El tango fue para Gerardo Gandini una de las numerosas hendijas por donde la Historia se filtró en su obra. Un material no exento de peso sentimental, entre la pasión y lo otro, que ya en su madurez el compositor incorporó a su música, con la circunspección de quien confiesa una culpa y asume la condena. “Esa música que mi viejo escuchaba en Villa del Parque, que yo rechazaba (...), viene en los momentos más inesperados, cuando la mente es un campo blando; es entonces que silbo la música que odiaba”, supo escribir en las notas que acompañan la edición de Postangos - Volumen 1 de 1996, aquel registro que inauguró formalmente lo que con el tiempo se convirtió en un género en sí mismo: los postangos. Entre el gesto repentista y los estratagemas de un músico contemporáneo, Gandini interviene desde su propia tradición, por sobre las convenciones y los estereotipos de un género con gramática propia.
La grata noticia es que el sello BlueArt publicó Verano porteño, un disco que rescata postangos inéditos. Una verdadera perla, con registros de distintas circunstancias, tiempo y lugares; algunos en pianos solo, dos con la participación de Fito Páez como cantor y una versión de “La cumparsita”, a cuatro manos con Ernesto Jodos. Es el quinto disco del gran compositor argentino para el sello rosarino, después de Postangos en vivo en Rosario (2003) -que supo ganar el Grammy Latino 2004 a “Mejor Disco de Tango”-, Flores Negras. Postangos en vivo en Rosario Vol.II (2005), De/generaciones (2006), en dúo con Jodos, y Cuando lo imprevisto se torna necesario, con su música para piano interpretada por el mismo Gandini.
Los primeros asombros que ofrece Verano porteño son registros anteriores a aquellos postangos editados en 1996 para el sello Testigo. Son grabaciones de 1991, realizadas en el suntuoso Stenway del auditorio Aguaribay de Belgrano, en Buenos Aires. Carlos Melero estaba en la consola. Fue “una tarde de otoño”, precisa Jorge Andrés en una de sus sustanciosas columnas en La Nación (de octubre de 2004), en la que hace referencia al este encuentro entre pianista y el mítico ingeniero de grabación del que “surgieron diez títulos que permanecen inéditos”. Dos de ellos renacen en este disco.
El primero es "Desde el alma/Nunca tuvo novio", una elaboración que combina con sentido dramático el carácter opuesto de los temas. Como en una sonata de Beethoven, pero en un andamiaje más libre, el vals de Rosita Melo y la melodía de Agustín Bardi sucesivamente se rechazan, se conjugan y se recomponen, en un juego atractivo. Enseguida, a partir de “Verano porteño”, de Astor Piazzolla, Gandini resuelve otro logrado postango. Sobre una textura densa de impulsos rítmicos, como los restos de un naufragio sobre un mar agitado, emergen desde distintas direcciones del cancionero del tango breves fragmentos melódicos. Es el comienzo de un largo juego de espejos que recién al final reconduce a una memoria difusa del tema original.
En los postangos sobre “Silbando” y “Cristal”, grabados por el mismo Melero en San Telmo Arte Club de Buenos Aires en 1999, Gandini se revela menos radical en las intervenciones, pero no menos fecundo en los resultados. Tanto en el tema de Sebastián Piana cuanto en el de Mariano Mores, dos ejemplos supremos de la gran genealogía melódica del tango, Gandini opera sobre el tempo con la elasticidad del fraseo. En “Silbando” procede justamente como un silbo largo y suelto; en “Cristal”, amplifica la oposición entre estrofas y estribillo para llegar a una síntesis que va disolviendo el tema para despedirse con estertores rítmicos.
Otro gran momento del disco es lo que sale de “La cumparsita”, a cuatro manos con Jodos. La grabación, realizada por el ingeniero de sonido Luis Suárez, es de 2002, cuando en la Ciudad de Buenos Aires funcionaba un teatro que se llamaba Presidente Alvear. En otra trama interesante, el tema de Matos Rodríguez se va recomponiendo desde la abstracción. El trabajo de Gandini una vez más es formidable, habilitando espacios que Jodos enseguida ocupa para entablar diálogos, como dos equilibristas por sobre la reminiscencia emotiva de un tango emblemático. De ese mismo concierto, que fue un homenaje a Gandini, están “La casita de mis viejos” y “Los mareados”. Los dos clásicos de Cobián y Cadícamo cantados por Fito Páez constituyen otra prueba de la inagotable idea de modernidad que maneja Gandini, que entre el piano y la voz del cantor deja aire para que con naturalidad se componga la escena de lo que probablemente sea el mainstream del tango-canción dentro de ochenta años.
Lejos de homenajes, reivindicaciones y otras tentaciones -que en todo caso el tango no necesita-, los postangos son música sobre música. Este disco rescata acabados ejemplos de esa forma de aquí y ahora, salido del instinto de un gran compositor que conocía perfectamente al pianista.