de la siesta antes de ir al segundo trabajo: del correo al taller de bicicletas.

El cartel tiene un diseño del «Hombre Nuevo», unos chicos de blanco, en ronda, tomados de la mano. El augurio estremece un poco, recuerdo que la medalla de campeones nos la dio el secretario de López Rega en Río Tercero, y pienso en otras rondas blancas que vinieron después de esa.

 

De esa angustia vieja me alivia un poco saber que los dos, mis padres, no han tenido que soportar la pesadilla de esta pandemia. 

Hace rato terminé mi faena en el baño, pero elijo quedarme sentado otro rato escuchando el furor del viento.


Ayer, murió un niño pequeño (Manuel), aquí en Tablada, enfermo de leucemia, sin embargo hay una foto de él en las redes sociales y es igualito al pibe de “La Vida es Bella”, con una sonrisa que podría desmentir a la muerte. Y sin embargo, no… A veces, la vida no es bella. A veces sí, pero a veces no, y haciendo la lista de tantos motivos que tiene hoy el viento en Tablada para estar enojado, vuelvo a mi pieza y comienzo a cambiarme para ir a uno de mis dos trabajos.