Querido Víctor:
Las razones de nuestras elecciones son a veces inexplicables. Te escribo este sábado de noviembre, cuando ya sé que lo que se anunciaba sucedió. Pero como empecinados de la esperanza, decía Rufino ayer, queríamos que no sucediera.
Elecciones inexplicables, digo, porque cuando lo supe no recurrí enseguida a tu testimonio, aquel impreso con tapa azul, el del 84, donde transmitías resistencias y horrores y los desnudabas a ellos de frente y perfil, escondidos en uniformes cambiados. Ni agarré el Diario del Juicio del 85 ni las infinitas copias de tus declaraciones que guardo en papel. Eso vendrá después.
Ahora quiero tener acá, mientras te escribo, la Constitución de 1949, con hojas amarillentas y marcas de humedad. ¿Dónde la escondiste para que sobreviviera a tres dictaduras para las cuales tenerla era delito? Fines de los 80, un mediodía de domingo de asado y vino, en La Plata. Nos juntábamos a descular qué hacer, cómo hacer para remover la losa de impunidad con que Alfonsín y Menem habían enterrado los juicios a los genocidas. Qué hacer, cómo hacer para que el peronismo volviera a revolucionar, volviera a ser “de las bases” y cuestionara los mecanismos de la desigualdad en vez de mantenerlos. Será por eso que llevaste a la mesa este libro de tapas duras con que nos asombraste a todos. ¿Editada en el 49? Sí, es la de entonces (¡y me la regalaste!).
Para vos el mandato del Gordo Ardetti, “Negro, si zafás de esta, que no se la lleven de arriba” es, sí, que los genocidas no se la lleven de arriba. Y es, también, que los oligarcas y los gorilas -- los socios con chequera de los genocidas armados -- no se lleven de arriba décadas de saqueo de derechos conquistados por nuestro pueblo. Hiciste de ese mandato un programa político. Y le sumaste otro empeño, tan nuestro, de los ex detenidos-desaparecidos: hacerle frente a la sospecha (“si estás vivo por algo será”) que tantos se dedicaron a desparramar sobre quienes sobrevivimos al cautiverio.
A la sentencia del juicio a los ex comandantes, la de diciembre del 85 -y aunque muchos lo pasen por alto- la recorrió la teoría de los dos demonios..., y tanto que cuando analizó tu caso dijo que tu cautiverio había durado hasta julio de 1981; que lo que vino después, hasta diciembre del 83, había tenido “carácter voluntario”. Es lo que decían genocidas como Cavallo y Donda. ¡En ese tiempo, cuando vos seguías tu resistencia silenciosa y cada vez sacabas la prueba de las caras criminales! Recién en octubre de 2011 el fallo de ESMA II refutó esa aberración.
Recorriste todos los tribunales, acá y afuera para denunciar los crímenes. Y para reivindicar las luchas del pueblo. Tu memoria les entregó a madres y padres, hermanos y hermanas, hijos e hijas, compañeras y compañeros, los mínimos gestos y las valiosas resistencias de desaparecidos y asesinados. El lunes pasado, mientras batallabas con el oxígeno esquivo, la fiscal de la causa Contraofensiva sustentó con tu palabra la combinación represiva del Batallón 601 y el grupo de tareas (GT) de la ESMA.
Ya estabas ronco el 3 de diciembre de 2018, cuando declaraste en ESMA IV. “Tengo dificultades en la garganta”, le aclaraste al tribunal. Terco para minimizar la ronquera, el tumor ya estaba ahí, escondido. Pero lo dicho fue tan claro y veraz como cada vez, como siempre. Los insultos que el abogado Fanego, defensor de genocidas, desparrama en sus alegatos muestran que solo les queda el agravio, frente a tu consecuencia sin fisuras al testimoniar una y otra vez.
Sonido de besos telefónicos, eso te escuché hace un par de semanas. Pero te imagino canturreando “Yo no sé lo que es el destino / Caminando fui lo que fui / Allá Dios, que será divino / Yo me muero como viví”.