Hay muchas maneras de definir al bilardismo, como ocurre con cualquier tendencia ya sea en el fútbol o fuera del mismo. Lo primero que se me ocurre es que bilardismo es colectivismo. El bilardismo es jugar al fútbol pensando que el todo es más importante que la individualidad. Por supuesto que sin retacear la cuota de creatividad o de improvisación que el juego merece. Y esto lo dejó claro el propio Bilardo cuando armó aquel equipo de Estudiantes, en 1982, que tenía a Marcelo Trobbiani, Alejandro Sabella y el Bocha Ponce en el mediocampo, tres grandes jugadores poseedores de una técnica exquisita. Un equipo que ganó un campeonato de 38 fechas y lo hizo de punta a punta. Un equipo que le permitió a Bilardo ser considerado para conducir a la Selección Argentina. Y una vez ahí, en el cargo de seleccionador nacional, confirmó a Maradona como capitán. Pero no se quedó en eso, también lo juntó alguna vez con Bochini, alguna vez con Trobbiani, con Borghi y también con muchos otros jugadores de enorme técnica. Bilardo siempre armó la basa de sus equipos con grandes futbolistas a los cuales les exigía un compromiso muy especial con el sentido colectivo del juego. Y Maradona siempre fue un ejemplo en ese sentido.
El Bilardismo también es la obsesión por algo. Es una forma de llevar a cabo un propósito con el máximo esfuerzo de cada uno de los integrantes del plantel. Esto incluye el estilo de juego que el equipo despliega y la conducta que debe tener fuera y dentro de la cancha para poder cumplir con esos objetivos planteados. Objetivos que deben ser muy claros y directos direccionados por la cabeza del grupo que necesariamente es el entrenador.
A esta altura de la historia y medio siglo después de la irrupción de Bilardo como entrenador en el medio futbolístico, se puede afirmar que el bilardismo es una verdadera escuela. Se puede llegar a decir que es una continuidad de la escuela que inició Osvaldo Zubeldía allá por la segunda mitad de la década del ’60, cuando sorprendió al mundo del fútbol como entrenador de un enorme equipo de Estudiantes de la Plata. En épocas en que los logros sólo estaban reservados para los equipos grandes del medio local, aquel Estudiantes conducido por Zubeldía ganó el torneo Metropolitano de 1967 y después inició una campaña internacional asombrosa que incluyó tres Copas Libertadores y una Intercontinental. Bilardo fue uno de los estrategas de ese quipo, el discípulo ideal de Zubeldía. Quizás uno de los integrantes de aquel plantel que más y mejor absorbió el estilo, primero como futbolista y luego como entrenador. Un equipo que quedó en la historia por sus triunfos y sus logros, sobre todo, pero también por una forma de sentir el fútbol que lo hacía indestructible, por más que quizás no fuera todo lo vistoso que fueron otros.
De ahí sale Bilardo y de ahí viene el bilardismo. Esa fue la semilla que después brotó sana y fuerte con Carlos Bilardo como cabeza visible. La impronta que le imprimió Bilardo a esa idea es el bilardismo. Un estilo y una idea que le ha permitido a Bilardo quedar en la historia como uno de los definidores ideológicos que el juego ha tenido.
*Prólogo del libro Bilardo-Menotti, ed. Planeta, 2020.