En un reciente texto que Guillermo Saccomano escribió en este diario narra el paisaje doloroso de la recuperación del predio de Guernica. El texto fluye tersamente porque está armado con una sola frase, sin comas, sin puntos. El remate es formidable y conmovedor. A un pibe expulsado de los terrenos que la policía del Comandante Supremo Sergio Berni recuperó para los felices y prósperos dueños de la tierra le preguntan algo que se les suele preguntar a los que aún –según se dice- “tienen la vida por delante”. Le preguntan qué quiere ser cuando sea grande. El pibe contesta: “Policía”. Y ahí termina el breve relato. ¿Cómo habría de querer otra cosa ese niño desventurado? Acababa de ver a cuatro mil policías entrar al campo de Guernica. Venían con esos uniformes ampulosos, que meten miedo, con los bastones de golpear a los que les son señalados como rebeldes, sediciosos, con cascos, con escudos indestructibles y –para colmo- acompañados por autos policiales y unas grandes topadoras. Las topadoras embestían contra las míseras chozas que los “ocupas” habían levantado para sobrevivir. Las destrozaban, se las comían con el hambre y la furia de los conquistadores. Alguien escribirá después que era la “segunda conquista del desierto”. Y eso vio el pibe y dedujo: “Cuando sea grande quiero ser poderoso, invencible, castigador. O sea, policía”. Como esos que vio ese día y no como el pobre tipo de su viejo que no tenía nada, que había levantado una choza con dos palos y un plástico, apenas con eso.
Se dice que Kiciloff hizo todo lo que pudo, que también el Cuervo Larroque, pero la decisión del castigo ejemplar, de la ostentación punitiva, de mostrar que la policía siempre estará con la propiedad privada antes que con la sensibilidad social, todo esto se impuso. Las imágenes de las topadoras arrasando con esas casuchas improvisadas estremece. No creíamos que habrían de verse bajo este gobierno. Hay una vieja frase que postula “una imagen vale más que mil palabras”. Nunca fue más cierta que en este caso. Uno no quiere escuchar discursos justificatorios. Sencillamente no tolera haber visto eso.
El mismo día desalojaron a los militantes del Proyecto Artigas y metieron presa a Dolores Etchevehere. Y así dijo muy justamente el periodista Alejandro Bercovich, “hoy fue un día de mierda”. Porque también fue triste ver a la presidenta del PRO festejando con los varones de la familia Etchevehere. O a Pichetto hacerse presente en “el lugar de los hechos”. Dolores Etchevehere preguntó: "¿Qué hace aquí, a qué vino?” Fue a capitalizar el desalojo en favor del macrismo. De todo hacen política. Como con la vacuna rusa. He visto mesas televisivas increíbles donde periodistas y panelistas brotados de furia atacaban la “vacuna comunista”. Es que para ellos la Guerra Fría no terminó. Ahí donde exista un rebelde, un contestatario, alguien liberado de los tentáculos del poder de los medios habrá un comunista, o un kirchnerista o un castro-chavista.
Lo que nos lleva a la cuestión de las elecciones en el llamado “gran país del Norte”. Que fue un gran país y está dejando de serlo. El derrotado Trump es la negación de toda grandeza. He ahí al emprendedor de la ideología neoliberal. Es una triste persona. Mentiroso, mal perdedor, capaz de acudir a cualquier recurso con tal de no aceptar que fue derrotado. Por poco margen, es cierto y es lamentable. Pero deberá ceder la presidencia. El mal manejo de la pandemia, su insistencia en hablar del “virus chino”, su racismo, su homofobia, su misoginia, todo lo ha condenado. ¡Con todos esos defectos y aún así fue votado por millones! Es que EEUU se está hundiendo en lo peor de sí mismo. Su afán armamentista, su desdén por los “otros”, los negros, los hispanos, los asiáticos, todo lo que se diferencia de la “América blanca” con que sueñan los llevó al abismo en que hoy se agitan. Murió el sueño americano. Ahora es, en efecto, la pesadilla americana. Y es que el mundo que hegemoniza también es pesadillesco. Además de la maldita pandemia está el resurgimiento del neofascismo, del neonazismo, encarnado en esos libertarios que abominan de las éticas igualitarias y bregan por un mundo hipercapitalista, manejado por empresarios antisemitas y racistas al extremo. El mundo se ha globalizado de la peor manera. La “pandemia revolucionaria” que predijo un filósofo rocker allá por marzo no cambia nada, al menos para bien. Los habitantes del planeta se han vuelto más egoístas, menos solidarios, quieren violencia, pronostican guerras civiles. Aquí ya pronosticó una un economista libertario adicto a los denuestos espectaculares, que siempre tiene pantallas y micrófonos. En USA los trumpistas reclaman el enfrentamiento armado contra los ganadores de la elección. Sobre todo el hijo de Trump, que le salió al derrotado de la Casa Blanca tan perfecto como el que tiene Bolsonaro
El desarrollo tecnológico es cada vez más agresivo. Nutre con fuerza el desprecio que hoy se les tiene a los mayores, que ya no son “los sabios de la tribu” sino los rezagados, los que el progreso digital ha dejado atrás como un trapo viejo. Sartre, muriéndose, decía: “No quiero morir en el desencanto. Pero hay que tener un fundamento para la esperanza”. Habrá que crearlo, luchar por algo que valga la pena, algo habrá. Cuando se llega al fondo –y estamos llegando- sólo es posible saltar para arriba.