Las minorías hispana y negra pueden explicar como nunca antes el resultado de la elección en Estados Unidos. Acaso la de mayor concurrencia en más de un siglo. La dimensión categórica que tengan o no las cifras – las encuestas vaticinan que a favor de Joe Biden – estaría dada por la participación de esos dos grupos en los comicios. Por primera vez en la historia, la comunidad hispana, ese término genérico que engloba a partir de una lengua o cultura común, superó a la afroamericana a la hora de votar a un presidente. Entre las dos orillan el 26 por ciento del electorado, con una ligera ventaja, cuantificable en decimales, para los mexicanos, puertorriqueños, centroamericanos de Honduras, El Salvador y Guatemala o los cubanos de Florida. Todos ellos latinos, fueron a las urnas o anticiparon su sufragio por correo de manera abrumadora, dado lo que está en juego. Lo demuestra el 83 por ciento de los consultados en una encuesta que definió a la elección -casi un plebiscito-, como muy importante. Como fuere, esta se dirimirá en el Colegio electoral por el sufragio indirecto donde 538 personas tienen la última palabra. Con más votos “populares” en los comicios de los años 2000 y 2016, Al Gore y Hillary Clinton – ambos demócratas – perdieron la elección ante George W. Bush y el propio Trump por el sistema de democracia indirecta que se mantiene en EEUU.
La participación masiva de hispanos y negros en la votación ha sido proporcional a las ofensas que les profirió el actual presidente. Sus diatribas fueron un clásico del racismo más bestial, antes de llegar a la Casa Blanca y durante su mandato. La política migratoria que separó a familias enteras y el empecinamiento en terminar su muro en la frontera con México son apenas dos muestras de su política. A la comunidad negra la sometió al escarnio en cada reivindicación que hizo de los supremacistas blancos o cuando aplaudió la represión policial al movimiento Black Lives Matter (Las vidas negras importan) con su saldo de varias muertes.
Una señal de los tiempos que se viven en EE.UU, es que el detonante de esas movilizaciones, el asesinato del joven negro George Floyd, tiene a su ejecutor en libertad. El policía Derek Chauvin que lo ahogó con su rodilla sobre el cuello hasta asfixiarlo, pagó la fianza de un millón de dólares – quién sabe de dónde sacó el dinero – y esperará en su casa el juicio oral pautado para 2021.
El voto negro y en menor medida el de origen latino, han sido por décadas un capital electoral del partido Demócrata. Hasta estos comicios, si se consideran los que hubo entre 1980 y hoy, Bill Clinton fue el candidato a presidente que sacó el mayor porcentaje del voto hispano, un 72 % en 1996, cuando le ganó a Bob Dale. El republicano que llegó más alto en la adhesión de esa comunidad fue George W. Bush en 2004 cuando consiguió el 40 % frente a John Kerry. Biden se estima que superaría con creces a Clinton, a pesar de ser un candidato sin carisma y al que le costó en toda su campaña despertar el entusiasmo de los sectores más progresistas de su propio partido.
Es curiosa la situación que puede darse en EE.UU. Si el voto latino y negro le dieran la victoria a Biden de manera amplia y sin opción posible para que Trump judicializara el resultado, aún con esas limitaciones, el demócrata sería tal vez el presidente estadounidense más votado de la historia.
En el caso de la comunidad hispana, son indispensables algunas puntualizaciones. Los mexicanos representan con holgura el mayor porcentaje (son casi el 60 % del padrón), un 14 % reúne a los que provienen del estado libre asociado de Puerto Rico y recién en tercer lugar aparecen los cubanos de la diáspora con un 5 % (las cifras son de la elección de 2016). Lo que explica una sobrevaluación de este último grupo, a menudo enfrascado en su diálectica de la Guerra Fría contra el gobierno socialista de la isla. A Trump no le importó. Repitió hasta al cansancio “Comunismo”, “Cuba” y “Venezuela” como si fueran palabras mágicas que le acercarían votantes en el estado clave de Florida.
Tampoco es el único donde el voto latino será crucial. Hace cuatro años, Trump hizo su mejor votación entre los hispanos en Carolina del Norte. Alcanzó el 40 por ciento de adhesión. Con todo, de los casi 60 millones de estadounidenses que tiene esta primera minoría, vota históricamente menos de la mitad. Que la elección sea en un día laborable y el sufragio no sea obligatorio, siempre atentó contra los asalariados que deben pedir permiso para abandonar su trabajo y ejercer su derecho ciudadano.
Los demás estados bisagra donde el resultado electoral es imprevisible y pueden inclinar la balanza hacia uno y otro lado son: Michigan, Wisconsin, Ohio, Pensilvania, Arizona, Georgia y Texas, además de los ya mencionados Florida y Carolina del Norte. La voluntad electoral de la ahora segunda minoría afroamericana sugiere que habrá un escarmiento para Trump. En 2016 el magnate logró arañar un 8 % de ese segmento del electorado. Hillary Clinton había obtenido el 88 %. Esta vez y pese a Biden, la diferencia podría ser todavía mayor. Sucede que para la comunidad negra, con el magnate-presidente la discriminación llegó a su apogeo. Se trata de mucho más que una elección entre dos candidatos. Es la ratificación de una segunda oleada de luchas – como sucedió con las manifestaciones por los derechos civiles en la década del ’60 – contra el racismo y todo lo que conlleva. Decenas de asesinados, apaleados y encarcelados por el único hecho de ser negros.