Hemos visto estos días las calles de Polonia tomadas por manifestaciones de dimensiones históricas e incluso una nueva huelga feminista. Toda la movilización es contra la restricción al derecho al aborto dictaminada por un fallo del Tribunal Constitucional, el cual prohíbe abortar en casi todas las situaciones incluso ya previstas. Las protestas llevan más de diez días tomando sobre todo Varsovia pero también varias ciudades y hasta pequeños pueblos y aldeas del país, gobernado por la derecha. Hubo intervenciones en iglesias, performances con traje de la serie El cuento de la criada, pero también alianzas con sectores gremiales de taxistas, agricultorxs y mineros. ¿Qué mejor que este levantamiento de las calles para traer a la más famosa militante y pensadora polaca: Rosa Luxemburgo?
Acaba de editarse en Argentina el libro Rosa Luxemburgo y el arte de la política (Tinta Limón Ediciones, Fundación Rosa Luxemburgo). Su autora es Frigga Haug, una militante y teórica alemana, conocida investigadora del Institut für Kritische Theorie y editora del diccionario histórico-crítico del marxismo. Como cuenta en esta entrevista realizada por Sigrun Matthiesen (a partir de preguntas que le mandamos desde acá), llegó al feminismo y a la obra de Rosa Luxemburgo por empuje del movimiento estudiantil, haciendo una suerte de desvío de su propia trayectoria política dentro del movimiento obrero. Ese “encuentro” con la obra de Rosa siembra la semilla de este libro que da pistas para el arte de la política feminista.
En su libro se tratan tanto cuestiones biográficas de Luxemburgo como sus análisis teóricos e intervenciones políticas (artículos periodísticos, discursos en conferencias del partido y congresos sindicales), pero se lo hace sin dividirlos (como si por un lado estuvieran unos datos de color que ilustran lo verdaderamente serio, que sucede por otro lado). Más bien, Haugg pone en marcha una clave de lectura sobre la obra de Rosa, donde la famosa consigna "lo personal es político" se hace método: “poner de relieve su modo de hacer, aprender cómo estudiaba ella los acontecimientos mundiales, cómo informaba sobre ellos, qué método seguía para descomponer los sucesos, cómo unía las doctrinas con los pensamientos habituales entre la población y así los animaba a pensar críticamente por sí mismos”. Se trata, en fin, de destilar cómo conjuga investigación y elaboración colectiva, educación popular y agitación.
En esta entrevista despliega un concepto de Luxemburgo clave para la actualidad: el de una realpolitik revolucionaria que combina objetivos concretos y a corto plazo con un horizonte revolucionario más ambicioso, pero también el “teorema de apropiación de tierras” con que la polaca explicó la voracidad colonial del capitalismo.
Entrevista a Frigga Haug
Por Sigrun Matthiesen
¿En qué radica la actualidad de Rosa Luxemburgo?
--La pregunta por su actualidad es electrizante porque espontáneamente responderíamos que no es actual. Esa mujer de sombreros enormes y polleras increíbles, a la que además ya nadie conoce, ¿cómo podría ser actual? Sin embargo, cuando la leemos y nos introducimos en su obra, comprobamos que es de una actualidad absoluta, como si viviera en esta época y se enfrentara a nuestros mismos interrogantes. Voy a dar un ejemplo: ella acuña el concepto de Realpolitik revolucionaria (“política real revolucionaria”). ¿A qué se refiere con eso? Puede que suene un poco complicado. Y la palabra “revolucionaria”… puede resultar difícil hacerse cargo de tal palabra. Cuando presenté esta idea por primera vez, fue inmediatamente traducida y una persona, alguien importante, dijo “mejor hablemos de política radical de reformas y no de Realpolitik revolucionaria”. Pero Rosa Luxemburgo se refiere a que la política debe guiarse por un objetivo distante, que es lo que queremos alcanzar, lo que ansiamos para nuestra sociedad, identificar la opresión y los caminos para superarla. Eso es lo revolucionario, pero es un objetivo a largo plazo. Actualmente no se puede hacer política de esa manera, no se puede ir por las calles –como el movimiento del 68– diciendo “aboliremos la policía, aboliremos todo tipo de orden”, sino que hay que hablar de Realpolitik e ir a los parlamentos, porque esa es hoy la forma de lo político; hay que formular demandas que sean factibles aquí y ahora. Pero, a su vez, Luxemburgo dice que no deben ser “reformistas” en el sentido de darse por satisfechas con lo primero que consiguen, sino que las personas llevan en sí la fuerza de seguir luchando hacia el objetivo distante, y eso es Realpolitik revolucionaria. Luxemburgo emplea el concepto una única vez en todos sus escritos, pensábamos que no era así, pero es así, una única vez, y ella dice que… –cito de memoria– “Fue recién Marx quien nos permitió reconocer los medios para ver hacia dónde queremos llegar, a qué sociedad queremos llegar, es decir, a tener en vista el objetivo último que debe orientar cada uno de los pasos de nuestra política de reformas”. Es una frase muy sencilla, pero si la estudiamos y miramos de cerca lo que hizo, cobra una actualidad absoluta.
Además su tesis del imperialismo es también decisiva para hoy…
--Hoy reviste enorme actualidad el llamado “Teorema de la apropiación de tierras”. Aun si se lo discute completamente separado de Luxemburgo, como si hubiera surgido de otra manera, es ella quien lo desarrolla exhaustivamente en el libro La acumulación del capital, tomo cinco de sus obras completas. Dicho en términos muy sencillos eso significa que es intrínseca al capitalismo la necesidad siempre de más, el modelo de crecimiento requiere siempre más de lo que podemos, no puede existir sin multiplicarse constantemente. Pero esto supone un modo de producción que no es viable porque la tierra es finita, lxs trabajadorxs son finitos, las fuerzas son finitas, y ahora en plena crisis ecológica, climática, en medio de tantas crisis se advierte que esto así no funciona. No es un modelo de administración económica ni sostenible, ni sustentable. Ella presupone en el capitalismo un entorno no capitalista, y el crecimiento consiste justamente en ir “comiéndose” todo alrededor, de modo que el entorno no capitalista se reduce cada vez más. Pero no se puede permitir que los mercados se expandan cada vez más sin subordinarse ni adecuarse a otros modos de producción. Esto podemos reconocerlo de inmediato, cualquiera puede entenderlo, se puede transmitir a las personas, que pueden ponerlo a prueba en sus pequeños jardines. Y al mismo tiempo esto explica lo terrible, catastrófica que es la situación y cómo la finitud de los recursos de la tierra pone todo al borde de una nueva guerra. El momento actual es en cierta manera modélico por la forma en que deja entrever los diferentes elementos. Y también esto se puede estudiar en Rosa Luxemburgo.
¿Cómo empezó tu vínculo con sus ideas?
--Yo no conocía a Rosa Luxemburgo en la época en que el movimiento estudiantil ya estaba en marcha, yo venía del movimiento antinuclear, unos diez años anterior, es decir, ya era madura y estaba politizada pero nunca había leído a Rosa Luxemburgo porque en el movimiento de trabajadores –aunque éramos estudiantes nos sentíamos parte del movimiento de trabajadores–, ella no tenía relevancia. Más bien tenía una imagen negativa porque el juicio generalizado era que no había hecho ningún aporte teórico, y para peor llevaba esos sombreros demodé, así que yo me venía ahorrando leer esos volúmenes de discursos y textos. Como no “había que leerla”, no la leía. Todo empezó por casualidad, en realidad. Corrían los años 70 y las estudiantes de la Universidad de Hamburgo lograron a fuerza de lucha que se creara un seminario de mujeres. Con sus diferencias, todos los grupos se habían unido y habían logrado que se creara ese seminario para que fuera reconocido como parte de la carrera universitaria. Pero no encontraban una profesora que las convenciera o que estuviera dispuesta a hacerse cargo, de modo que un día me tocaron la puerta. Yo no era profesora de la Universidad de Hamburgo sino de la Escuela Superior de Economía y Política, esa que tras la guerra había sido ganada sindicalmente por los trabajadores. Un día se me aparece en la puerta una estudiante de la Universidad de Hamburgo, y mientras estira la espalda, me dice: “La verdad es que usted no nos gusta, sabemos que no es lesbiana, que está casada, tiene un hijo y, como si fuera poco, es marxista, pero igual queremos que usted asuma el seminario”, y después me contó a las apuradas de lo que se trataba. Yo sentí que había que hacerlo, y que yo iba a tener que hacerlo. Así que fui. Era impresionante lo lleno que estaba, hasta los pasillos estaban colmados y yo me preguntaba “¿qué les doy para leer?”. Marx no les podía dar, no podía darles a leer un hombre, Clara Zetkin no me parecía adecuada, entonces me puse a leer a Rosa Luxemburgo. De pronto encontré “La proletaria”, un artículo muy breve. El lenguaje era imposible, todo el tiempo hablaba de “lucha de clases”, de “proletariado”, de “capital”, yo me preguntaba “¿qué hago con esto?”. Pero sin embargo la leímos y fue un aprendizaje increíble también para mí porque contiene algunas frases maravillosas y contundentes como una que todavía sé de memoria: “Para la mujer burguesa, su casa es el mundo; para la proletaria, el mundo es su casa”. Con esas palabras concisas, maravillosas, las mujeres pudieron aprender muy rápidamente sobre Rosa Luxemburgo, pero también sobre el lenguaje en la política, a manejar el lenguaje, a no evitar palabras. Me avergoncé mucho de mí misma por la forma en que había pensado sobre ella.
¿Cuál es la utilidad de Luxemburgo para los feminismos contemporáneos?
--Hay algo que aprendimos muy tardíamente como feministas, y es que se debe trabajar con la contradicción; si pensamos las cosas en movimiento, debemos incorporar las contradicciones y ver adónde conducen, en lugar de confrontar y rechazar todo de plano. Tomemos un ejemplo: el parlamento. Ese parlamento que ya hemos reconocido como burgués, como conquista burguesa frente a la monarquía, ¿realmente queremos estar en el parlamento? Podríamos rechazarlo de plano enfurecidas, pero Rosa Luxemburgo no lo hace sino que nos enseña que el parlamento es el lugar donde podemos dirimir nuestras contradicciones, llevarlas al frente. Si bien estamos en contra del parlamento como tertulia burguesa –como ella dice– al mismo tiempo es el terreno donde se hace pública la cuestión de fondo. En cualquier caso se necesita el parlamento como escenario para interpelar al pueblo. Y con esa palabra estamos ante otro problema, uno de los principales en el feminismo contemporáneo, la palabra “pueblo”, ¿quién habla todavía de pueblo hoy en día? ¿Pero acaso hablamos de “masas”? Tampoco. Pero Rosa Luxemburgo es completamente intransigente, ella les habla a las masas, porque las concibe como personas en movimiento, esa es la masa, las propias personas que se han puesto en marcha. ¿Para qué? Para tomar el gobierno. Pero por supuesto no pueden hacerlo porque nadie les ha enseñado a gobernar. En todos sus textos habla dirigiéndose al pueblo, a cada una de las personas, como si estuvieran en el gobierno y debieran medir la magnitud de los problemas como si los tuvieran que resolver ellas mismas. Y yo no veo que eso sea muy distinto de lo que hacemos nosotras cuando escribimos artículos o realizamos acciones para explicar a las personas de qué se trata en el fondo todo esto, qué intereses están en juego ahora.
¿Y qué necesitamos entender y difundir hoy sobre los intereses en juego?
--Debemos ver qué capitales están ahora asociados con qué parte, con quién, ver quién está tirando de ahí y dónde todo eso termina en guerra, y ver dónde podemos intervenir. Y no podemos hacerlo si no estudiamos los diferentes intereses particulares, las rutas comerciales, qué está pasando con las importaciones y las exportaciones, quién está del otro lado ahora. Así es como estamos en medio de eso, sentadas frente a nuestro escritorio teniendo que tomar posición sobre el conflicto entre China y Estados Unidos, y leemos los periódicos, no solamente lo que están haciendo los nuestros en nuestras pequeñas revistas, y es verdaderamente difícil dilucidarlo, no se puede resolver de manera emocional, no podemos decir simplemente que estamos a favor o en contra de China, o de Rusia, o si preferimos a Joe Biden. ¿Cómo lo resolvemos? En este sentido, el pensamiento de Rosa Luxemburgo es de total actualidad porque ella estudiaba fundamentalmente las rutas comerciales y escribía sobre cuántas toneladas llevaban esos barcos que iban en tal dirección y con qué volvían. Al principio se lee como si no tuviera nada que ver con nosotrxs, pero sí tiene que ver porque nos enseña a percibir la realidad, a los poderosos y sus actos, y a percibir en qué puntos podríamos intervenir. Rosa Luxemburgo hace algo que se ha vuelto demodé: Ella “en-se-ña”, hace escuela de la política y nos enseña cómo se hace política, y eso es totalmente actual. No he leído nada de ella que no sea actual.
Cuando ves que no se avanza como se quisiera en términos de política concreta, ¿te consuela pensar en Rosa Luxemburgo, en sus frustraciones y perseverancias?
--Mucho. Tiene una forma de pensar espontáneamente marxista, como si Marx estuviera en ella pero a ella no la sentimos tan lejana. Al leer a Marx no sentimos que su teoría nos penetre por los poros de la piel; aprendemos mucho, es cierto, nos damos cuenta de que estamos aprendiendo, pero con Luxemburgo es más directo, ella siente el abordaje marxiano en prácticamente cada cosa que ocurre, no como algo extraño a ella sino propio, y eso me resulta extremadamente conmovedor, como si él estuviera en ella. Personalmente no me pregunto “cómo pensaría Rosa Luxemburgo tal cosa” sino que he aprendido a ser muy autocrítica con mis primeras impresiones e ideas, a dar por sentado que llevo en mí el sentido común y que puedo equivocarme por lo cual debo mirar una segunda vez, debo estudiar y eso es laborioso, pero ella lo hizo y yo debo hacerlo, en cada punto. Por lo tanto también yo siento como si ella estuviera dentro de mí y me dijera “encáralo con serenidad, este es un nuevo encargo que debes aceptar y liderar”, como fue el caso de Brecht, que también era seguidor de Luxemburgo, o Peter Weiss, de quien viene la línea Gramsci-Luxemburgo. Y eso nos permite avanzar, advertir las cadenas que cercan el pensamiento en medio de la cotidianidad; leyendo los periódicos, releyendo lo que aprendimos en la universidad, reflexionamos y advertimos que debemos atravesar el cerco y que podemos hacerlo, y el coraje de hacerlo lo he aprendido de Rosa Luxemburgo. A veces podría confundirme y a mucha honra decirme “ahora es Rosa Luxemburgo la que piensa en ti, de modo que adelante, ve y hazlo”.