Hermanas de los árboles 7 puntos
Argentina/India, 2019.
Dirección y guion: Camila Menéndez y Lucas Peñafort.
Duración: 86 minutos.
Disponible en Cine.ar Estrenos.
Las cosas no andaban bien en Piplantri hace quince años, cuando este pequeño pueblo del estado indio de Rajastán atravesaba una de las peores sequías de su historia a raíz de varios emprendimientos mineros que absorbían toda el agua de la zona, de por sí escasa, sumiendo a los lugareños en una miseria aun mayor que la estructural. En ese contexto fue elegido como intendente un tal Shyam Sunder Paliwal, que una vez en el poder tomó un par de decisiones que cambiarían la historia del lugar. La primera fue rediseñar los planes educativos para instalar la idea de que los hombres y las mujeres son iguales, un concepto revolucionario para una sociedad que descartaba bebas recién nacidas en la calle porque en el futuro generarían un gasto enorme “casarlas” con un hombre. La otra tuvo que ver con el agua: si escaseaba y sigue escaseando, era y es fundamental usar cada centímetro cúbico de lluvia, por lo cual el pueblo puso manos a la obra para hacer vasijas de todo tamaño y color. De ambas directivas surgió una tercera, la que sirve como puntapié para este documental dirigido a cuatro manos por Camila Menéndez y Lucas Peñafort: plantar 111 árboles por cada nena que nace, en lo que hoy es un vivero mantenido comunitariamente.
Los árboles como celebración de la vida operan como metáfora algo obvia pero no por eso menos contundente sobre el cambio de paradigma ocurrido allí durante la última década y media. De obviedades y contundencias también está hecho Hermanas de los árboles, un documental que sabe muy bien qué quiere contar y la manera de hacerlo para “llegarle” al público a través de la empatía y la búsqueda de humanidad entre tanto dolor y desgracia. La buena noticia es que nunca esconde su horizonte optimista ni tampoco su voluntad de establecer lazos emocionales con el espectador, lo que lo vuelve un documental transparente, sin dobleces y con un verdadero apego a sus protagonistas, los que mismos que mediante sus testimonios recuperan la historia de una iniciativa que ha marcado a fuego la identidad comunitaria.
Nada es como antes en Piplantri. A la presencia de un oasis verde, con miles de árboles en medio de un desierto pedregoso que son regados diariamente por un grupo de cuidadores, se suma un modelo educativo con chicos y chicas conviviendo a la par y con la plena consciencia de su igualdad, tal como se desprende de las varias secuencias que Menéndez y Peñafort filman en la escuela del lugar. Pero para eso primero hubo que hacerle entender a los padres que una hija no era un castigo, una misión nada sencilla para Sunder Paliwal –que dejó el cargo en 2010 pero sigue siendo referente– y el grupo de mujeres que hace las veces de norte ético del relato. Porque ellas, al igual que las jóvenes que llegan desde pueblos cercanos para vivir en un lugar más apacible, menos agresivo, fueron víctimas de todo tipo de violencias, durante todas edades.
Pendulando entre el registro de las costumbres locales, los trabajos mancomunados en el vivero y las reuniones de las mujeres, en el interior de Hermanas de los árboles había material de sobra para regodearse en las desgracias ajenas, para buscar el “pero qué barbaridad” de la platea. Pero Menéndez y Peñafort saben que el riesgo de un golpe bajo es proporcional al grado de intimismo de la charla en curso, y por eso filman a las mujeres con prudencial respeto, preservando el dolor de la víctima para su esfera personal. Hermanas de los árboles es, entonces, un documental que prefiere la sobriedad por sobre el impacto, que abraza con fervor casi utópico la idea de que un futuro mejor es posible.