El tabú de la reforma en la carga horaria de las y los trabajadores argentinos atraviesa a quienes componen el mundo del trabajo: empresarios y empleadores del sector público, el Estado en sus tres niveles de gobierno y los sindicatos. Dónde se funda ese temor a generar nuevas y no tan nuevas regulaciones que mejoren los niveles de empleo y condiciones laborales y de vida de las y los trabajadores. ¿Razones culturales? ¿“Costumbre”?

Vale la pena hacer un poco de historia. El convenio 1 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), establece las 8 horas diarias y las 48 horas semanales. Esta decisión de la OIT al momento de su creación reconoce el mandato de contribuir a la paz mundial a través de la justicia social y al reconocimiento de las luchas históricas del movimiento obrero.

En el caso de Argentina, la normativa data de principios del siglo XX y sus antecedentes más significativos son la ley de Descanso Dominical de 1905 y la Ley 11.564 de Jornada Laboral de 1929, aún vigente. Esta establece la jornada máxima de trabajo en 48 horas semanales en todo el país, turnos nocturnos de 7 horas y las tareas insalubres no pueden superar las 36 horas por semana.

Los avances tecnológicos y el desarrollo que experimentó la humanidad en este tiempo impactó de manera particular en el mundo del trabajo, generando un sinnúmero de matices que obliga repensar el uso del tiempo en las relaciones laborales.

Antecedentes

El debate sobre la reducción de la jornada de trabajo no es novedoso y fue planteado por primera vez por la OIT en 1935, a través del convenio 47 (que no fue ratificado por la mayor parte de los países miembros). Allí, se proponía una jornada de 35 horas, sin que esto implique reducción de salario y como medida para disminuir los elevados niveles de desempleo. 

Tres décadas más tarde, en 1962, llegó la recomendación 116 que instó a los países miembros a la “adopción del principio de reducción progresiva de la duración normal del trabajo sin disminución del salario”. Treinta años después, en 1996 el Parlamento Europeo instó a los Estados miembros a la reducción de la jornada tomando como referencia las 32 horas semanales.

La pregunta es por qué esta tendencia a la reducción de las horas laborales en el mundo desarrollado cuenta con el consenso de gobiernos, empresas y sindicatos. La respuesta puede ser sorprendentemente simple en un entorno de alta complejidad: adaptación a los tiempos sin perder de vista el bienestar del recurso humano, mejorando la productividad y, por ende, la rentabilidad de los empresarios, el trabajo registrado y la recaudación impositiva.

Comparación

La experiencias de derecho de comparado y el beneficio de la reducción de la jornada laboral en los países que lo implementan demostraron una mejora en la calidad de vida de las y los trabajadores. Estos declaran que trabajar menos horas les permitió compatibilizar mejor el trabajo con la vida personal y con las tareas de cuidado y con la vida social. Esto afectó positivamente los niveles de productividad, disminuyó el ausentismo y la siniestralidad en los lugares de trabajo.

Los casos de éxito no son aislados ni menores. Microsoft en Japón redujo la jornada semanal a 4 días y 32 horas. Lo hizo durante 5 semanas y obtuvo un incremento de la productividad en 39,9 por ciento. Mientras que Toyota en Gotemburgo redujo la jornada de trabajo a 6 horas diarias logrando un mejora de la productividad de 25 por ciento.

Abogados y consultores laboralistas de renombre internacional y con amplia experiencia en sector público, privado y sindical, insisten en que “no hay que temerle al cambio”. Para ello ponen como ejemplo las reducciones de las jornadas laborales en las principales potencias económicas que, salvo casos de algunos países, la tendencia es avanzar en una segunda oleada de reducción de la jornada a 32 horas semanales en cuatro días laborables.

Una foto 

Los debates sobre reducción de jornada se dan en distintas partes del mundo y pareciera ser una lucha homogénea y unificada del movimiento obrero

En lo que refiere a la realidad argentina parecería que es difícil que una revisión de la jornada laboral sea debatida en el marco del diálogo social por razones que no siempre se manifiestan con claridad. Las distintas propuestas legislativa planteadas en distintas oportunidades no lograron el consenso necesario para su tratamiento e implementación.

La desocupación se duplicó en los últimos cinco años (segundo trimestre 2015 a segundo trimestre de 2020), pasando del 6,6 al 13,1 por ciento. Esto, sumado a los azotes de la peor crisis económica en la historia del capitalismo, obliga a pensar y activar mecanismos para generar empleo desde la política económica.

La pérdida del poder adquisitivo entre el 2016 y 2018, según el Indec, fue de 17,0 por ciento. En 2019 la inflación fue de 53,8 por ciento y los salarios crecieron 40,9 por ciento, lo que implicó una pérdida de 8,4 por ciento. La suma nominal da una pérdida de 25,4 por ciento.

Se impone la necesidad entonces de ser creativos, dinámicos y flexibles generando nuevos derechos laborales y recuperando el valor de la hora de trabajo. Desde las relaciones del trabajo no se crea empleo, pero se puede contribuir para distribuir mejor el trabajo que existe a partir de la modulación de la jornada de trabajo.

Propuesta

Una reducción de la jornada de trabajo del 25 por ciento implicaría recuperar, al menos, el valor hora salarial compensando la perdida de los años de retroceso del gobierno anterior. Por otra parte, ante la amenaza del desempleo tomar decisiones que distribuyan el tiempo de trabajo es una posibilidad efectiva de incorporar trabajadores y trabajadores para cubrir los empleos existentes

Si bien no es estrictamente proporcional, la disminución de la jornada puede contribuir con la mejora del empleo, y proponer una visión de futuro de mayor bienestar para trabajadores y trabajadoras y para las pequeñas, medianas y grandes empresas que invierten y generan empleo. Y, al igual que los países más desarrollados, pensar alternativas de reducción de jornadas, de ampliación de los descansos semanales que permitan mejorar el valor de la hora trabajada y mejorar las condiciones de vida de los y las trabajadoras.

En tiempos difíciles y de disputa por el sentido de las transformaciones económicas y tecnológicas resulta fundamental ponerse del lado de los que menos tienen y, en este caso, de las y los trabajadores que pueden mejorar sus condiciones de vida. Muchos podrán decir que no es el momento para introducir este tema de discusión, pero entonces cuál es el mejor momento para que las personas estén mejor.

No hay temas que no puedan ser debatidos y ahora es una buena oportunidad para una reflexión que lleva mas de 100 años sin haber sido revisada en nuestro país, que siempre ha procurado ser vanguardia en los derechos laborales con una legislación protectoria y dinamizadora de los derechos laborales y en favor del empleo.

* Presidente de la comisión de Trabajo del Partido Justicialista.