“Se mezcla medio kilo de verdades mutiladas con un buen puñado de injusticia y se echa la mezcla en una cacerola. Se suma una taza de ácido acético bien agitado, de sabor ácido y olor avinagrado, y una seguidilla de tonterías. Se revuelve con un cuchillo bien afilado”. La “receta”, titulada El picadillo favorito de los anti-causa, podía leerse a comienzos del siglo XX en uno de los varios libros de cocina que editaron las sufragistas estadounidenses. Un toque de humor corrosivo entre páginas que efectivamente daban tips para maniobrar ollas y sartenes y confeccionar delicias que conquistaran papilas gustativas. La venta de estos ejemplares servía para juntar fondos para la lucha y, a la vez, como subrepticia propaganda para atraer a renuentes amas de casa, que podían leer allí ensayos intercalados de figuras prominentes sobre la importancia del voto femenino. Desde pautas básicas para preparar té o hervir arroz, hasta intricadas fórmulas para crear un parfait de almendras o la torta sureña Lady Baltimore, no faltaban sopas, salsas, panes, guisos, budines, tampoco ensaladas. La Ensalada de emergencia, por caso, proponía un 10 por ciento de cebollas y un 90 por ciento de manzanas, aderezadas con lo que se tuviera a tiro.
Habrá quien, con estrechez de miras, se preguntará qué hacían feministas pioneras imprimiendo libros de cocina cuando su idea era empoderar a las mujeres más allá de los fogones. Tiene la palabra Jan Longone, experta archivera culinaria: “Usaron lo que conocían y tenían a mano para defender el movimiento. Si eso significaba hornear un pastel, avanti ¿O es que acaso hay que recordar que, durante la mayor parte del siglo XIX, las mujeres no tuvieron control sobre su propio dinero, sobre sus hijos, sobre su destino?” Señala además la especialista que fue una estrategia muy piola “para refutar las extendidas bromas e hirientes insinuaciones que las pintaban como madres negligentes y mujeres de moral suelta que, mientras ‘politiqueaban’, dejaban que sus chicuelos se murieran de hambre”.
“No todos los libros tuvieron el mismo enfoque”, aclara la estadounidense Laura Kumin, autora del flamante All Stirred Up, que acaba de editarse en Estados Unidos y reúne recetas sufragistas adaptándolas a la cocina moderna. Tras revisar la media docena de libros que ha sobrevivido, encontró que “algunos, como el editado en Boston, cerraba con contundente declaración sufragista. Otros, como el de Detroit, no contenían material específico sobre el voto, acaso porque su intención fuera reunir plata y, a la par, romper el hielo, iniciar una conversación con mujeres desinteresadas, incluso hostiles a la causa. Mientras, los de Washington y Pittsburgh intercalaban textos prosufragio de plumas reconocidas entre sus recetas”.
Kumin no es la única que se ha hecho eco de esta estrategia culinaria estos meses: recientemente el Colegio de Abogados de Estados Unidos amasó propuesta hermanada con motivo del 100 aniversario del sufragio femenino. Pidió a personalidades destacadas de las leyes que compartieran el paso a paso de algún plato que les saliera de rechupete y reunió un centenar de recetas en un ebook. Disponible para descargar en forma gratuita, el Nineteenth Amendment Centennial Cookbook incluye consejitos de Hillary Clinton para hacer unas galletitas con chips de chocolate; de Amal Clooney para hornear una pizza de pesto y maíz dulce; de la descollante Ruth Bader Ginsburg -jueza suprema que murió el pasado septiembre- para cocinar una ratatouille rápida, también un vitel toné...
Desde el prólogo, recuerda la jueza Margaret McKeown cómo “las sufragistas publicaron al menos media docena de libros de cocina para sumar el apoyo de más y más mujeres. En el primero, de 1886, se habla del recetario como ‘un mensajero’ para busca dar a conocer el derecho al voto de la mujer”. En efecto, fue en el Music Hall de Boston, con entradas sold-out, donde se lanzó aquel primer libro, The Woman’s Suffrage Cook Book, en una jornada donde estuvo presente la escritora Louisa May Alcott. Editado y compilado por Hattie A. Burr, incluía recetas de la sobresaliente activista Lucy Stone (para preparar levadura), de la exitosa periodista Mary C. Ames (sopa de langosta), de la ginecóloga Alice B. Stockham. Quinta médica con licencia en Estados Unidos, ABS daba tips para hacer un pastel francés de masa fragante, infusionada con jugo de frambuesas, y relleno de crema a base de leche, yemas, azúcar, vainilla. La doc, dicho sea de paso, agitó el avispero en sus días por alentar la masturbación tanto en varones como en mujeres, asegurando que era muy, muy saludable. Obvio es decirlo: su pastel tuvo fama de una exquisitez orgiástica.
De 1915, otro libro de recetas sufragista muy estimado: el compilado por la activista L.O. Kleber. Destacaba allí cuán serio era el asunto de cuidar lo que se embucha, arengando a servir los mejores platos al peor de los enemigos, “para debilitar su animosidad, lograr que dé el brazo a torcer”. Que Kleber invitase a familiarizarse con las bondades del arte culinario “para guiar a las generaciones venideras por los caminos de la salud y la felicidad” puede leerse con intenciones no necesariamente domésticas… De hecho, entre recetas, intercala palabras de apoyo de artistas y gobernadores; también de feministas pioneras como la escritora Charlotte Perkins Gilman (El empapelado amarillo) o la reformista Julia Lathrop, entonces directora de la Oficina de la Infancia de Estados Unidos.
En el libro, Kleber no suscribe a la solemnidad,
se corre del lugar de maestra Siruela y condimenta con pizcas de humor aquí y
allá. Para pruebas, los nombres de algunos platos: Tarta para el marido dubitativo, Pastel de ángel sufragista, Galletas
de jengibre parlamentarias “con perdón de nuestras hermanas inglesas, estas
delicias picantes van perfecto con una humeante taza de té” y, con aún más
salazón, Pastel de Himen. Y ya que estamos en hacer pionero, incluye un
apartado vegetariano, con alternativas para reemplazar carnes con legumbres y
frutos secos.