Alguien que en 1975 ve publicada su primera novela, una novela que para colmo lleva por nombre El apartado, alguien que publica su primera novela como si pudiera ser la última en un país de sangre y fuego, no puede sino estar destinado a la nostalgia del paraíso y la melancolía del sobreviviente. “Es probable que este país termine por destruirse. Ojalá nos dé tiempo a que salga El apartado”, escribe Rodolfo Rabanal en una nota suelta, en un cuaderno cualquiera que, sin embargo, será la base de un libro (La vida escrita) que muchos años después quedará como un inusual testimonio de los años 70. Pero las profecías, ay, se cumplen, aunque hayan sido concebidas o imaginadas como antagónicas. El país terminó por destruirse. El libro terminó por publicarse. Un país y un escritor sellaron así un destino que, sin embargo, les ofrecería a los dos, nuevas oportunidades.

Remontarse hasta los años de El apartado o Un día perfecto, o En otra parte, no sólo es un viaje a los orígenes literarios de Rabanal sino a la figura del periodista profesional y altamente calificado para la escritura, esos ejemplares que fatigaban redacciones como la de La Opinión y por las noches se convertían en escritores como el poeta Miguel Ángel Bustos (amigo personal de Rodolfo, y quien de hecho lo conectó con Enrique Pezzoni en Sudamericana) o planeaban películas como Enrique Raab; ambos serían secuestrados y desaparecidos por la dictadura unos años después. Rodolfo los sobrevivió y supo lo que era quedar marcado por el espanto.

Esos primeros libros que abarcan el siniestro periodo 1975 -1981, y también viajes a Estados Unidos y a Europa que lo alejaban del horror del país, marcan de paso una de las postales emblemática pero transitoria de Rabanal escritor: su integración a una corriente que fue identificada alguna vez como “la generación del 70”. Podía abarcar a escritores muy disímiles como Luis Gusman, Osvaldo Soriano, Jorge Di Paola, Ricardo Piglia, Reina Roffé o el propio Rabanal, por citar algunos casi a modo de ejemplo, pero más allá de sus singularidades, es cierto que tenían en común una actitud frente al hecho literario y todo lo que esto implica –la inevitabilidad de lo político por encima de casi todo- que ya no volvería a repetirse en generaciones y décadas posteriores, no de esa manera frenética, insoportablemente intensa. Inolvidables e irrepetibles días de gloria para la literatura argentina que seguramente, de haber podido elegir, estos escritores, la mayoría de ellos, habrían preferido transitar de otra forma, sin tener que tomar a cada instante decisiones de vida más audaces que cualquier decisión narrativa alocada y novelesca.

Hay, desde el arranque, algo que podría llamar la atención a quienes cómodamente fueron aceptando otra figuración, en parte el arranque de otro mito o figura de autor: la de Rabanal en los años 90 como un escritor algo suntuoso, de un erotismo “aceptable” para lectores y lectoras de cierta finura. Como que Rabanal se nos había puesto un poco elegante, un poco aristocratizante. Rabanal aspirante a escritor europeizado y manso. Quizás, hubo cierta confusión frente a títulos de esos años como “El factor sentimental” y en especial “La vida brillante”. Como si estos se hubieran convertido en una especie de divisa del autor, cuando en rigor se trataba de una manera de condensar el derrotero de una elite social a la que criticaría ácidamente por dentro y por fuera de los libros.

En el inicio, El apartado, bastante lejos de lo que puede sugerir el título, el personaje central, Pablo, es una suerte de exiliado interior, pero muy empapado del clima represivo que lo rodea, donde campean los servicios, los pesados, los parapoliciales, y se adelanta inequívocamente la densidad de la dictadura que se viene, eso Rabanal lo tenía muy claro. Unos años después es el turno de En otra parte, escrita entre los Estados Unidos y Buenos Aires y publicada por Legasa en 1981. Ahí aparece nítida aun en su insoslayable ambigüedad, la figura del escriba a sueldo, del escribidor; puede ser un periodista desarraigado, un corresponsal que se quedó a vivir afuera, un novelista en fuga, un loco que experimenta con voces grabadas, en fin, en cualquiera de sus versiones entra de lleno el tema del desarraigo que se despliega veladamente por detrás de los escenarios opacos de una sociedad reprimida y aterrada.

Muchos años después, en 2006, se publicará El héroe sin nombre, una novela que transcurre en uno de los momentos más álgidos de la dictadura, el invierno de 1978, pleno mundial de fútbol, y aquí nuevamente un personaje nominado como Pablo (¿aquel de El apartado?) enfrentará la posición del exiliado interior. Pero esta vez el dilema tremendo será el del famoso meterse o no meterse. Pablo ve secuestrar a una pareja, ve cómo obligan a una mujer a marcar compañeros. Es el dilema de la responsabilidad hacia el otro, el prójimo, llevado a un extremo donde habita el peligro. Gran novela política, bastante más que una novela testimonial de la dictadura.

Y unos años antes que El héroe sin nombre estaba el caso de La vida brillante, quizás el libro más intrincado y conflictivo de cuantos escribió Rabanal. Sobre el evidente trasfondo de un “fresco de época”, la idea de representar a una casta privilegiada de la Argentina, indagar en las tramoyas financieras y políticas tipo “El caso Graiver”, atraviesa varias décadas de historia argentina. Esta vez, se destacan muchas páginas lúcidas dedicadas a la visión de las familias “decentes” y en el fondo ingenuas e hipócritas acerca del peronismo y el antiperonismo, y como bonus hay en este libro una apreciación muy significativa acerca del frondizismo, un “ismo” muy poco visitado en la literatura argentina, un original aporte de Rabanal.

Este rápido recorrido por ciertos rasgos eminentemente políticos de las tramas novelísticas no tiene obviamente la intención de comprobar que Rabanal es un autor “comprometido” por definición sino mostrar cómo siempre estuvo más que interesado por indagar en la tirantez de una subjetividad presionada: ese marginado o apartado del fervor militante que lo rodea y lo arrastra por momentos, que quiere quedarse al margen de la vida social y simplemente no puede hacerlo, porque se da cuenta de que eso es imposible, por fuerza de las circunstancias o por las atrocidades de lo real que le van a surgir al paso con cada vez mayor insistencia.

Y queremos mostrar, de paso, cómo a contrapelo de los caprichos y las obsesiones de un sistema literario que suele desplazar aquello que no logra capturar en la corriente, seguir leyendo a Rabanal, lejos de ser un ejercicio de nostálgica elegancia o una marca de distinción, es un gesto doble, de buen gusto (no confundir con refinamiento) y de lucidez (no confundir con seriedad plomiza). Buen gusto y lucidez. Dos rasgos que lo caracterizaron como escritor. Dos rasgos a los que los lectores no deberíamos renunciar.