I

El marqués va dejando la cosa así, con sus aventuras, más adentro, ya, más afuera, después de ponerse tres rositas, no, quizás solamente dos en el escaso pelo, al propio tiempo que, sí, es cierto el divino marqués no termina nunca, en atasco de sumisión voluntaria, relajándose, trocando el perro sádico para usarlo como lobo gris.

 

II

Jode con su flauta, bregando por el cañaveral, en el espacio exterior que sucumbe al desgaste. Se embota. Ya que jugamos a esto ¡noche! Se desdobla, acompañándose con imágenes pegajosas y llamas de amor vivas, el caballo marcha otra vez, trocando en perra, trocando en loba, en luna sádica, y a tan sólo el mero núcleo del navío, mitad noche, mitad luz, en la dirección de su jaula horrible, horrible, muy horrible para un marqués que es mujer de ojos verdes, y aguarda.

 

III

Animales, pulmón, corazón, patas, pelos, ingle, la amorosa gema del amarillo nuevo convertida en una incurable del imaginario, fantasía guisante de suspiros; lo pienso soñando con el puro reino de conchas y pastillas de noche, cuando los perros hondos laten para siempre.

 

IV

Antes de que un poder soberano se zambulla bajo las tetas giralunas,  siempre renace la carne recibiendo aquel beso que no es falsa vergüenza por una eternidad fuera del teléfono, caricia, seda, mano, luna que nunca será otra cosa entre ráfagas de diosas acertijas, madonas mundanas: 4211224, hay un alma viva al otro lado de la ciudad.

 

V

Llega y toca hasta hacerla parecer fraudulenta.

Minuto a minuto.

Este colosal resto del cuerpo,

bruscamente atenuado y dramatizado,

hubo nacido sin las sílabas del tiempo

lo cual

debe temblor cerrado

para claridad

pero no embriagado,

no estado somático,

sino entre vuelo de mundos.

La batalla es hermosa

cuando prolonga las victorias inverosímiles.

 

VI

Justamente el borde que separa dos rosas, cuando nieva de sueño, se deja ser paisaje asomado al abismo de la grandeza y nutre ideas equivocadas. Cantar doblando un taxi ¡chofer!

Después de tanto tiempo a la diestra del marqués una tiene el privilegio de entender el futuro con todo el cuerpo, moviendo su banderita roja llena de pimienta.

 

VII

En el centro del círculo las regiones astrales son verdaderas y sostienen el cielo derrumbado, caído un poco en todas partes, sobre todo allá, donde ningún hombre es más hombre, ningún marqués más marqués.

Entretenido, montaraz, ese poema de madres diferentes, acaso una pluma, acaso navío, armisticio, la aventura profunda del lenguaje que se adelanta por una fracción de segundo al propio pensamiento.

 

VIII

Virar en redondo,

ya,

en fin,

astral,

atroz,

los contornos del resto del cuerpo

en un impulso ciego,

como puede,

se le parece al gigantesco león,

a los laureles con el pecho entreabierto,

algo mágico,

dos animales erectos,

macho y hembra,

en puntas de pie

con la luna atornillada en la sangre.

 

IX

Que no piensa, simplemente nos hace aparecer en sus movimientos, en consonancia con la música donde somos más vulnerables y tenemos menos suerte. Un instante se  ata para siempre en un papel absorbente japonés, cargado de perfume, con el amor entre los dientes.

 

X

El marqués, esa opulencia de tinta negra, siempre al galope por el sur, cambiándose la piel para asegurar conquistas de una obesidad estéril. Una tiene que empujarlo suavemente, engatusarlo, en las profundidades del cielo, con la muerte y la vida, o con la vida y la muerte,  en puntos variados, una especie de movimiento del discurso trágico y el discurso lúdico, demasiado viviente como la mujer desnuda y majestuosa sobre el caballo blanco que lanza un suspiro sobre el mundo.

 

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