“La olla creció y funciona todos los días, arrancamos con 30 raciones y nos creció, hoy tenemos días donde hacemos ¡150, 170 porciones!”, explica Jorge Gessaga, desde la Casa de la Amistad argentino cubana, de Lanús. Allí funciona una olla popular que se inició como una de las tantas actividades solidarias organizadas por ese centro cultural, cuando la pandemia recién se anunciaba. Hoy son cincuenta las ollas en Lanús, "entre comedores y ollas”, puntualiza. Esta funciona todos los días, por la solidaridad de los vecinos, por la ayuda de los movimientos sociales "que aportan lo que pueden", y por "las otras ollas, que comparten", cuenta Gessaga. Pero no alcanza.
La propuesta surgió para ayudar a personas en situación de calle. Y los organizadores pensaron que “sería un tiempo corto y que sería más sencillo”, admite Gessaga. Hoy la cantidad de gente los desborda, y no quieren dejar de estar todos los días. Por eso pide ayuda: “necesitamos apoyo porque cada vez viene más gente y no hemos recibido del Estado ni un paquete de fideos ni una botella de lavandina, y debe haber partidas presupuestarias para esto”, reclama con ironía.
Ya no llega solo la población de calle, sino padres de familia que perdieron su trabajo, o madres, a quienes el sueldo de “una casa”, no les alcanza. El equipo de la olla, no da abasto. Faltan recursos, no entusiasmo. “Tenemos compañeras y compañeros que son magos organizando, están haciendo un laburo que conmueve porque cada vez viene más gente”, describe Gessaga sobre esta “brigada solidaria”. Y aclara: “no son militantes políticos, son jóvenes comprometidos, vienen por una cuestión humanitaria”.
Tambien hay quién se acercó a buscar una ración, y luego, volvió para colaborar. “Hay gente que siempre laburó y ahora tiene el drama de quedarse sin trabajo, y cuando consigue un paquete de fideos viene y lo dona a la olla”, cuenta Gessaga. Esas cosas lo emocionan y lo hacen persistir en la tarea, desde este "colectivo solidario". El grupo “nace con la olla”, por un acuerdo entre el centro cultural Trabajador Agustín Tosco y la Casa argentino cubana. Hay ademas, dos trabajadoras sociales que asisten en temas de violencia familiar y de género, en tramitar el IFE, en búsqueda laboral, en armar un CV, responder un email o ayudar a conseguir documentos. “Hay un ropero solidario –cuenta Gessaga--, porque hubo gente que no disponía de ropa, ni mantas, ni chapas para el techo”. Y piensan dar asistencia legal “porque hay muchos problemas legales en los barrios, cuestiones con la autoridad, hay violencia institucional, policial, de género”.
“Las ollas” crecieron en pandemia. Esta funciona toda la semana. Y da merienda. “Venia mucha gente que esperaba, hacían cola para llevar su porción, porque no se come acá, y en invierno, con el frío, nos pareció necesario la merienda”, explica Gessaga. En esa zona suburbana “y de laburantes”, el problema del hambre se padece hace tiempo. Esta crisis lo agravó “por eso decidimos ayudar, para paliar un poco tanto dolor –detalla--, y no recibimos del Estado ni medio paquete de fideos, no contamos con apoyo”, lamenta. “Los vecinos ayudan, los comerciantes aportan, también las organizaciones sociales, la UTEP, la UTT. Pero está costando sostenerla”, Gessaga se preocupa. Las redes sociales suman aportes particulares. “Un compañero pinta un cuadro y hacemos una rifa”, dice. Pero “nos fue creciendo, y nos cuesta mucho sostenerla”, insiste.
En Lanús, entre ollas y comedores “se armó un comité de ollas”. Buscaron al municipio y tuvieron una cita. El municipio les ofreció ayudar con elementos sanitarios y de limpieza. "Pero nunca recibimos nada, ni media botella de lavandina”, reclama. “Aumentó la concurrencia y necesitamos ayuda, simplemente”, resume sobre el problema que los acucia. “Somos treinta personas organizando, nos turnamos en grupos de seis, por protocolo. Y no cobramos por esto”, explica. Funcionan por solidaridad. Pero no hacen beneficencia, ni asistencialismo. "Creemos que el Estado tiene responsabilidad, y nosotros ponemos el esfuerzo, pero a veces no tenemos los recursos”, detalla.
Lo asombra que "cuando la gente se siente amenazada realmente, aflora la solidaridad". Y destaca la solidaridad entre las ollas, "otro fenómeno", dice. "Porque de pronto a una olla le sobró mucha verdura y nos llaman y vamos y buscamos, y si tenemos pan porque el panadero nos donó dos bolsas, les llevamos, realmente la solidaridad aflora”, relata. Pero más lo sorprende "cómo llegamos hasta acá, porque cada vez hay más gente que viene a la olla. Y no queremos dejar de atenderlos", se inquieta.
La demanda fue crecciendo. “Vienen de otras localidades –explica-- y de otros barrios, vienen desde Guillón, toman el tren que los deja a dos cuadras, y hay una necesidad de los compañeros del equipo de la olla, de no dejar de cubrir cada día, nadie se atreve a decir 'no podemos estar todos los días'”. Saben que son necesarios. Y apuestan a sostener ese punto de apoyo que es "la olla", para muchas familias de la zona.