La vejez, la muerte y el fin del mundo dejan de dar miedo y despiertan sonrisas en El crematorio de Almada, la nouvelle cómica de Billy Boldt (Rosario, 1956) que acaba de publicar el sello rosarino CR Ediciones. Cuando ya parecía que había desaparecido la risa, este autor de bajísimo perfil (es responsable editorial y escritor de dos revistas especializadas en golf, pero la única entrada sobre él que arroja el buscador es la información fiscal de la AFIP) debuta como novelista en su edad madura a partir de un disparador tremendamente serio: la declaración que hace cuatro años emitió el papa Francisco en nombre de la Iglesia católica que lidera, desaconsejando encarecidamente la dispersión (o la excesiva concentración, en forma de joyas) de las cenizas de sus feligreses, y recomendando en cambio que yazgan en un lugar sagrado. Boldt a la sazón tenía sesenta, la edad del ferretero protagonista de la disparatada existencia post-mórtem que su voz narra con un humor más negro que el gris ceniza de sus restos.
En Rosario existen cinerarios en la parroquia Santa Rosa y en la parroquia Nuestra Señora de Lourdes. El crematorio del cementerio La Piedad fue reparado este año. El Almada del título es el apellido del empleado municipal que dirige un crematorio ficticio a donde terminará yendo a parar él mismo. El narrador protagonista es un tipo de lo más común: pequeño comerciante, con achaques derivados del stress, es el único varón de una familia compuesta por su esposa, una excéntrica tía soltera y tres hijas. También hay una empleada doméstica entrometida (infaltable en todo buen sainete) y alguna vez hubo una amante, que desapareció de la escena al engendrarse la tercera niña, Clarita. La mayor es abogada, la del medio es artista y la segunda se casó con un joven fanático religioso que su suegro tolera muy a regañadientes, con cortesía de buen tipo. Son personajes típicos, realistas, creíbles. El trío de hijas da un ritmo de fábula al diálogo cotidianos del comienzo, cuando el narrador está vivo y no sabe que le queda poco.
La voz de este narrador es un logro literario de esos que se disfrutan justamente por su falta de estridencia. En un lenguaje coloquial naturalista local contemporáneo, cuenta su historia con la gracia del narrador oral que sabe despertar la simpatía de su auditorio, mantener el interés y sazonar el relato con dosis justas de sal y de pimienta. Si además de seguir el flujo de los cómicos diálogos se observa con atención la estructura de las frases, se nota que hay un prosista de talento al mando en cada línea, que a su manejo de la síntesis suma la virtud de disimular su presencia entre el pintoresquismo general.
Este padre, que enuncia solemnemente su última voluntad ante la consternación o la indiferencia de su familia reunida en un domingo cualquiera, se ríe también él de sí mismo y de sus románticas pretensiones: "...tiren las cenizas al mar, para que me lleven las olas y la espumita entre en lo que fueron mis ojos, flotando al viento, respirando el aire salobre y viendo pasar los barquitos". Al coloquio "a estribor del cajón" entre las tres hijas y el yerno (que se sale con la suya, aunque hubiera sido más verosímil que consultara el discurso del Papa en su IPhone y no en un recorte de diario en papel) le sigue la grotesca cremación. (Las cenizas son un clásico del humor negro. Dan en la cara del deudo con viento en contra en el final de un film de los hermanos Coen; van a parar a las fosas nasales del hijo estrella mezcladas con cocaína en una leyenda del rock. La eficacia de esas escenas podría provenir del contraste entre la imagen sublime de un etéreo talco gris impalpable y las densas partículas de sebo y esquirlas de hueso que salen de la incineración concreta. Para que este choque entre lo real y lo imaginario despierte la risa, es preciso que lo simbólico se eclipse: que no quede en primer plano el nombre).
Boldt parece nutrirse de diversas fuentes esotéricas y teosóficas para inventarle a su narrador un cómico juicio donde el alma se separa en porcentajes exactos de bondad y de maldad (o mediocridad). El porcentaje bueno sigue el guión new Age clásico, y el otro queda atrapado en un tedioso (para él, no para el lector) infierno concentracionario tan burlesco que es como si Juan Rulfo hubiese reescrito la Comala de Pedro Páramo luego de varias margaritas. Para no arruinar la intriga, sólo cabe agregar que una ciencia ficción bizarra y ecologista viene en auxilio de la imaginación a la hora de ponerle punto final nada menos que a la eternidad. Tallerista antologado del taller literario que dirige Patricia Bottale, Billy Boldt publicó además dos libros de relatos, uno de los cuales, Adoquines sueltos (2017) ganó el primer premio "Faja de Honor" de la Asociación Santafesina de Escritores (SADE).