En su último libro, Sexteame: amor y sexo en la era de las mujeres deseantes, la periodista Luciana Peker dice que “la paja es la palabra prohibida para las mujeres que tienen el placer como un dispenser que sólo existe si otro lo pulsa. Aunque, en realidad, es la mejor forma de independizar la necesidad del deseo, de tener paz sin esperar un mensaje y de conocer que es lo que más gusta para dar o darse”. En Mrs Fletcher (HBO), el personaje protagónico encarnado por Kathryn Hahn parece hacer ese descubrimiento: pasa de resignarse a no tener sexo desde su separación a animarse a explorar todo tipo de fantasías, incluso aquellas que nunca imaginó.
Es que ahí está la clave de la serie: en el deseo femenino como motor de cambio; en la revolución feminista y su latente “erotismo hereje”. La historia narrada comienza cuando Eve Fletcher vuelve a su casa después de dejar a su único hijo en la universidad. Divorciada hace tres años, el suyo pasa a ser un auténtico “nido vacío”. Pero lejos del relato más extendido que vincula a esa etapa con la tristeza de la soledad, la vida de la protagonista se torna un ir y venir entre la rienda suelta de sus fantasías y su concreción. Desde el viejo anhelo de empezar un curso literario hasta la novedad de volverse una habitué de Pornhub, de a poco esta mujer madura va descubriendo un mundo nuevo de posibilidades que la ubican en primer plano, con el foco puesto en sí misma y no en los demás.
En efecto, el primer acierto de la narración radica ahí: en que Eve no parece necesitar de un otro; no está buscando el amor sino el goce. La mayoría de los siete capítulos de la primera temporada están dirigidos por mujeres y se nota. Si bien aparece, el deseo masculino se encuadra distinto, queda en un segundo plano frente a la potencia del de la protagonista y otras deseantes. Y, sin embargo, lejos de ser una serie sólo para mujeres, la basada en la novela homónima de Tom Perrotta se esfuerza por desmenuzar los puntos de inflexión en la vida del personaje-madre pero también del personaje-hijo, ambas bajo el prisma de sus respectivas conexiones con el cuerpo propio y ajeno y con la sexualidad. De hecho, el personaje del joven Brendan (cuidadosamente encarnado por Jackson White) ofrece matices tan interesantes que no resulta descabellado concebir a la trama como la progresión de dos historias que avanzan en paralelo.
Hijo de un padre de esos que se borran, el pibe encarna todo lo que podría ser la personificación de una masculinidad tóxica en una “dramedia” de estas que -por suerte-suele hacer HBO. No sólo se muestra reticente ante el cariño de su madre al punto de que la deja sola haciéndole la valija mientras se va a una fiesta en su última noche en casa, sino que no muestra responsabilidad afectiva alguna con sus parejas sexuales, a quienes reduce a sujetos a los que sólo él puede proveer de placer. La angustia y opresión que le provoca descubrir que en la universidad ya no goza de la popularidad de la secundaria es inversamente proporcional a la liberación que va sintiendo su mamá en cada capítulo, mientras descubre que ella también, como las mujeres del porno, sepuede tocar.
Mrs Fletcher puede ser leída como una verdadera reivindicación Milf. Popularizado por la primera de la saga de American Pie, y del inglés Mom I´d like to fuck, el término hace referencia a las madres sexualmente deseables y atractivas (como si eso fuera un oxímoron…). Pero lejos de considerarla como mero objeto de deseo, la serie transforma a Eve en una Milf deseante, una inversión radical en la tradicional forma de contar a esos personajes construídos desde narrativas diversas pero siempre para el público masculino. En la especie de vínculo especial que construye con un ex compañero de colegio de su hijo, la protagonista -y no a la inversa- es la que decide cuándo, cómo y hasta dónde quiere más. El personaje de ese joven (interpretado sutilemente por Owen Teague) es, por un sinfín de cuestiones que no se alcanzarían a enumerar en una reseña, de lo más interesante de toda la entrega.
Que sea el arquetipo de varón opuesto a su hijo y que (¿por eso?) la protagonista lo desee habla de lo compleja que es la trama de vínculos y de la profundidad en la que pretende bucear Perrotta. Aparecen algo de El graduado y de aquel joven Dustin Hoffman, aunque sólo en la seguridad de que esa relación marcará de forma decisiva sus siguientes relaciones, porque en verdad este Benjamin del presente es mucho más decidido, menos inseguro, más romántico y más tierno. Una ternura que a Eve los hombres de su vida jamás le dieron, pero que no necesariamente es lo que busca ahora. Al margen de esos tres, hay toda otra serie de personajes secundarios que tienen una riqueza narrativa muy interesante. La amiga de la protagonista con la aparente vida monógama perfecta y la otra amiga soltera con deseo de experimentar, la profesora trans que se enamora de alguien que duda, la estudiante universitaria que quiere gustar del Brendan maduro y deconstruído que no asoma, y el anciano senil que no se resigna a abandonar su sexualidad son algunos de los sujetos que rodean a los protagonistas y les ofrecen matices para pensarse a sí mismos. Es cierto que los primeros dos capítulos rozan cierta superficialidad pero, a medida que avanza, no hay dudas de que la serie ofrece una mirada profunda y bella sobre la cotidianeidad.