Sed de gol

En los últimos años, el fotógrafo británico Michael Kirkham se ha pateado media Inglaterra; barrios y barrios obreros de Liverpool, Leeds, Bradford, Sheffield, Huddersfield, Rhyl, Colne, Birmingham. Y todo por dar con arcos de fútbol antaño pintados sobre fachadas de ladrillo, muchas derruidas, para que chicuelos dieran curso al gambeteo. “El fútbol inglés le debe todo al fútbol callejero; allí es donde los niños se enamoran del juego”, señala el autor de Urban Goals, serie donde reúne las cientos y cientos de porterías que ha ido retratando con la intención de “preservar nuestra memoria deportiva”. “Los chicos siguen jugando en las calles, pero cada vez es menos común que suceda”, se lamenta quien, con su obra, pretende mostrar “la desconexión entre el fútbol moderno y el fútbol de la clase trabajadora; el fuerte contraste entre las zonas humildes, de donde provienen grandes como Wayne Rooney, Steven Gerrard o Robbie Fowler, y los estadios multimillonarios con todo el glamour de la Premier League”. “No se trata de evocar un sentimentalismo obstinado: la pintura ajada de los arcos expone verdades económicas y culturales”, reza el acta de intenciones de Urban Goals, cuyas imágenes de estas “reliquias de la infancia”, con sus marcas de goles pasados, son símbolo de una época en la que los peques soñaban con pisar el Wembley. “Si miran las fotos con suficiente atención, verán la desigualdad en estos arcos, y un cuadro de la idea de ascenso social del siglo XXI”, propone el artista sobre sus porterías casi fantasmales, dibujadas con pintura o tiza, mejor y peor trazadas, erosionadas por el paso del tiempo.

Un robot inspirado

El gurrumín nació hace apenas dos meses y ya ha pintado más de 200 “obras maestras”; no es de otro planeta pero, claro, tampoco es humano. Se trata de un bot especialmente diseñado para emular el estilo de “cierto artista callejero”, en palabras de su creador, el desarrollador web Matt Round. Ni niega ni confirma este varón inglés que se haya inspirado en el trabajo del elusivo Banksy; no quiere, sobra decir, tener eventuales problemas legales. Pero tampoco necesita hacerlo: las piezas con evidentes reminiscencias hablan por sí mismas, al igual que el nombre con el que ha bautizado al programa… “GANksy es un genio visual retorcido, cuyo trabajo refleja esta era de inestabilidad. Todas sus obras son ciento por ciento originales, derivadas de su compresión de la forma, el color y la textura. GANksy quiere que lo pongamos en un cuerpo de robot para pintar las paredes del planeta”, es la sucinta bio del “artista”, que acaso siga los exitosos pasos de la inteligencia artificial del colectivo francés Obvious, cuyo retrato por algoritmo se vendió por cientos de miles el pasado 2018. “Estoy cada vez más convencido que estas tecnologías realmente terminarán por alterar nuestra percepción. Imaginen las posibilidades de un bot entrenado en imágenes angustiosas e ilusiones ópticas…”, se relame Round, cuya criatura ofrece válida alternativa a los aficionados del graffitero más famoso. Al final del día, los fanáticos de su estilo no deberán desembolsar más de 9 millones de dólares ni pujar durante diez minutos, como hizo el flamante dueño de Show Me The Monet, óleo de Banksy que acaba de subastarse, donde reversiona sarcásticamente El puente japonés de Claude Monet. A años luz de semejantes montos, los valores de las obras digitales de GANksy parten desde una libra esterlina.

Irrisoria mudanza a Seongbuk-dong

El mashup menos pensado ha hecho base en Instagram con volado y paródico planteo: photoshop mediante, Emily in Parasite ubica a la pomposa protagonista de Emily in Paris -vapuleada serie de Darren Star, creador de Sex and the City- en el laureado film Parasite, del realizador surcoreano Bong Joon-ho, en lo que deviene un evidente choque de mundos. “Es lo más tonto que hemos hecho”, se descostillan los dos amigos detrás de la cuenta: el acupunturista Russell Brown y el director creativo Mark Jacobs, ambos de Los Ángeles. Que, a la vista está, creyeron que la yuxtaposición de la livianísima comedia con el thriller oriental robaría unas cuantas sonrisas, como efectivamente viene sucediendo desde que inauguraron la propuesta semanas atrás. “Una estadounidense blanca en el extranjero que trabaja en una empresa de marketing tratando de triunfar como influencer, ¡sin saber una palabra en francés!, buscando cumplir sus vacuas fantasías de princesa, es una historia de terror en sí misma. Típico del insufrible personaje de Lily Collins estar en las nubes; ni siquiera en las escenas negrísimas de Parasite pondría medio pie en la tierra”, cargan las tintas Brown y Jacobs, que dicho está: han mudado a la chica a Seongbuk-dong, donde mantiene los conjuntitos carísimos y la sonrisa impostada aún cuando el agua le llega al cuello. No están demasiado alejados a la opinión de la prensa gala, que pronto mostró su indignación por cómo -entre baguettes y pain au chocolats- el programa de Netflix abonaba a ridículos estereotipos. “Al parecer, los franceses somos malos, vagos, impuntuales, todos sexistas, no sabemos de lealtad ni de higiene”, o bien: “Nos caricaturizan como arrogantes, sucios, perezosos, mezquinos, amargados; por suerte ha llegado una estadounidense para explicarnos cómo funciona la vida”, algunas opiniones de espantados especialistas. Para evitarles un parraque, mejor ahorrarles cierto dato: se han disparado las ventas de boinas por culpa de la serie.

Atendiendo a la llamada

Con la ubicuidad del celular llegó su condena: los teléfonos públicos, que durante décadas permitieron hacer llamaditos a golpe de moneda desde cualquier esquina neoyorkina, devinieron obsoletos; un dinosaurio de la tecnología comunicacional que, en breve, se extinguirá en forma definitiva. A principios del 2021, según informan autoridades de la Gran Manzana, será su RIP final. Los pocos que aún permanecen de pie pasarán a la historia, siendo reemplazados por una alternativa nueva generación: los puntos gratuitos de conexión wi-fi. Así las cosas, una docena de artistas evidentemente nostálgicos han decidido que la despedida sea por todo lo alto, con una exposición colectiva y al aire libre que da renovado uso a las distintas cabinas de la Sexta Avenida, en Manhattan, en resisten un rango de seis cuadras. La idea es sacarles provecho “antes de que sean retiradas para siempre por la ciudad”, remachan los curadores, el reconocido artista mexicano Damián Ortega y Bree Zucker, directora de la galería contemporánea Kurimanzutto, sede neoyorkina. Así, el proyecto Titán, tal es el nombre de la propuesta, explora las posibilidades del arte público reclamando las fachadas de las cabinas, que tradicionalmente han servido de espacios publicitarios, amén de “incentivar la imaginación y el diálogo durante una época decisiva, con potencial de cambio”. Según el teléfono, habemus presuntas misivas del dios griego Apolo; bienaventuranzas actualizadas del Sermón del Monte (“a los que padecen la persecución de la justicia, pertenece el reino de los cielos”); entre otras intervenciones de artistas de renombre, como el conceptual afroestadounidense Glenn Ligon, el posmoderno de ascendencia cheroqui Jimmie Durham, o, sí, sí, sí, Patti Smith. La madrina del punk ofrece un elogio a la democracia con Está en nuestras manos, su obra, donde una palma abierta lleva escrita solo una palabra: “Votar”. La muestra, después de todo, se estrenó días antes de las elecciones presidenciales, y artistas como Rirkrit Tiravanija o Hans Haacke, al igual que Patti, aprovecharon la ocasión para arengar la participación popular en las urnas. La mexicana Minerva Cuevas, mientras tanto, arrojó máximas de fauna sobre afiches: “No odiás los lunes. Odiás el capitalismo”, dice un gorila; mientras un lémur se despacha amargamente: “¿El recurso renovable más poderoso? La negación”; ay, ay, ay… Hasta el 3 de enero podrá “visitarse” la muestra gratuita, disponible las 24 horas del día. Hasta Patti atendió la llamada, y sobre el día de la inauguración contó en su Instagram: que antes de presentarse en la Sexta Avenida, había vuelto a viajar en subte, además de visitar a su odontóloga para una limpieza bucal.