“Bastante tranquila”: así describe Juana Molina su manera de llevar el aislamiento por la pandemia. Sin embargo, en marzo pasado, días antes de que la humanidad entrara en pánico por el virus, la cantante ofrecía en México uno de los últimos recitales del mundo tal como se lo conocía. Paradojas si las hay, la grabación fue registrada en el festival NRMAL (uno de los más exquisitos no sólo de ese país, sino también de América latina), lo que devino en el primer disco en vivo de la artista: ANRMAL, que vio la luz el 23 de octubre. “En todos estos años, nunca habíamos tenido la suerte de que coincidieran una grabación que me dejara satisfecha con un buen show. Algo que represente lo que quiero que la gente reciba cuando hago un concierto”, explica la artista, al otro lado del teléfono, desde su casa de Pacheco. “Cada vez que lo intentamos, surgía algún problema o había una cuestión de onda que a mí no terminaba de convencerme”.
-Podría haber sucedido en Tokio, Nueva York o Berlín, que son plazas que frecuentás desde hace muchos años, pero lo grabaste en México. ¿A qué se debió esa decisión?
-No fue una elección sino más bien algo que se dio. No pensábamos grabar nada, pero justo antes de salir a tocar la gente del NRMAL le preguntó a “Coca” Monte, nuestro sonidista, si podía hacerlo. Él ya no tenía tiempo para avisarme y dio el visto bueno porque le parecía pertinente. Más tarde, los del festival nos pasaron un par de temas porque querían subir a sus redes un video. Después supimos que estaban todos los tracks por separado, los escuchamos y estaban muy bien. Ahí vimos la oportunidad de hacer un disco en vivo que suene lindo, con repertorio que brille y en el que haya alegría.
-¿El disco registra toda la performance?
-Quedaron dos canciones afuera. Una en la que se cortó no recuerdo cuál instrumento y otra que ya no entraba en el vinilo, porque iba a quedar muy apretado y pierde calidad. Me refiero al original de “Un día”, que sí está en la edición digital. Si dejamos la versión punk fue porque la otra se conoce más y tuvo mayor difusión porque todo el mundo la grabó con su teléfono.
A comienzos de junio de 2014, como parte de los actos de cierre del festival Primavera Sound, Juana Molina se presentó en la sala Barts de Barcelona. Si bien la mayoría del aforo lo componían holandeses, ingleses y estadounidenses, la música, un rato después de iniciar su performance, saludó en español. Y desconcertó a la audiencia al advertirle que ése sería el idioma que usaría a lo largo del show porque en esa ciudad también se habla así, y debido a que los artistas cuando vienen para a la Argentina se comunican con el público en inglés. Antes que generar rechazo, Molina se llevó varias sonrisas y hasta rescató una ovación. No obstante, pese a su reivindicación del castellano, América latina no es una región que forme parte de su circuito de giras. “No sé por qué no tengo mucha asiduidad”, se lamenta. “Toqué en Perú, Ecuador, Chile, México, Paraguay y Uruguay. Pero lo hice más en Europa, Estados Unidos y ni hablar de Japón. Desde ya, es un público cálido y no deja de serlo el de otros lugares. Salvo los nórdicos, que son difíciles”.
-¿Por qué lo son?
-Porque falta un feedback, por lo menos al que estoy acostumbrada, que es un calor, una energía y una especie de motor que se mueve con nosotros. Eso me parece clave para que el show vaya in crescendo. En Japón, por ejemplo, que son muy silenciosos y casi no aplauden, vos sentís que hay un calorcito que te llega. Pero mis recitales no se diferencian tanto por países sino por noches. No sólo cada país es distinto sino cada show. Incluso en la Argentina, aunque haya un entusiasmo mayor o menor, cada show es único. Se da una cosa entre el público, el estado de ánimo, lo que pasa y lo que suena. Simultáneamente, todos participamos. Lamento el tema de los teléfonos porque me da la sensación de que eso nos aleja de lo que está pasando. Ponen la pantalla entre ellos y yo. Me encantan esos recitales en los que la gente está tan concentrada o copada que se olvida de sacar el teléfono. Antes se prendía un encendedor y ahora la pantalla de un teléfono. Es raro.
-El disco en vivo, más allá de su función marketinera, representaba la magia de la recreación de un show. Tras la aparición del DVD y luego de YouTube, ¿no se convirtió en una rareza?
-No sé cuán raro es hoy, pero estoy muy contenta de finalmente haberlo hecho porque realmente hubo muchos intentos. Siempre que grabábamos, yo estaba medio rara; quizá por el simple hecho de saberlo, me sentía observada. Me venía una especie de exigencia, como si tuviera un dedo censor controlando lo que hago.
-¿Cuál fue el último disco en vivo que escuchaste?
-Uuuuhhh… ¡No me acuerdo!
-El repertorio de tus recitales se ha enfocado básicamente en tus tres últimos álbumes y en tu más reciente trabajo de estudio, el EP For Fun (2019). ¿Qué pasó con las otras canciones?
-A medida que vas sacando discos, la circunstancia te obliga a dejar temas muy queridos afuera. Es todo un sacrificio para mí. Si hacés un show de una hora y media, llega un momento en el que la gente empieza a cansarse, por más que esté contenta. Últimamente, sobre todo, hay un tiempo de atención con un límite. Ahora trato de hacer recitales compactos y contundentes, aunque siempre cambia. Entiendo a los mega artistas que no les queda otra que hacer shows de cuatro horas porque tienen 20 discos. Si hay cuatro hits por disco, es lógico que la gente espere a que los toquen.
-¿Qué creés que el público espera de vos cuando va a verte?
-Me parece que la gente va a ver los temas de mis últimos discos. Por la manera en la que están cambiando las cosas, me gustaría hacer otro tipo de show que me permita tener un repertorio más libre. No sé por qué digo lo de la libertad porque nadie me dice lo que tengo que tocar. Es una sensación que tengo. Si bien toco como quiero, también hay una expectativa que más o menos trato de satisfacer, aunque no necesariamente hago todos los temas que la gente espera. “Malherido”, por ejemplo, me lo pidieron muchísimo, durante un montón de años, y no me salió en vivo. Al menos no apareció una versión que me convenciera. Nunca lo toqué. Hago lo que la canción me va pidiendo y luego me llevo la sorpresa de que no sé cómo resolverlo. Hay muchos temas que puedo simplificar sin que se pierda la esencia de la canción, pero otros no. Entonces, a los shows los preparo en función de una unidad, que empieza, se desarrolla y termina. Veo qué tema queda bien, no es que toco cualquier cosa. Está todo bastante pensando, de principio a fin.
-¿De qué depende que hagás o no un bis?
-Los bises son opcionales, nunca los doy por hecho. No me gusta la especulación. Hago los temas que me parecen más importantes en el bloque, no los dejo para los bises. Es raro que pase, pero puede pasar. A veces hacés un show medio largo, la gente está extasiada, y ahí quizá no es necesario hacer un bis. Y no pasa nada.
-No incluís covers en tus recitales…
-¡Cómo que no! No soy de hacer mil covers, pero toco muy a menudo “Días de esos”, de Tótem. De hecho, hace unos diez años, en un homenaje a (Rubén) Rada en Berlín, hice nueve canciones de Tótem. De ahí quedaron las que sigo tocando en vivo. También en esa ciudad, pero en otro show, agarré poemas de diferentes autores y los adapté.
Cuando Juana Molina desembarcó en julio de 2018 en la ciudad danesa de Roskilde, para actuar en el homónimo festival (es uno de los más célebres y antiguos de Europa), le informaron que la aerolínea había extraviado todas esas herramientas de nigromancia sonora que la convirtieron (tal como la denominan en su sello disquero europeo, el belga Crammed Discs) en la “maestra del pop misterioso”. Sólo tenía a mano su guitarra, mientras que al resto de su grupo le esperaba en el escenario un teclado y el kit de batería. Esta emergencia derivó no sólo en el recital más punk que haya protagonizado, sino también en el disparador de su último trabajo de estudio: el EP Forfun (2019). “Con una guitarra cualquiera me acostumbro, pero faltaban las looperas, los teclados y sobre todo los sonidos que programo en casa, que son tan característicos”, evoca la juglar iconoclasta. “La opción era no hacer el show. En el medio de la desesperación, nos miramos y decidimos subirnos igual a ver qué salía”.
-¿Qué paso una vez que estaban en el escenario?
-Luego de contarle al público lo que nos pasó, se excitaron al vernos completamente despojados haciendo el show igual. Eso los dejó bien dispuestos. No recuerdo mucho ese recital, pero nos adaptamos así. A pesar de que comenzamos bien algunas canciones, en el camino nos dábamos cuenta de que no podíamos seguir y hacíamos cualquier cosa. Fue estresante y a la vez divertido. Subí al escenario llorando y salí muerta de alegría. La idea de hacer un disco con esas versiones punk fue del sello. Por eso se llama de esa manera: para hinchar las bolas.
-¿Sos de las artistas que tantean en sus recitales las canciones que están componiendo en ese momento?
-Muchas de las canciones que luego salen en mis discos son resultado de la prueba de sonido, no de los shows. No sé por qué tengo una aversión a probar sonido. Después, igual, el sonidista nos obliga a hacerlo porque lo necesita. Medio que toco con cualquier cosa, y así nacieron canciones como “Kosoco” y “Bicho auto”. De hecho, el 30 por ciento de los temas de mis discos son bocetitos que surgieron de esa forma.
Si bien la artista terminó de afianzarse entre el público argentino tras estructurar una banda para presentarse en vivo, a partir de la aparición de su trabajo Wed 21(2013), la identidad musical que hoy la distingue es en buena medida una consecuencia de la desarticulación del proyecto que acompañó a su álbum debut, Rara (1996). Ese punto de inflexión unipersonal, reflejado en su disco Segundo, cumplió dos décadas este año. “En Segundo está todo lo que hice después, aunque sea esbozado en un compás. Ahí comencé a ser yo”, revela Molina. “Es un disco que me define completamente, por eso le tengo tanto cariño. De hecho, dicho sea de paso, vamos a reeditarlo. Me da mucha rabia el precio en el que se venden en Internet los vinilos. Es indignante: ¡no podés comprar un disco a 40 mil pesos! Así que vamos a hacer una edición nacional para que todos lo puedan adquirir a un a valor lógico. Creo que, de a poco, haremos lo mismo con el resto de mi discografía”.
-¿Por qué decís que en Segundo comenzaste a ser vos?
-Hacía muchísimos años que sabía que quería hacer música y había compuesto un montón de cositas, pero no había encontrado mi camino. Con ese disco lo logré y luego lo seguí. Fue variando, creciendo, mutando. Por eso me fue tan bien con Segundo. Cuando salió, en la Argentina mucho no lo entendieron, y, como siempre, tuvo que venir de afuera la aceptación para que después se considerara acá. Estoy muy orgullosa, a pesar de que no tiene buen sonido y esas cosas que ahora parecen importantes. Te conmueve o no. Es como escuchar a Violeta Parra y que digas que no está bien grabada la guitarra. Es medio desesperante la confusión que se crea en el oyente.
-Antes de que el streaming se convirtiera en tendencia, ofreciste uno de los primeros shows en ese formato en la cuarentena local. Además, Ca7riel tocó en uno de los temas, lo que es toda una rareza porque no tenés invitados en tus recitales. ¿Cómo surgió la idea?
-En la Sala C (también conocida como Complejo Art Media, ubicado en Chacarita) todo es tan enorme que había que hacer algo para mantener la concentración de la gente. No deseaba que “Friggatriscaidecafobia” (nombre del espectáculo) fuera un show que se hiciera en cualquier lado. Mientras lo preparaba, me crucé con Ca7riel, quien me dijo que me había visto en el festival de Futuröck y que se había vuelto tan loco con ese recital que quería tocar conmigo. Le pregunté si podía venir para éste y surgió lo del invitado. Si bien lo anuncié como una sorpresa, luego me avisó que no podía estar. Ahí apareció la idea de tenerla a Lula (Bertoldi). Más tarde, cuando estábamos por hacer el segundo show, Ca7riel me insistió para estar. Le dije que al final salía, pero en mi casa (tras decretarse la cuarentena). Así fue como apareció como invitado.
-Con la salida de ANRMAL, parece que empezaste a dejar atrás la tranquilidad de tu confinamiento. Al punto de que preparás un show por streaming para el verano argentino. ¿Podés adelantar algo?
-No estoy en esas cosas. A mí lo que me preocupa es mi lista de temas y cómo voy a resolverla. Estéticamente, ese show lo estamos preparando junto a Alejandro Ros, con quien trabajo desde hace 25 años. Tenemos una manera de entendernos que lo hace irreemplazable. Confío mucho en su criterio y él en el mío, a pesar de que a veces nos equivocamos.
El futuro
Una forma diferente
Pese a que ANRMAL y Forfun ponen de manifiesto una vez más su capacidad de desconcertar, esta vez con el show como disparador, Juana Molina no desatendió al sucesor de Halo (2017), su último disco largo hecho en un estudio. “Estoy medio viendo por dónde rumbear”, anticipa. “Con este streaming que estoy preparando, espero que pueda encontrar una forma diferente de hacer las próximas canciones. Al igual que me pasó con Son (2006), donde empecé a adaptar una nueva manera de tocar en vivo mis discos Segundo y Tres cosas (2002). Estaba gastando esas ideas en canciones viejas y ahí empecé a hacer Son con esa manera novedosa de componer. Puede que ahora haga lo mismo. Igual, tengo ideas para temas nuevos, pero no siento que haya un hilito que tire para seguir trabajando”.
Rótulos
¿Indie o folktrónica?
Tanto a Juana Molina como a Rosario Bléfari la música popular contemporánea argentina supo reivindicarlas en plena actividad e incluso con un estatus nobiliario. Con la expansión del indie en el país, sus propuestas encontraron un espacio de contención tangible. Aunque ambas labraron sus respectivas trayectorias desde lugares distintos. “Hace muchos años, con Rosario nos encontramos en mi casa porque nos hicieron una nota a las dos”, recuerda la artista acerca de su única interacción con su colega, quien falleció en julio pasado. “No seguimos en contacto. Creo que ambas éramos un poco tímidas y nos quedamos en el molde. Pero, artísticamente, no encuentro ningún punto en común con ella”. Además, aclara: “Soy considerada indie hace algunos años. Antes era ¿la reina de la folktronica' y más atrás fui ‘alternativa’. Según vayan las ondas, me encasillan bajo distintos rótulos. Y francamente no siento que pertenezca a ninguno. Sin embargo, el que más me gustó fue el de folktronica, porque cuando hice Segundo me parece que le sentaba bien. Si me llamaban así, supongo que era porque tocaba la guitarra acústica. Si lo hacía con la eléctrica, quizá no. Un instrumento no determina el tipo de música que hacés”.